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Piedad

Juan José Fernández Palomo

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Las películas del Oeste, las buenas, nos dejan lecciones de un código moral. Que podemos compartir o no, pero que es importante conocer, porque la vida nos va a poner delante distintas tesituras, una de ellas, su cara B: su ausencia.

De los westerns, entre otras cosas, hemos aprendido la relación del hombre y su caballo. De hecho, en una de esas raras y marcianas traducciones de títulos, en España conocimos una peli de John Ford como “Centauros del Desierto”. Nunca mejor dicho.

En esas películas veíamos como cuando un caballo, tras una travesía, cansado como el jinete, caía por un barranco desolado y se partía una o dos patas, reposaba inútil caído de costado.

Un caballo que transportaba, recorría senderos o ayudaba a cercar el ganado, estaba ya amortizado, dolorido, pasto de los buitres en mitad de un barranco de las Rocosas.

Su jinete le pegaba un disparo con un smith&wetson

en la cabeza y acababa con su dolor.

El niño que era yo cuando veía esas pelis los sábados por la tarde se estremecía y tardé en entenderlo. No había más remedio que poner un remedio.

Ángel –un nombre que parece diseñado para una misión- le dice a María José: “Dame la mano que quiero notar la ausencia definitiva de tu sufrimiento”.

No es sencillo. Podéis triturarme por comparar películas de vaqueros y caballos con un caso real donde muere una persona. Lo entiendo.

No es fácil. La piedad es un concepto abstracto.

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