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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

Nonagenario

El economista Ramón Tamames, en una imagen de archivo.

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A mí que el señor Ramón Tamames se acerque a las ascuas de VOX para rememorar tiempos pasados y disfrutar de unos minutos de visibilidad política y mediática, me parece de bastante mal gusto y claramente patético, pero es solo una opinión personal. Algo muy similar a lo que sentí cuando la señora Lidia Falcón participó en un mitin de esa misma formación en San Fernando (Cádiz) en marzo de 2022.

Ambos, añorando anteriores tiempos de gloria, hacen caso omiso a la ideología, las creencias y los valores que esta gente defiende, que se sitúan en las antípodas de lo que en otros tiempos ellos mismos sostuvieron. Este par de personajes, al que en otro tiempo miré con respeto, me producen pena y rabia y sobre todo me dejan perpleja y enfadada.

Esta parrafada tiene por objetivo enmarcar un asunto que me ha llamado la atención en mi calidad de detectora de edadismos (de discriminaciones por edad).

No sé si os habéis percatado de que, en los medios de comunicación, cada vez que han citado esta última ocurrencia de Ramón Tamames, han añadido la palabra ‘nonagenario’, utilizando este término claramente con mala fe, tratando de desacreditar la capacidad mental de una persona por el hecho exclusivo de que es mayor/mayor. Es cierto que uno y otra acumulan una buena cantidad de decenas de años (aunque, por cierto, ninguno de los dos ha cumplido aún los noventa).

A mi parecer, utilizar la edad avanzada como arma arrojadiza para descalificar y tratar de convencer a la gente de que cuando se llega a determinada edad inevitablemente se chochea, me parece una estrategia de muy baja categoría moral e intelectual. Entre otras razones porque no es cierto en absoluto. La edad no es en sí misma causa de demencia, aunque pueda haber un cierto número de personas ancianas que tengan dificultades de memoria o conexión y a otras, por el contrario, les cueste desplazarse con agilidad, o responder con rapidez a situaciones estresantes. Las cosas van repartidas.

Algunos políticos roban, desvarían y/o mienten y sin embargo no leo en ningún lugar el señor tal, cincuentón, se ha subido el sueldo de forma desorbitada e indecente, tratando de desautorizar sus actos en función de la crisis andropáusica.

La edad es un artefacto que hay que utilizar con mucho cuidado. Especialmente cuando nos referimos a la gente mayor, incluso cuando queremos destacar algo positivo. Porque cuando yo digo que mi amiga Ángeles con 96 años, vive sola, se desplaza por Madrid en autobús y ha hecho nuevas amigas en lo últimos años, puede ocurrir que este énfasis invite a pensar que lo normal, lo habitual, lo esperable, es que a esa edad estuviera chocheando en su sillón de orejas. En este caso estoy destacando algo extraordinario, altamente infrecuente y, por lo tanto, se convierte en la excepción que confirma la regla. Cuando exaltamos como excepcional algo que puede ser normal y que de hecho en este momento es cada vez más frecuente en una parte de la población y lo situamos en el lugar de lo inusual, perpetuamos la creencia de que la vejez es el lugar de la pérdida inexorable de capacidades. Pues no.

La perversión de nuestros estereotipos no tiene límites.

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Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

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