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Khadija Amin: “La comunidad internacional ha abandonado a las mujeres afganas”

Entrevista N&B a Khadija Amín, periodista Afgana y refugiada en España

Alejandra Luque / FOTOS Y VÍDEO: MADERO CUBERO

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Khadijah Amin (Afganistán, 1994) llegó a España hace casi tres años. El mismo tiempo que lleva sin ver a sus hijos. Huyó de su país de origen con el regreso de los talibanes, en 2021, y dejó atrás a sus tres menores, quienes están privados de la figura materna porque ella decidió divorciarse de su marido tras un matrimonio de violencia, represalias y prohibiciones.

A contrarreloj, se ha ido adaptando a las circunstancias que le ha tocado vivir. Cuando los talibanes regresaron al poder hace dos años, ella ejercía como periodista y presentadora del telediario de la televisión pública de Afganistán. En apenas tres días, pasó de ser la cara visible de las mañanas a coger un avión rumbo a España como refugiada.

Alejada de todoa la violencia que se ha asentado en su país, y con el objetivo de poder recuperar a sus hijos, Khadijah ejerce como periodista en España y siempre está ahí para alzar la voz para que Occidente conozca, de primera mano, las atrocidades a las que están sometidas las mujeres afganas. Y es por ello por lo que ha pasado por Córdoba, dentro del Seminario permanente de periodismo en zonas de conflicto Julio Anguita Parrado, organizado por la Cátedra UNESCO de Resolución de Conflictos de la Universidad de Córdoba.

PREGUNTA (P). No llevas velo.

RESPUESTA (R). No. Decidí quitármelo después de estar un tiempo en España. Tras pensar mucho, reflexioné y tengo que ser coherente. No puedo hablar de la situación que viven las mujeres afganas y de las imposiciones que sufren cuando el velo es una de ellas. Así que, me lo pongo cuando me apetece y porque nadie me lo impone (sonríe).

P. ¿Cómo te sientes siendo tú ahora la entrevistada?

R. Bueno, me pongo triste porque como periodista nunca en mi vida hice tantas entrevistas como estoy haciendo ahora. Desde que estoy en España, esta es mi vida. Pero, por otro lado, como mujer afgana puedo así visibilizar la situación de miles de mujeres y darles voz porque ellas no pueden ni hablar ni nada porque están encarceladas en sus hogares. Por eso, sí me siento muy orgullosa y no me canso de las entrevistas que pueda dar. También es cierto que a veces es duro volver al pasado, regresar a los recuerdos, a mi memoria… Pero debo seguir hacia delante porque tengo una responsabilidad con esas mujeres. Si no hablo, poco a poco se van a ir olvidando de las mujeres afganas.

A las mujeres afganas nos enseñan que tenemos que estar para servir a los hombres

P. Y a ti, ¿qué recuerdo te gustaría olvidar?

R. Si tuviera la oportunidad de cortar y olvidar recuerdos, o simplemente borrar de mi vida, eliminaría el tiempo que va desde que me casé hasta que me divorcié. Mi matrimonio fue forzado por mi familia y mi vida de casada estuvo lleno de violencia. Quiero borrarlo, pero es algo de mi vida.

P. ¿Cómo te encuentras ahora?

R. Ahora mismo, emocionada al ver las fotos de las mujeres quemadas porque yo también intenté suicidarme tres veces [la entrevista se realiza tras un paseo por la exposición Mujeres afganas, visitable en la Fundación Rafael Botí hasta el 2 de junio]. Cada vez que veo imágenes así, vuelvo a ese momento. Desde entonces, a mi hijo mayor le da miedo el fuego y cuando encienden velas de cumpleaños, ya que fue él quien me vio entre las llamas. Como era muy pequeño y no podía expresarse, pensaría que yo estaba dentro del fuego, pero menos mal que no me quemé, solo mis ropas. Por eso, cuando veo esas imágenes, tengo que controlarme para no llorar.

P. ¿Qué ocurrió para que llegaras a tomar esa decisión tan dramática?

R. Estaba cansada de tanta violencia y de tantos problemas. No quería continuar con mi vida. No podía hacer otra cosa nada más que suicidarme. Así que encendí el fuego pero al final…

P. ¿Dónde ocurrió?

R. En mi casa. Mi marido apagó el fuego y me dijo: “Si quieres suicidarte, vete a casa de tu padre. Ahí puedes hacerlo. Yo no quiero ser responsable de nada”.

P. ¿Cómo era tu vida antes de casarte?

R. Mi vida era normal. Empecé a estudiar en clases clandestinas durante el primer régimen de los talibanes porque no dejaban a las niñas estudiar. Una mujer nos daba clase para enseñarnos a leer y fue así como empecé a recibir clases de forma clandestina. Cuando en 2011 las tropas extranjeras entraron en Kabul, mis primas, mi hermana y yo nos estábamos preparando para un examen y poder empezar un grado. Ese fue un paso muy grande. Además, desde pequeña iba con mi hermano a aprender Inglés. Cuando cumplí 16 años, quise seguir estudiando, pero mi tío no me dejó.

P. ¿Tu tío?

R. Sí. En mi clase había chicos y mi tío no quería que que las chicas se mezclaran con ellos. Se lo dijo a mi madre y ya ella me dijo que no podía seguir estudiando. Mi padre, sin embargo, no dijo nada. De hecho, mi tío me dijo que si quería estudiar, tenía que cortar la relación con mi familia. Así que mi madre me dijo: “Hija, deja de estudiar”. Y no pude estudiar Inglés. Un año antes de casarme, empecé la carrera y mi marido me dijo que aunque nos casáramos, yo iba a poder seguir estudiando, pero no fue así. Me tuve que quedar en casa. Allí, mi cuñada –hermana de él- me daba clases porque yo estaba estudiando para ser matrona. Ella era profesora de universidad. Así estudié la carrera. Como mujer, no podía salir fuera, así que así estudié en casa hasta que obtuve el certificado. Después de mi divorcio, empecé a estudiar periodismo para trabajar como periodista.

He empezado mi vida tres veces: cuando nací, cuando me divorcié y cuando llegué a España

P. ¿Allí en Afganistán?

R. Sí. Cuando los talibanes tomaron el poder en 2021, yo estaba estudiando mi último año de la carrera y no me dejaron terminarla, así que quiero retomarla. No obstante, me da miedo por tema del idioma, ya que no tengo un nivel para estudiar en la universidad. Y es que yo no quiero solo estudiar, sino también sacar notas altas. Por eso he decidido esperarme un poco.

P. ¿Tienes más hermanos?

R. Sí, dos hermanos y una hermana.

P. ¿Y cómo era la vida de ellos?

R. Podían estudiar sin problema. Para ellos sí hay muchas oportunidades. Para las chicas, no. Mis hermanos se casaron con sus amantes porque también tenían novias, pero mi matrimonio fue forzado. Mi familia me obligó a casarme con un chico a quien no conocía.

P. ¿No lo conocías de nada?

R. De nada.

P. ¿Lo conociste el día de la boda?

R. No, el día del compromiso. Recuerdo que él tampoco quería casarse conmigo. A él también lo obligaron. Como chica, me adapté a él y a buscar una manera de amarlo, pero él nunca quiso vivir conmigo. Solo decía que era la madre de los hijos, no una mujer a la que amar. Que ahí tenía que estar yo para cuidar a los hijos.

P. ¿Cómo se aprende a amar a una persona a la que ni siquiera conoces?

R. Es la cultura de allí. Se ve como algo normal que tú empieces a amar a alguien cuando ya estás casada. Al final me enamoré de él y yo quería que él también me quisiera, pero no lo conseguí. Lo intenté mucho y busqué las maneras, como no salir de casa sola sin su permiso, pero fue imposible.

Tengo miedo a que los talibanes se queden para siempre y que las niñas no puedan estudiar

P. ¿Cambiaste la vestimenta cuando te casaste?

R. Sí, llevaba el burka.

P. ¿Y anteriormente llevabas velo?

R. Sí, un hijab negro. Pero cuando me casé, me tuve que poner el burka porque él no quería que saliera únicamente con el velo. Lo hablé con él, pero no hubo manera.

P. ¿Y cómo se ve la vida a través de un burka?

R. Piensas que estás en una prisión. No puedes ver el mundo ni respirar. Nadie te conoce. No sabes quién está ahí debajo. No tienes identificación. Te quitan tu identidad. Cuando me casé no salía sola, no estudiaba… Trabajaba mucho en casa: preparaba la comida, limpiaba… Hacía todo eso para intentar que él me amara, pero me decía que eso nunca pasaría, que no era su mujer, sino la chica que cuida de sus hijos. Me decía: “A ti no te quiero”. Y eso me hacía tanto daño… ¿Cómo alguien te puede decir eso? Dejé mi vida y mi familia por él. Las mujeres afganas no tenemos casa: hasta que nos casamos, estamos en la casa del padre. Después, en la casa del marido.

P. Estando casada, ¿regresaste algún día a tu casa familiar?

R. Nunca. Solo cuando nacieron mis hijos. Fíjate, llegué a pensar que después del nacimiento de los niños, me amaría, pero no fue así. Además, él solo quería tener hijos. Me llegaba a decir que si estaba embarazada de niñas, tenía que abortar. ¡Pero eso no dependía de mí! ¡No es algo que yo pudiera decidir! Y eso que él tenía hermanos y hermanas médicos. Cuando nació mi hijo mayor, pensaba que él iba a cambiar, pero no. Así que decidí tener otro hijo… En Afganistán nos dicen que nuestro marido nos amará cuando tengas hijos. En el segundo embarazo tuve mellizos y pensé: “Como son dos niños, me amará mucho”. Pues tampoco cambió nada. Además, en Afganistán, cuando nacen los niños, el nombre de la madre no aparece en la carta de nacimiento.

P. ¿Cómo?

R. Así es. No consta que yo sea la madre de mis hijos. Ahora estoy luchando por recuperarlos. Cada vez que me piden documentos para demostrar que soy su madre, digo lo mismo: “No tengo nada porque en las cartas de nacimiento escriben solo el nombre del padre”. Solo puedo hacer una prueba de edad y nada más. Es muy duro. Es que son mis hijos. Yo les di a luz y no tengo ningún derecho sobre ellos. A todo esto se suma que después de un divorcio, los hijos se quedan con el padre. Eso es así por ley. Las madres no tienen derecho de custodia y yo llevo sin ver a mis niños desde hace tres años. Además, si las mujeres divorciadas se vuelven a casar, se quedan sin sus hijos. Por eso muchas mujeres aguantan, por no perder a sus hijos.

El burka te quita tu identidad

P. ¿Cuánto tiempo estuviste casada?

R. Casi seis años.

P. Y durante ese tiempo, ¿fuiste feliz?

R. Solo cuando nacieron mis hijos.

P. La organización Human Rights Watch calcula que el 87% de las mujeres afganas sufre algún tipo de maltrato. Además del psicológico, ¿fuiste agredida físicamente?

R. Sí. Muchos maridos afganos son maltratadores. Cuando él me empez a maltratar psicológicamente le dije que me quería ir a casa de mi madre, pero no me dejaba y le tenía que pedir permiso, pero era mi derecho poder irme. Era mi madre.

P. ¿Él era mayor que tú?

R. Sí. Creo recordar que casi diez años.

P. ¿Sabías que la vida de casada de una mujer afgana era así?

R. No. El de mis padres fue también un matrimonio forzado por los hermanos de mi madre, porque ella no quería, pero él no era un maltratador. Cuidaba mucho de ella. Mi madre tenía 16 años cuando se casó, pero siempre nos explicó que mi padre le cuidaba muchísimo. En aquel momento, mi madre era una niña. ¿Cómo iba a cuidar a un hombre?

P. ¿Qué edad tenía él?

R. No lo recuerdo, pero era mayor que mi madre. Él estaba enamorado de ella. A pesar de que mi madre siempre nos dijo esto, mi padre sí le pegó una vez una paliza cuando yo era muy pequeña. El motivo fue que yo me caí al suelo. En Afganistán, cuando los niños enfermas o las mujeres se van a casa de sus madres, los maridos pegan a sus esposas. Si un hijo o hija enferma, la madre tiene que estar toda la noche en vela.

Mi marido me decía que si estaba embarazada de niñas, tenía que abortar

P. ¿Tu exmarido cuidó alguna vez de vuestros hijos?

R. Nunca. Recuerdo el día que nacieron mis mellizos. Esa noche, ellos lloraban y también mi hijo mayor porque él no aceptaba la llegaba de sus hermanos. Al final, yo también acabé llorando y mi exmarido no fue ni siquiera para levantarse o encender la luz, porque la habitación estaba muy oscura. Yo necesitaba luz para ver cómo podía ayudar a los gemelos. Así que, mi hijo mayor se fue a la habitación de su abuela. Él no me ayudaba a cuidarlos. De hecho, me decía que se quería cambiar de habitación porque le molestaba la voz de los niños. En ese momento me decía que los niños eran míos y que era yo quien los tenía que cuidar. Ahora, estando divorciados, dice que los niños son suyos. Recuerdo también que los niños lloraban mucho cuando los vacunaban, así que me tuve que ir a casa de mi madre porque yo no podía con los dos.

P. Ahí sí te dejaba que fueras a casa de tu madre.

R. Sí, sí, porque además no quería que su madre cuidara de mis hijos porque para eso no estaba ella. Cuando estábamos en casa, si yo estaba en la cocina, los tres tenían que estar ahí conmigo.

P. ¿Tuviste relación con tus exsuegros?

R. No mucha, aunque mi suegra si cuidaba mucho de mí, como mi madre. Era como su hija, aunque dicen que en Afganistán, las suegras y las nueras no se llevan bien.

P. Bueno, yo creo que eso se dice en todo el mundo.

R. (Ríe)

P. Y antes de separarte, ¿le comentaste a tus padres que te estaban maltratando?

R. No, prefería no decir nada a mi familia porque no quería que hubiera problemas. Pero cuando lo conté, uno de mis hermanos fue una vez a hablar con mi marido para poder solucionar los problemas. No sirvió de nada, así que decidí divorciarme. No había otra manera de continuar con él. Hasta en ese paso, él me engañó. Me dijo: “Vamos a divorciarnos por un periodo corto de tiempo y después volvemos a estar juntos”. Pensé que esta sería la solución y le creí, pero no fue así. Él solo me engañó para no tener que pagar la dote.

El día de la boda es muy duro para una chica afgana

P. ¿Cómo?

R. Cuando un hombre no quiere estar con su mujer, o al contrario, él tiene que pagar la dote que entregó cuando se casó. Así que me amenazó y me dijo: “Si quieres divorciarte, podemos llegar a un acuerdo. Tienes que ir al juzgado y decir que no quieres nada mío. Si no haces eso, te mato a ti y a tu familia”. Si no se hubiera llegado a un acuerdo, él habría tenido que pagar la dote a mi padre. Así es nuestra religión. Cuando ocurrió esto le dije que no me hacía falta su dinero y que un día vería a dónde era capaz de llegar. Tengo una vida en la que no necesito a ningún hombre: mi trabajo, mis actividades, mi libertad… Para mí, esto es muy importante.

P. ¿Cómo recuerdas el día de tu boda?

R. No era una boda como la de otras mujeres. Algo que siempre se me ha quedado en el recuerdo es que no pude comprar mi vestido, sino que lo adquirieron las hermanas de mi marido. Ahora digo que si algún día me vuelvo a casar, lo compraré yo y seré yo quien organice la boda.

P. ¿Tampoco pudiste organizar tu boda?

R. Nada de nada. Ni las cartas de invitación, ni el hotel…

P. Ese día tampoco fuiste feliz.

R. Para una chica afgana, ese día es muy duro. Se separa de su familia y se va a casa de alguien a quien no conoce de nada. En la noche de bodas, se decide una cantidad a pagar a cambio de la mujer. Si una niña o una joven no llega virgen a la boda, es que algo ha pasado. Muchas mujeres mueren asesinada por no ir vírgenes. Esto era algo que a mí también me daba mucha rabia. Una mujer no puede tener relacione sexuales fuera del matrimonio. La matan.

P. ¿Era el primer divorcio que se producía en tu familia?

R. No, no.

P. ¿Y cuál fue la reacción de tus padres y hermanos?

R. No me dijeron nada y tampoco me apoyaron. Después de seis años casada, para mí era durísimo, por ejemplo, ir sola al juzgado, pero nadie vino conmigo.

Llevo tres años sin ver a mis hijos

P. Consigues separarte, retomar tus estudios e, incluso, trabajar. ¿Qué estabas haciendo cuando los talibanes tomaron el poder hace dos años?

R. El día de la caída de Kabul… Fue un día normal. A las 9:00 fui a presentar las noticias y salí a la calle para preparar otro reportaje, pero vi que la gente estaba muy nerviosa y preocupada. La población quería sacar el dinero de los bancos, corría… Así que dije: “Aquí va a pasar algo”, pero de verdad que no pensaba que se tratara de la entrada de los talibanes en Kabul. Me fui a hacer vídeos y entrevistas para preparar mi reportaje, regresé a la televisión y ya ahí me dijeron que no podía continuar, que estaba loca, que iban a venir los talibanes y me iban a matar. En la televisión me dijeron que no querían ser responsables de nada y que me tenía que ir a mi casa. Fue muy duro para mi. Salí pensando en que esos eran los últimos momentos en los que yo iba a estar en ese edificio. Pensaba: “Es que si los talibanes toman el poder, yo no voy a poder volver”. Y así ha ocurrido.

P. ¿Intentaste regresar?

R. Sí. Al tercer día de la toma de Kabul, regresé para hablar con mi jefe para que me dejara presentar las noticias, pero me dijo que las mujeres no podían trabajar. Yo no hacía nada más que preguntarle por qué. Solo quería presentar las noticias para que el mundo supiera qué estaba pasando, pero no me dejaron.

P. Cuando llegan los talibanes, todos los medios de comunicación transmitieron lo que ellos afirmaban: que las mujeres iban a poder seguir trabajando y las niñas, estudiar. Pero no ha sido así.

R. No, no, claro que no. Al segundo día de la llegada de los talibanes, su portavoz dijo que las mujeres podrían seguir estudiando y trabajando. Por eso yo regresé a mi puesto de trabajo al tercer día y vi que lo que decían no era verdad. En el checkpoing de la oficina, los soldados de los talibanes me amenazaron y me dijeron que me tenía que ir a mi casa. Les pedí por favor que no, que me dejaran hablar con mi jefe para ver qué podía decir él. Después de mucho insistir, me dejaron pasar, así que fui a hablar con mi jefe, pero ya no estaba él. Los talibanes habían puesto a uno. Aún así, le pedí por favor que me dejara presentar la noticias, que se supone que no eran los talibanes del 96. Aún así me dijo que no, que las mujeres no podían trabajar, que me tenía que ir a mi casa.

P. Y te fuiste a casa de tus padres.

R. Sí.

P. ¿Ellos siguen allí?

R. Sí.

P. ¿Cómo huiste tú?

R. Me llamó una periodista de El País, Mónica Ceberio, y me dijo que mi nombre estaba en una lista para poder salir y viajar hasta España. Y dije que me iba.

He salido de tantos problemas que ahora me mueve pensar que un día estaré con mis hijos

P. ¿No te lo pensaste?

R. No. Me fui con una mochila en la que no había ropa, solo unas cosas muy básicas: un vestido y un velo amarillo.

P. ¿Por qué amarillo?

P. Antes de ir al aeropuerto, los militares españoles me dijeron que llevara algo amarillo y rojo para demostrar que era la persona a la que estaban buscando. Como había mucha gente, cada persona tenía que llevar algo del país con el que se iba. Yo no sabía que esos colores eran los de la bandera de España y pensé: “¿Por qué rojo y amarillo? ¿Qué es esto?”. Pero bueno, llevé un velo amarillo.

P. ¿Conocías a esta periodista de El País?

R. No, no. Yo solo conocía a un hombre chileno que me hizo entrevistas antes de la caída de Kabul, unos tres días antes. Después de una semana, me llamó y ya me puso en contacto con Mónica, ya que él estaba colaborando con El País. Ya en el aeropuerto, no había sitio para dormir. Había familias que tenían casitas de cartón porque no había nada más. Allí sí nos dieron ropa y algunos alimentos, hasta que llegábamos a Torrejón de Ardoz. Ahí también nos dieron más ropa y cosas para ducharnos.

P. ¿Conocías algo de España?

R. Nada, solo el Real Madrid. Cuando estudiaba en la escuela, tenía la asignatura de Geografía y ahí vi algo de Europa y supe que España era un país. De eso hace más de 15 años.

P. Cuando decidiste irte, ¿llamaste a tu exmarido para que lo supieran tus hijos?

R. No, no tuve tiempo de llamar a nadie. Solo se lo dije a mi madre. Cuando llegué a España contacté con mi exmarido y le dije que si quería venir, que podía intentar que todos estuvieran en España. Me dijo que sí y preparé todos los papeles, como una especie de salvoconducto. Esto fue en septiembre de 2021. Iban a poder salir por la frontera de Pakistán, ya que allí había colaboradores españoles. Sin embargo, en el último momento me dijo que no. No me lo podía creer. Le pregunté que qué quería, que no hacía falta que viviera conmigo, que si se quería ir a otros país, por mí no había problema. Mi objetivo era que saliera de Afganistán para poder tener acceso fácil a mis hijos, como ocurre en Europa.

Cada vez que veo a mujeres con niños me emociono mucho

P. ¿Dónde están ahora tus hijos y él?

R. Creo que en Alemania.

P. ¿Crees? ¿Él no te lo confirma?

R. No, finge que están en Afganistán. Y los niños, también. No me permite hablar con ellos. Los llamo cada tres o cuatros semanas y solo puedo hablar un poquito. Además, llevo tres años sin verlos.

P. ¿Cómo vives eso?

R. Es muy duro. Cada vez que veo a mujeres con niños me emociono mucho. Pero soy una mujer fuerte y pienso que algún día estaré con ellos. Voy a luchar por conseguirlo. No quiero pasar mi vida pensando y llorando por mis hijos, aunque a veces grito y lloro en mi casa. Me pregunto continuamente por qué e, incluso, me planteé poner fin a mi vida, pero no. He salido de tantos problemas que ahora me mueve pensar que un día estaré con mis hijos. Este pensamiento es lo que me da fuerza para seguir. Una madre tiene que luchar por sus hijos para que ellos sepan que su mamá nunca ha dejado de pensarles. Mi madre llora muchísimo en casa porque mis hermanos y yo hemos salido de Afganistán, pero le digo que ella nos puede llamar cuando quiera. Sin embargo, yo no puedo ver a mi hijos y ni siquiera sé dónde están. Los niños quieren una madre fuerte, por eso intento no llorar. Es muy duro, pero estoy aquí luchando para salir adelante, para tener un futuro y una vida para cuando mis hijos estén conmigo. Cuando llegue ese momento, no quiero que les falte de nada. Estoy luchando por ellos para que, cuando vengan, sepan que su madre era una mujer que nunca los abandonó. Ahora soy una mujer afgana diferente.

P. ¿Tu familia te pregunta por tus hijos?

R. No. Tampoco tengo información de ellos: no puedo decir que están bien, dónde están o qué hacen. Pero cuando consigo hablar con ellos y se lo digo a mi madre, sé que se pone muy triste. Ella sabe que para mí está siendo muy duro, así que no quiero que sepa que para mí es un proceso doloroso y que lloro por mis hijos. A mi familia no le cuento mis problemas. Cuando estaba en Afganistán sí los contaba y me decían que por qué me tuve que divorciar, que tenía que haber aguantado.

P. ¿Alguna vez has pensado que la vida iba a ser tan dura?

R. No. Pensaba que mi vida iba a mejorar después de tener a mis hijos, pero no fue así.

P. ¿Cómo está siendo ejercer el periodismo en España?

R. Ahora trabajo en el servicio audiovisual de Telefónica y estoy haciendo un documental sobre la situación de las mujeres en Afganistán para TVE. Además, de esto escribo también en 20 Minutos, donde colaboro. Ejercer el periodismo en España es muy diferente a como lo hacía en mi país. Allí, aunque había democracia, tuve que luchar mucho contra la sociedad porque no aceptaba a los periodistas y a una mujer divorciada y periodista, menos. En mi oficina no podía preparar los reportajes que yo quería porque siempre le daban la oportunidad a los hombres. Es por esto por lo que yo siempre estaba en conflicto con mis compañeros. Pero a mí me daba igual: yo actuaba como una persona ciega y sorda porque mi profesión era mi vida. Pero en España, todo es normal.

⁠Ahora soy una mujer afgana diferente

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