Los secretos de Manolete
Córdoba ha despedido a uno de los personajes más importantes de su historia. Guardando los máximos respetos y distancias por tiempos inmemoriales donde habitaron los Séneca, Averroes, Maimónies y compañía, el legado cordobés puede presumir de haber visto nacer a varias personalidades en el siglo veinte que han conocido la muerte en su contiguo.
De entre todos ellos, ha habido uno que ha sido capaz de llevarse hasta la tumba algo sumamente trascendental en lo que a una parcela de la historia respecta. Se trata de un personaje que ha sabido vivir en la prudencia con elegancia, temple, mesura y, ante todo, fidelidad.
Dicho protagonista, fallecido el pasado sábado y a quien se le deben por ley natural pleitesías, ha obrado con responsabilidad durante las ocho décadas y tres años que le ha concedido el destino. Porque, con fácil acceso a la información, por haber compartido múltiples experiencias con el protagonista, jamás se le ha conocido deslealtad.
Rafael Soria murió el nueve de febrero de 2013 con la esperanza de reencontrarse con su tío, Manuel Rodríguez Manolete. Soria, inconfundible señor de la vida de la ciudad, gozó en sus años maduros de un aspecto que desprendía calidez y con el que resultaba demasiado fácil empatizar.
Este anciano con mentalidad modernizada, de pelo color nieve, con una sonrisa sobria y agradecida, con una mirada viva reforzada por el cristal, y con un tallaje fino, ha dejado de pasear por Córdoba para dar vueltas al ruedo del más allá.
Soria, hombre de sanas costumbres, que ejerció el patriarcado familiar con la inteligencia propia de quien ha pasado penurias y a su vez cohabitado con personaje histórico, ha sido hasta hace cinco días víctima de una enfermedad que le empitonó en los últimos lances de sus existencia.
Pero eso sólo ha sido una coyuntura nimia. Porque Rafael Soria, Rafalito Lagartijo, ha escrito un capítulo imborrable en la historia de Córdoba. Hasta sus últimos instantes, don Rafael (de aquí en adelante), aguardó en su seno detalles que ahora sólo conoce el mundo de lo inmaterial.
En múltiples ocasiones, los que han gozado del placer de escucharle, por más que se le insistió, sólo pudieron recibir palabras cargadas de belleza, admiración y nobleza para con el que ha sido y es uno de los personajes históricos más relevantes de Córdoba.
Porque, se quiera o no, Manolete volvió a situar a la tierra de los califas en el mapa mundial. Y siempre, atesorando un buen concepto. En eso, también ha tenido que ver don Rafael. Manolete ha llegado a ser Manolete porque su figura ha sido y continuará siendo mitificada, con todo lo que eso supone. En ese proceso, para que el mito sea mito, su historia debe trascender en cualesquiera de las facetas en las que ejerció su vida.
Para eso, también estuvo don Rafael. El recién fallecido diestro siempre dejó claro que Manolete “ha sido el más grande, y por muchos motivos”, refería. Soria, conocedor de todas las interioridades del afamado torero, jamás hizo un mal uso de la información que poseyó.
Como fiel escudero, amado sobrino, buen amigo y cómplice del “mosntruo de Córdoba”, don Rafael supo aguantar los envites de la vida, evitando aprovecharse de algo que no se enseña, sino que se lleva en la propia personalidad.
Don Rafael recogió todos los secretos de Manolete y guardó con escrupulosa intimidad lo que ellos albergaban. Ahora, los unos y el otro yacen en el lecho de la historia no narrada, esa misma cuyo contenido fija el límite entre lo interesante y lo interesado. Bravo, don Rafael, bravo.
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