Testosterona
Tenemos el susto en el cuerpo
Previsiblemente ninguno de los bravos muchachos que se molieron a palos en la Plaza del Moreal el pasado domingo habrá leído a Hermann Hesse. Tampoco es probable que se conmuevan con el delirio intimista de Keith Jarrett ni habrán sentido el latigazo mortal de los versos de Luis Cernuda. En su estrecho universo, no habrá sitio para los niños mutilados de Gaza y ni siquiera sabrán colocar en el mapa a la torturada ciudad de Járkov.
A estos machotes de fú les trae sin cuidado el cambio climático y la deforestación del Amazonas. El disparatado precio de la vivienda es un problema que siempre le compete a otros y nunca han dedicado una sola neurona a nada que no sea su puto culo. Al fin y al cabo, estos angelitos del señor han venido al mundo para soplar cerveza y reventar papeleras.
No es difícil imaginarlos persiguiendo moros y repartiendo mandobles entre desviados. Estos niñatos creen vivir rodeados de feminazis en un mundo que naufraga a la deriva. Cuando un machirulo siente la llamada de la testosterona en la sangre, solo busca imponer su dominio y exhibir su ridícula jerarquía.
La mañana del domingo un centenar de valerosos jovenzuelos desataron su furia en las inmediaciones del estadio de fútbol. No hace falta tener razones para romperse la crisma. Solo basta con sentirse gallito de corral y tener la necesidad imperiosa de montar el espectáculo en un apacible barrio obrero.
“Tenemos el susto en el cuerpo”, aseguraba el dueño de un bar arrasado por la batalla campal de los energúmenos. Y lo que nos queda, estimado amigo.
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