Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
El muerto vivo
Cuenta el escritor Manuel Vilas que al velatorio de su padre, donde estaban la familia unos pocos allegados y amigos y, obviamente, el cuerpo presente del finado, acudió un hombre conocido, pero no muy conocido.
El hombre, con respeto, se acercó al borde del ataúd y se quedó unos instantes mirando el cadáver.
Manuel Vilas cuenta que, al poco, ese hombre se dirigió hacia él y le dijo, más o menos, algo así: “tu padre y yo eramos ´quintos´, nacimos el mismo año en el mismo pueblo; no teníamos mucha relación, pero he venido a ver cómo sería yo una vez muerto”.
Vilas, el hijo del único y verdadero muerto, obviamente, flipó. Calló y saludó.
Ese hombre tenía una enfermedad terminal y falleció tres meses después.
Creemos que fue a verse. A verse antes de dejar de verse. Parecía buscar un espejo o el azogue de su espejo.
Todo velatorio es un escenario donde confluyen la comedia y la tragedia. Todo velorio es un resumen. Es una obra en la que los secundarios importan más que el personaje protagonista. Es, en stricto senso, un drama.
El otro día, muy de mañana, en una cafetería, por casual, me presentaron a un señor que había perdido unos meses atrás a su hermano. Uno de ocho hermanos. El hombre, se quitó el guante de lana para darme la mano. Oh, no se preocupe, dije yo. Sí, es lo correcto, dijo él. Y se volvió a poner el guante. Y cuando acabó el café y nos despedimos, se volvió a quitar el guante para volver a darme la mano.
Elegancia no escrita en ningún tratado de protocolo.
También los hermanos de mi padre eran ocho. Él, mi padre, era el mayor.
Recuerdo en un tanatorio a mi padre mirar en silencio tras un escaparate a su hermano menor muerto. Callado. Viéndose. El azogue del espejo.
Al muerto le gusta verse rodeado de gente viva; lo entiendo.
Mientras, los vivos estamos, cada vez más, rodeados de muertos.
Es lo que hay. Acepta.
Quítate el guante, pero no te vayas aún, hermano. Aún muerto te sigo queriendo vivo.
O viceversa.
Sobre este blog
Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
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