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Cercadilla: abandono provinciano y ruinas carcomidas
Seguramente para el visitante o el propio cordobés sea difícil, quizás imposible, imaginar la historia que atesora ese extraño solar anexo a la estación de ferrocarril. Invadido por la maleza amarillenta y por los desperdicios que no pocos incívicos le arrojan, la visión que presenta es desoladora. Muchos ya lo habrán adivinado: estamos hablando del yacimiento de Cercadilla. En otros lares, este complejo sería digno de reverencia y admiración, pero en esta Córdoba de hoy, con esa particular mezcla de indolencia y provincianismo, nos empeñamos en condenarlo no solo ya al ostracismo, sino también a la ignominia de convertirlo en un vertedero.
El puente romano de la misma Córdoba, la hispalense Itálica, el Acueducto de Segovia, el Teatro de Mérida, del Templo de Évora, las murallas de Lugo, la Torre de Hércules; todos ellos innegables referentes históricos y arquitectónicos del mundo romano pero que no llegaron a alcanzar la dimensión simbólica del complejo que se ubicaba en Cercadilla. Puede parecer una chovinista exageración, pero es una certeza. En este solar, a finales del siglo III, durante la Primera Tetrarquía, decidió establecer su palacio Maximiano Hercúleo, Augusto y Cesar al mismo tiempo, regidor de una enorme extensión territorial que abarcaba toda la Península Ibérica, toda la Península Itálica y la mayor parte de la costa norteafricana.
En ningún otro lugar del territorio ibérico (ni en España ni en Portugal) se alzó jamás una edificación destinada a ser sede de un Emperador Romano, con todo lo que ello implicaba. Cierto es que era ya el Romano un imperio en declive, fraccionado y constantemente acosado en sus fronteras, pero de una gran potencia todavía. No obstante, habría que esperar a los tiempos de Carlos V para volver ver a un soberano tan poderoso residiendo en la Península Ibérica.
Hace 30 años se cometió una aberración gigantesca e irreparable cuando se descartó cualquier alternativa seria de integración o preservación del enclave durante la construcción de la nueva estación ferroviaria. Se arrasó sin el menor pudor más del 50% del yacimiento. Lejos de aprender de los errores de aquella infausta decisión y de intentar poner en valor lo que nos ha quedado, se perpetúa el insulto, el desprecio recurrente, hacia unas ruinas capitales ya no solo en la Historia de Córdoba, sino de todo Occidente.
Lo que podría ser, a pesar de la gran destrucción inicial, un yacimiento único en el mundo por su importancia, singularidad, tamaño y situación (está en pleno centro de Córdoba), se ha mutado, a costa de una tenaz y temeraria indiferencia, en un monumento a la chabaquanería, a la ignorancia colectiva, a la desidia y a la incoherencia de una ciudad que dice aspirar a ser un referente cultural y a recuperar la grandeza de tiempos pretéritos mientras convierte en basurero uno de sus mejores patrimonios arqueológicos.
Ya lo advertía el maestro Gala, seguramente desde la misma frustración que a muchos nos produce hoy contemplar el calamitoso estado de abandono de Cercadilla y de otros lugares históricos de la cuidad: “Los cordobeses... custodios no excelentes de la gloria y el brillo y la sabiduría de nuestros antecesores; intentando asemejarnos a ellos desde un abandono provinciano, enseñando sus ruinas carcomidas...”. ¡Cuánta razón llevaba Don Antonio!
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