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Lee ya nuestra portada, viernes 5/12/2025
Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

Pelillos a la mar (el sobaco según Carla Simón)

Anna Freixas

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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

He de decir que fui a ver la última película de Carla Simón ―Romería― con unas expectativas que no se vieron colmadas. Pero no es sobre esto acerca de lo que quiero hablar hoy. 

De la película algunas cosas me han interesado mucho. Además de la belleza de sus imágenes, me ha parecido muy importante que por fin l@shij@s de las víctimas del SIDA y de las drogas hablen y muestren su desolación y su dolor por haber crecido sin poder disfrutar del amor y el conocimiento de sus madres y padres y, además, haberlo hecho en un silencio vergonzante.

Dicho esto, voy a lo que iba. En la película la protagonista, una joven de 18/20 años, y también otra de sus actrices, muestran sin empacho sus sobacos sin depilar. No se trata de una coincidencia y de unos planos sin importancia, claro que no. Sobre todo en un país como el nuestro en el que las niñas y las mujeres vivimos obsesionadas con los pelos, tratando de exterminar cualquier asomo de ellos: por supuesto en los sobacos, pero también en las cejas, el bigote, las piernas, los brazos y en estos últimos tiempos, también en las ingles. Prueba fehaciente de ello es que cuando estoy en el vestuario de la piscina, donde se da un espacio de desnudez y familiaridad corporal, compruebo que las jóvenes han dejado su felpudo reducido al tamaño de un cepillo de dientes infantil. No como la actriz georgiana EkaChavleishvili que en Blackbird, blackberry (2023) ―una película interesante, por cierto, que se puede ver en Filmin―nos muestra su magnífico y tupido bosque.