Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
Billete de ida y vuelta
Córdoba, junio de 1981 ― Barcelona, noviembre de 2023.
42 años separan estos dos momentos cruciales de mi existencia. Un amplio paréntesis en el que he vivido los años más significativos de mi vida personal, profesional, activista y ciudadana.
A principios de 1981 le anuncié a mi padre que tenía la firme resolución de trasladarme a vivir a Córdoba donde, después de una lucha más que titánica, había conseguido un contrato en la Universidad y, sobre todo, iba a iniciar un proyecto de vida ilusionante. La verdad es que no le hizo ninguna gracia, aunque, en su puro estilo Freixas, me hizo sus consideraciones personales sin dramatizar, argumentando que a su parecer se trataba de una apuesta demasiado arriesgada.
El motivo de mi traslado era, única y exclusivamente, mi relación con una persona que él consideraba que en poco tiempo iba a ser alguien demasiado mayor ―dentro de diez años vivirás con un viejo―. También le importaba el hecho de que dejaba atrás mi trabajo en la Universidad de Barcelona, una familia con lazos potentes y respetuosos, un bonito piso en el Putxet ―por fuera una selva, por dentro un bazar, en palabras de mi amigo Alfonso― y un mundo de relaciones ―la mayoría de las cuales él desconocía por completo y esas sí no le hubieran hecho ninguna gracia― con la gente de la Barcelona moderna y libre de los años 70, todavía lejos de la maldición de los años 80 que nos devolvió a todos al redil.
Estas cuatro décadas han pasado como un ciclón y, ahora, cuando estoy haciendo los movimientos necesarios para volver a Barcelona, mi ciudad natal, revivo con una enorme intensidad los pasos que di en ese momento y muchos de los acontecimientos, hechos y situaciones que he vivido en este largo periodo de tiempo. Los veo como si estuviera sentada en el sofá visionando una película. Algo enormemente emocionante y revelador.
La profecía paterna no se cumplió. Mi pareja vivió 40 años conmigo, creador e intenso hasta el último día. Poco antes de irse, me preguntó qué iba a hacer cuando él no estuviera, algo para lo que no tenía respuesta porque, en ese momento, era lo que menos me importaba, la verdad. Tampoco la tuve más adelante, cuando esta era una de las preguntas recurrentes que me hacían algunas personas, interesadas en conocer si pensaba volver a mi ciudad de origen. Mi piso ―Manhattan puro, en palabras de mi amiga Marta―, mis enmarañadas redes de amistad, mi compromiso ciudadano y feminista, y mi atareado día a día tratando de poner orden al legado de un artista poliédrico me tenían absorta.
Sin embargo, un día de este mes de marzo me cayó la ficha, como diría Clara Coria, y después de recordarme a mí misma que tenía ya 76 años, vi con claridad meridiana que era, ahora o nunca, el tiempo de volver a Barcelona.
A partir de ese momento, empiezo a sentir un huracán interior en el que intervienen la ilusión de retomar los rituales familiares y las antiguas amistades nunca abandonadas pero, sobre todo, la felicidad de vivir cerca de nuestro único hijo y al laíto del mar.
Cuando me entra la pena pienso que si en estas cuatro décadas he sabido mantener mis amistades barcelonesas ―a pesar de haber hecho una tesis doctoral, dos oposiciones, criado un hijo y convivido con un ser intenso y mágico―, cómo no voy a conseguir, ahora que dispongo de más sabiduría y tiempo propio, conservar mis potentes vínculos en Córdoba, en la era de internet y con una variedad de trenes que en 4:30 horas me transportan de una ciudad a otra. Es este un reto potente y común, amig@s.
Para mí, este está siendo un momento increíble de balance y agradecimiento. Una oportunidad de poner en valor las múltiples alianzas construidas en este tiempo. Recojo emocionada las palabras sinceras, tiernas, impactantes, de personas que aprovechando la coyuntura me dicen cosas que sólo se expresan en momentos cruciales como este. Palabras que viajarán conmigo, a cualquier lugar que vaya.
¡Gracias!
Sobre este blog
Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.
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