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De Ramos

Juan José Fernández Palomo

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Un tipo sobre un pollino entra por las puertas de Jerusalem, ciudad sagrada donde Trump ha mudado su embajada.

Ramas de olivo celebran la entrada de ese tipo a las murallas de la

ciudad bendita. A ese señor le espera una semana dura, de tribulaciones, dudas, cenas entre colegas, arrebatos, malaleche y dolor, dolor eterno, contagioso.

Uno de sus representantes, Benedicto 16 –como el modelo de un coche se llama- dice que las revueltas del mayo del 68 son las responsables de abusos a menores por parte de ciertos curas.

A Ratzinger siempre le ha preocupado el relativismo moral, por eso reniega del Concilio Vaticano y volvería a oficiar las misas en latín cuando ya no estudiamos esa lengua en los institutos.

En estos días, los cofrades, ajenos a las diatribas del Papa emérito, mueven el pescuezo de arriba abajo mirando el cielo o una app de información meteorológica en su samsung. Y una bolsa de pipas.

Un hombre sobre una burra recorre la ciudad lentamente y una familia asalta la autovía camino de La Barrosa.

Todos miran al cielo y al móvil, buscando un anticiclón en las Azores antes que una carnicería en el Calvario.

Esta puede ser la última Semana Santa de Benedicto emérito XVI. Ya se ha calzado sus zapatos púrpura, preciosos, de Prada, para caminar por la Eternidad.

Relativamente.

Ojalá que llueva.

https://youtu.be/rT8yTLzg-JU

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