Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
Amnésicos emocionales
Hace unos meses leí en la prensa una noticia que me conmovió profundamente, aunque lo cierto es que no era nueva, pero en su momento la dejé pasar sin prestarle la atención que merece.
Se trata de algo que se produce en nuestro país desde hace ya unos años con algunas personas ancianas que son llevadas al hospital por su familia, por cualquier motivo médico, pero cuando les dan el alta ningún familiar acude a recogerlas. No estamos hablando de un hecho puntual y anecdótico, no. Hasta tal punto llega el problema que en algún hospital de las Islas Canarias han habilitado una planta para acoger a estas personas. Me parece algo escalofriante que merece una reflexión social y política que vaya a la raíz de semejante realidad y la aborde en toda su complejidad.
Pienso que esta práctica no es más que la punta de un iceberg que definiría como la amnesia afectiva que muestran algunos seres humanos cuando se trata del cuidado o de la mirada atenta hacia la generación precedente. Pienso en esos hijos y algunas hijas que apenas recuerdan que tienen madre, que no llevan incorporada en la ficha emocional el deber ético de ayudar, sostener y ofrecer una atención protectora hacia quienes durante años y años cuidaron con desvelo de ellos. Seres que no se sienten interpelados por un deber de reciprocidad y que muestran una infinita capacidad de ignorar y olvidar. Que consideran que cumplen con su deber con una rápida visita de médico de apenas media hora de vez en cuando o que, en el mejor de los casos, delegan los cuidados en otra persona (habitualmente una mujer). Una operación comercial que no tiene en cuenta el valor central de los vínculos.
Y a pesar de todo ello, con esa carencia en el alma, consiguen levantarse, ir a trabajar, salir con los amigos e incluso abrazar y besar a sus criaturas, ignorando que la justicia poética existe y que unas personitas que han crecido bajo un modelo cuidador y empático serán capaces de repetirlo cuando llegue el momento porque lo tendrán en su memoria afectiva y devolverán esa atención y desvelo recibidos. Sin embargo ―y de acuerdo con esta misma lógica de aprendizaje―, cuando lo que han visto es el desapego como norma, tienen muchos números de reproducirlo, dentro de unos pocos años. La vida pasa veloz.
Por supuesto que no pretendo cargar sobre las espaldas de las familias repletas de dificultades y carencias, una responsabilidad tan abrumadora y a veces inabarcable. El Estado, las Autonomías, las ciudades deben proveer de un sistema de cuidados y asistencia, de alojamiento, dignos y respetuosos, al que las familias puedan recurrir en busca de los recursos y apoyos necesarios para no sucumbir a la tentación del abandono por no poder atender frentes tan diversos e intensos haciendo todo tipo de malabarismos. En esto estamos de acuerdo, aunque todo ello no nos libera del imperativo moral de sentir desvelo por el bienestar y el sostenimiento de la vida de quienes anteriormente lo hicieron sin chistar.
Una sociedad empática, cuidadora y generosa propicia una corriente de cuidados y una tradición de responsabilidad ética que nos beneficia a todos, sin excepción.
Amnésicos afectivos, despertad.
Sobre este blog
Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
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