Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
Señora, usted no está en forma
Hace unos días, debido a un ahogo intermitente que me sobreviene cuando realizo determinados esfuerzos, estuve en la consulta de un internista, aportándole una prueba que me habían hecho unos días antes. Miró atentamente los resultados y afirmó con rotundidad que mi dificultad cardiorrespiratoria tenía una explicación meridianamente clara. Usted no está en forma, soltó el oráculo sin inmutarse. Aydiós. En qué quedamos. ¿Pinball —en palabras de mi amiga Marisa— o en baja forma?
Sorprendida, le recuerdo mis casi 75 años, mi ejercicio diario, mis sesiones semanales de pilates con máquinas, el continuo triscar encaramada en mis librerías buscando esto y lo otro, las escaleras siempre a pie, los largos de piscina como un ritual seis meses al año y, a pesar de todo, se supone que no estoy en forma. Tal categórica afirmación me despertó un deseo enorme de conocer a la peña de mi edad que acude a la consulta de este médico, para proponerles formar un club senior de atletismo de élite.
Lo que cuento aquí es solo un ejemplo de los muchos que tod@s vivimos cada día en las consultas de salud. Estas situaciones —tan frecuentes que casi ni nos damos cuenta de ellas— nos deberían llevar a poner en cuestión la práctica de esa clase médica que no se plantea la duda como guía para la atención y el diagnóstico, que no le tiembla la voz al decir cualquier tontería de forma tajante y que es capaz de afirmar una cosa y la contraria sin palidecer de vergüenza. Personas que poseen un título, vale, pero que carecen de la humildad necesaria para reconocer que ignoran lo que está ocurriendo; profesionales que no escuchan con atención la voz de sus pacientes y por lo tanto no pueden ofrecerles el respeto y el buen diagnóstico que merecen, tengan la edad que tengan.
Es un buen momento para la reflexión, justamente cuando este año, amigas, celebramos el 50 aniversario de la publicación de uno de los libros de cabecera feministas: Nuestros cuerpos, nuestras vidas, considerado uno de los más influyentes del siglo XX. El primer libro sobre salud sexual con el que aprendimos a explorarnos íntimamente, a situar el clítoris en el centro del orgasmo y, por encima de todo, a conocer y tomar el control de nuestro cuerpo y nuestra sexualidad, hasta el momento colonizados por la cultura patriarcal.
Acude en apoyo de mis argumentos el periódico inglés The Guardian (22/04/2020) informando de que el gobierno británico ha realizado un estudio en el que llega a la conclusión de que la arrogancia [sic] de la cultura médica ha producido históricamente serias complicaciones en algunos problemas de salud de las mujeres, que han sido desestimados y menospreciados con argumentos tan inaceptables como: son problemas de las mujeres.
Razón por la que el gobierno británico ha decidido tomarse en serio, por fin, la salud de las mujeres y en marzo de 2021 ha lanzado una encuesta para que sus súbditas informen acerca de su salud y de la calidad de su relación con el sistema médico. Estudio con el que, afirman, pretenden situar la voz de las mujeres en el centro de su salud y su cuidado.
Un billete para Londres, please.
Sobre este blog
Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
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