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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Semana y Santa. Una guía.

'Descendimiento', de Rogier Van der Weyden.

Juan José Fernández Palomo

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Domingo de Ramos. Entrada Triunfal.

Podía Jesús haber entrado en Jerusalén a los mandos de un tanque o de otro tipo de vehículo blindado con keblar, pero, dicen, lo hizo a lomos de un burro, un pollino que le prestaron en Betania, Palestina, donde cenó y durmió la noche de antes, y lo recibieron blandiendo ramas de palma o de olivo. Podían haberlo recibido con bengalas como si fuera el autobús del Maccabi llegando al estadio, pero no fue el caso.

Lunes Santo. La Sentencia.

En este diorama sale un montón de gente: romanos de la policía autónoma de la época, Poncio Pilatos, que era el delegado del gobierno de Roma, el cani de Barrabás, el tal Jesús y, además, Claudia Prócula que no ve claro el asunto. Yo creo que Prócula sabe que su marido, Pilatos, es un capullo y un “mandao”. En fin, la maqueta es chula, tiene teatrillo.

Martes Santo. Santa Faz.

En mitad de toda la putada, subiendo cuestas del poblado arrastrando troncos cruzados de madera, de pronto apareció la Vero. Siempre atenta y cuidadora, como su madre y su abuela, como sus hijas si las tiene. Verónica, que lo mismo detiene un desahucio que te sube unas pencas de acelgas al quinto piso, secó la sangre, el sudor y las lágrimas del protagonista acercándole un trapo a la cara. Un pequeño alivio selló un rostro en el lino para la posteridad. A face in the crowd. Por la cara. Por amor, por piedad (esa cosa que tanto falta). Vero, cuidadora.

Miércoles Santo. Paz.

No sé el porqué de que uno sea el ladrón bueno y el otro el malo. Están ahí, detrás de Jesús en el Calvario antes del matarile. Son Dimas y Gestas, personajes secundarios como siempre lo ha sido Harry Dean Stanton, como los parroquianos de un “dinner” en la barra de un cuadro de Hooper. Tampoco puedo llegar a saber por qué le llaman “Paz” a esta escena a la que al hijo de Dios le están quitando la ropa. No lo llevan a una sauna ni a un spa, no le quitan sus vestidos para eso. Son unos cabrones estos romanos. No veo “paz” aquí. Veo, más bien, inquietud.

Jueves Santo. Sagrada Cena.

Bueno, la cena fue frugal: básicamente unas aceitunillas del huerto de los olivos, huevas de maruca en salazón que trajo Pedro, el pescador, (esto sale poco en la iconografía que hay al respecto) y, eso sí, pan y vino. Pan ácimo, es decir, sin levadura y vino clarete, casi mosto sin fermentar. Tal vez fuese vino de tinaja, sea eso lo que sea. No había tetrabricks entonces, ni serigrafías en el cartón del tetrabrick que explicasen las cosas. Yo no entiendo de vino, sólo lo bebo.

Jesús, en la sobremesa, como no había ni tiramisú ni orujo ni nada a los postres, decidió, en su delirio, decir que aquel pan sin levadura ni gluten y aquel clarete eran como su carne y su sangre, y todos dijeron que sí y se echaron unas risas de gran camaradería como si estuvieran en un txoko vasco o en una cofradía o en un perol de parcelistas por legalizar.

Yo veo en las películas yanquis que los condenados a muerte pueden elegir su última cena. Suelen ser negros y casi siempre piden hamburguesas o pollo cajún. Son previsibles. Yo pediría callos, la verdad; pero aún no estoy en el corredor de la muerte.

Viernes Santo. Soledad.

Puede que la soledad sea, de alguna manera, la ecuación de nuestra vida moderna. Lo podemos ver en un vagón de metro o de tren, en un autobús… Todos y todas están solos y solas mirando una pantalla donde al otro lado también se conecta otra persona sola.

María está muy sola. Ha perdido a un hijo. Ha saltado a destiempo un eslabón de la cadena natural. Nunca estamos preparados para una cosa así. Lo digo porque mi madre murió cuando yo era muy chico y, después de tanto tiempo, hasta me parece correcto. Si yo me hubiese muerto antes que ella le habría dado un disgusto importante. Y eso no está bien. No se le hace eso a una madre.

Preguntadle a Manolete.

La soledad es una cosa privada, una especie de ropa que nunca dejas de vestir. Puedes estar rodeada de gente, de buena gente; pero si estás sola, seguirás sola, madre. Si yo tuviera una hija, jamas la llamaría Soledad. Que lo sepa el mundo.

Sábado Santo. 

Silencio total. Tómate un güisqui en un bar sin música. Ten respeto. Acuérdate de “El Descendimiento” de Van der Weyden. De cuando lo viste en El Prado. Llora como una madre. Callado. Suénate los mocos, tira el pañuelo a la papelera. Vete a casa. Pisa la calle mojada.

Domingo de Resurrección. Resucitado.

Dos veces dos he estado en la Pinacoteca de Brera, en Milán. Allí está el cuadro del Cristo muerto, la “lamentatio”, que pintó Andrea Mantegna. Jesús está muerto en una morgue cutre, posiblemente de un pueblo de Gaza, y su madre y su amiga, o lo que sea, Magdalena, lloran a su lado.

Un velatorio, por resumir. 

El cadáver es el de un tipo guapo, un poco jipi, con los músculos bien definidos y un lienzo “de pudor” que le tapa los genitales pero atisba a marcarlos gracias a la pericia de Mantegna y su técnica de “paño mojado” elevada a la máxima expresión. Por no hablar de “la perspectiva de la rana” a la que te ves obligado para ver bien el cuadro. Debes flexionar un pelín las piernas.

Mantegna hubiera ganado el “Word press photo” si hubiera habido en su tiempo fotos, premios, subvenciones y cosas de esas. Yo se lo doy, in memoriam.

Después de ver la Pinacoteca de Brera me tomé un negroni en un bareto del barrio y me pareció que, en el taburete de atrás, estaba el cristo de Mantegna recién salido del tanatorio y pidiendo otro negroni. Llovía un poco afuera. 

Jesús resucitado me estaba echando el aliento en el cogote.

 Y esa sensación me persigue desde entonces.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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