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La capital del calor

Víctor Molino

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Los cordobeses, a veces, tienen la sensación de que se les roba protagonismo. Llegadas estas fechas, donde se sucede alguna que otra jornada de extremo calor, los ciudadanos que viven en el valle del Guadalquivir miran con interés una de las informaciones periódicas más repetitivas de toda la historia, la información meteorológica.

Llegado el día clave, que se entiende como la jornada donde el termómetro toca techo, los oriundos de Córdoba, igual que los de Sevilla, Jaén, Almería, Málaga o Cádiz, entre otros tantos, fijan su atención en los cierres de los noticieros para reconocer de manera visual lo que ya sufren de manera física.

La impresión siempre es la misma. El habitante advierte cómo su ciudad deja de ser líder de temperaturas extremas para ser la segunda o la tercera del ranking. Y todo, pese a soportar gradentías siempre superiores, desde la perspectiva individual, a las de aquellas ciudades que preceden la lista.

El asunto, absurdo de por sí, llega a tocar tanto el ego del individuo, que casi de manera involuntaria, se abre la puerta a una especie de odio momentáneo solamente subsanable una vez su ciudad alcance el puesto de cabeza del escalafón del calor.

El tema, en realidad, va más allá de dicha coyuntura. La historia es que en la tele, en la radio o en la prensa escrita (papel u on-line), con una abundante normalidad, siempre sale la capital de la autonomía. Y eso parece que afecta.

De un lado, es comprensible, porque allí es donde se encuentran las cabeceras de los centros territoriales de los medios públicos y privados. Pero, de otro, es incomprensible, porque, con los impuestos (también sin ellos) de todos se pagan delegaciones informativas públicas en cada una de las capitales de provincia.

A ver, que moleste un poco que tu ciudad no salga en los noticieros forma parte del coraje itinerante de quien ve siempre lo mismo. O, mejor dicho, de a quien le ponen siempre lo mismo. El espectador se aburre de que se le aporte reincidentemente el mismo enfoque verano tras verano.

Parece que no existen otros lugares y, sin embargo, existen. Las informaciones sobre el calor son casi necias. Son siempre iguales. Y el calor no es igual en todos lados. 32 grados en Málaga equivale a 37 en Córdoba y esta misma temperatura en Almería, por ejemplo, es tremendamente más dañina en dicho punto que en su antagónico costero.

Esta batalla, la del calor, es la de todos los veranos y, como tal, no se vive igual en un punto que en otro u otros. Por salud, merece la pena plantearse comenzar a obviar dichas informaciones dado que su utilidad es proporcionalmente similar al relleno que suponen para los noticiarios.

Dejen ya las encuestitas en la calle, los consejos de hidratación, las imágenes de termómetros, el grado de consumo eléctrico, el histórico de temperaturas, o las caras de hombres y mujeres bebiendo agua. No den más la brasa con ello. Con decir los grados, ya vale. Así, nos ahorramos incomodidades clasificatorias que siempre fijan la misma capital del calor.

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