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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

Mona de feria

Mona de Feria

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A partir del momento en que mi libro Yo, vieja comenzó a convertirse en una noticia nacional he recibido un número insospechado de invitaciones diversas, la mayoría para hacer entrevistas y encuentros en los que compartir ideas y sentimientos en torno al libro y su llamamiento a vivir una vejez afirmativa y libre. Algo que debería ser obvio resulta, sin embargo, tan inesperado e improbable que merece ocupar espacio en muchos medios de comunicación. Lo cual es, ciertamente, una noticia excelente, y más si a partir de ahí resulta que ser vieja o viejo se transforma en un lujo disfrutón.

De las más de ochenta entrevistas que llevo hechas hasta el momento, he acumulado una lista de anécdotas divertidas. Debo reconocer que la gran mayoría de ellas dan fe del excelente trabajo de las y los periodistas. Algunas conversaciones las he disfrutado enormemente; otras me han ofrecido la oportunidad de mirar dentro de mí; en algunas incluso he trabado amistad con mi interlocutora millenial con criatura. Pero también en alguna otra ocasión he tenido que soportar a seres imposibles que han hecho de la entrevista una tortura; a periodistas atareadas que en su vida precarizada no han tenido tiempo para leer el libro; a seres que me preguntan ―afligidos―cuándo comenzaste a sentirte vieja, y a quienes ni siquiera han leído con detenimiento el subtítulo del libro y lo transforman en algo que tergiversa por completo su sentido. De todo hay en esta larga lista de la que celebro, sobre todo, la felicidad de tener la oportunidad de reflexionar en común, haciendo del tema de la vejez un placer comunicativo.

También me han llovido invitaciones para participar en eventos, encuentros, jornadas y foros de lo más dispares, casi todos más que interesantes y en los que participo con entusiasmo, disfrutando del gusto de compartir y aprender.

Sin embargo, en ciertas ocasiones he sido convocada a eventos con títulos en principio atractivos, a los que se supone que reclaman tu presencia por tener conocimientos probados. Pero, ¡ah! craso error. Cuando tratas de averiguar el contenido del espacio descubres que no es por tu formación o tus saberes que requieren tu presencia, sino porque, coyunturalmente, tu nombre suena. Y entonces te sientes mona de feria.

Puede que estas invitaciones resulten atractivas a algunas personas a quienes place codearse con lo más granado de la cultura en un entorno sofisticado y glamuroso, que ansían sus minutos de gloria y disfrutar de un tiempo de visibilidad pública. Sin embargo, estas situaciones despiertan en mí un rastro de inseguridad, temor y vergüenza que me retrotrae a tiempos de juventud cuando empecé a relacionarme con personas que política e ideológicamente se alejaban del caldo de cultivo de mi entorno familiar, abierto, ciertamente, pero propio de une jeune fille rangée.

Además, sonreír a diestro y siniestro es agotador, para una vieja como yo.

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Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

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