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REPORTAJE

Los últimos vecinos del kilómetro cero del turismo en Córdoba

Candados con llaves de pisos turísticos en una casa de Córdoba

Juan Velasco

5 de mayo de 2024 19:49 h

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En la calle Cardenal Herrero, la vía que rodea el muro norte del Patio de los Naranjos de la Mezquita Catedral, hay censados siete vecinos. Y, en mitad de la vía, está la calle Céspedes, una de las más concurridas de la ciudad, que conecta la zona con Las Tendillas, y en la que hay censados un total de 30 residentes.

Si uno hace una búsqueda sencilla en la plataforma Airbnb, que oferta exclusivamente pisos turísticos, ya salen más de 40 camas para alojarse en la zona. Eso sin contar los hoteles, que no salen en este portal. AirDNA, una web que monitoriza el fenómeno de los pisos turísticos, muestra que, en el último año, ha habido activos anuncios de unas 22 viviendas de uso turístico en esta zona.

Si uno vive en esta calle, el supermercado más cercano está a medio kilómetro, en la calle Málaga, a donde hay que llegar por una cuesta con un desnivel importante. La farmacia más cercana está a un kilómetro, igual que la papelería más cercana, si urge hacer fotocopias. Y, para ir al colegio público más cercano, hay que moverse hasta San Basilio, al CEIP Santos Mártires (el Santa Victoria es la opción concertada más próxima). En cuanto a la salud, si uno tiene médico, unos 600 metros alejan esta vía del punto público más cercano, el Lucano, que no tiene servicio de Urgencias.

La ciudad de los quince minutos y los dos millones de turistas

En realidad, como en casi toda Córdoba, todo cumple la máxima de la ciudad de los 15 minutos. La diferencia está en que, hace poco más de una década, para encontrar este tipo de comercios no hacía falta salir del barrio, por el que han llegado a transitar dos millones de turistas (el año pasado, sin ir más lejos). Hoy, sin embargo, lo que predomina en la zona son las tiendas de souvenir. Sobreviven los restaurantes y algunas tabernas con un fuerte componente identitario, capaces de plantar cara a las cadenas de restauración y comerciales que se han instalado y que convierten esta calle en una mímesis del resto de ciudades turísticas.

En apenas unos metros, uno encuentra un Burger King, una tienda Sabor a España, una heladería Carte D’or o un Starbucks, entre otros. Son establecimientos que permiten a los turistas sentirse como en casa estando a miles de kilómetros de casa. También los alejan un poco del espíritu de la ciudad, una de las pocas capitales de Andalucía que se resiste al fenómeno de la gentrificación.

De hecho, Córdoba ha aguantado estoicamente ante el empuje del turismo de masas. Lo hizo durante los años previos a la pandemia, en los que hubo un boom de pisos turísticos irregulares que cortaron las plataformas. Sin embargo, el fenómeno está en explosión desde 2022, de manera que cada día la Junta registra dos licencias de viviendas de uso turístico. La mayoría lo hacen lejos de esta zona, sencillamente porque allí no queda mucho que explotar.

Rafael: “A mí es que me gusta el ruido”

Rafael, sin embargo, vive muy feliz en la zona. A él y a su mujer solo los echan, según bromea, con un cheque de medio millón de euros encima de la mesa. Eso dice que vale su casa, una de las pocas que da la zona norte de la Mezquita de Córdoba. De hecho, solo dos residentes actualmente disfrutan de esas vistas. El resto de balcones son pisos turísticos o negocios hoteleros. Rafael tarda en bajar de su casa, lo hace cuando la mañana ya está avanzada. Sale bien maqueado de su bloque y bromea con que va a coger la Vespa y a darse un paseo, que es cómo el llama a deambular por su barrio de taberna en taberna, haciendo algunos recados. Aunque Rafael no tiene queja de la zona en la que viven él y su mujer, reconoce que ha cambiado muchísimo. “Antes vivía mucha gente, ahora vivimos cuatro, qué se le va a hacer”, señala este veterano vecino mientras toma un café en el patio del Hotel Marisa, acompañado de Manuel Fragero, el gerente de este establecimiento, y presidente de la Asociación de Empresarios de Hospedaje de Córdoba (Aehcor).

La conversación entre ambos fluye con naturalidad. Son vecinos, a su manera, aunque solo Rafael viva en el barrio y Manuel acuda a trabajar. También tienen alguna anécdota común. Como cuando unos turistas les echaron agua desde un balcón. “Gamberros hay en todas partes”, defiende Rafael, que considera que el turismo es algo positivo para Córdoba, aunque haya acabado con la vida comunitaria del barrio. Lo que no ha cambiado es el ruido y el bullicio en una zona que ya era turística antes de que explotara el turismo de masas. “A mí es que me gusta el ruido. Que a las dos de la mañana lleguen los de Sadeco a baldear las calles, el follón de transporte y el suministro de las tiendas por la mañana”, reconoce Rafael, que insiste en que, aunque ha recibido ofertas por su casa, todas han sido “un intento fallido”.

En este ámbito, remarca que, más que él, es su mujer la que no se quiere ir del barrio en el que nació. Él se vino a vivir cuando se casó con ella y sus hijos han crecido entre esta zona y otro piso más céntrico.

Cuando el Patio de los Naranjos era un patio de recreo

Fueron los últimos niños que jugaban en el Patio de Los Naranjos. También lo fue Sergio, propietario del Hotel Los Patios, ubicado en el que fue último colegio de esa calle, hace ya cuatro décadas. Sergio recuerda que, cuando su abuelo compró el edificio, todavía vivían en él 13 familias. Lo que hoy es un hotel, hace 50 años era una corrala. En aquel entonces, su abuelo permitía que el patio lo usaran los niños del colegio. Luego, tras su cierre, el edificio se convirtió en un restaurante y hoy es un hotel. El propio Sergio correteaba y jugaba al fútbol en ese mismo patio o en el Patio de los Naranjos de la Mezquita, algo que hoy es impensable, ya que este emblemático espacio está totalmente tomado por los turistas, y vigilado constantemente por la seguridad privada del Cabildo.

¿Se pierde la identidad de la ciudad cuando se deja marchar a los residentes para que los barrios los ocupen los turistas? Para Manuel Fragero, la principal fortaleza de Córdoba es su herencia cultural y patrimonial, capaz de resistir estos embates. “Estamos en una ciudad única. Esto lo tenemos todos claro, pero también es una ciudad con un punto conformista. Y eso hace que determinadas partes de la sociedad cordobesa no sean muy proactivas a la hora de mostrar la identidad cordobesa. Esto se ve en el comercio de esta zona, que da un poco de lado a lo que nos diferencia”, reflexiona el empresario. Para ello, no obstante, considera que es el momento de poner coto de algún modo al turismo. “El turismo, si no se ordena, al final puede ser un problema. Nosotros, desde Aehcor, demandamos que haya un orden, que haya un registro municipal de viviendas turísticas; y que se habilite o se apoye desde el Ayuntamiento a los inspectores de turismo para que tengan más recursos. Porque, al final, con la proliferación de licencias turísticas, se está convirtiendo un suelo que es residencial en un suelo terciario. Y después de eso, lo que viene, es que se pierde la identidad de los vecindarios”, señala Fragero, no sin antes recordar que hay una cara B de este fenómeno.

“Ya estamos en un punto en el que no encuentras a vecinos que quieran vivir en esta zona. Primero, porque la ciudad se está expandiendo por otras zonas que son más atractivas para las familias. Y luego, porque necesita unos servicios públicos, aparcamiento, ordenamiento de las calles… La gente no sabe los cortes de calles que se sufren en este entorno por determinadas actividades. Es evidente que es complicado hoy encontrar un perfil de personas que quieran vivir en el Casco Histórico”, apunta.

Lo que no se sabe es qué ocurrió antes: si fue el turismo el que hizo que los vecinos se fueran de la zona, o si fue el éxodo vecinal extramuros (un fenómeno que ocurre en todas las ciudades patrimoniales) el que convirtió a esta zona en un caramelo para el alquiler vacacional. El presidente de Aehcor introduce un punto gris: “Al final, el turismo es un motor de desarrollo social y económico y ayuda a que determinados barrios se levanten. En Córdoba se vio ese caso muy claramente en el Plan Urban de la Ribera. La Ribera era una zona totalmente distinta y hoy se ha transformado en una zona fantástica para pasear, en un sitio seguro y que mantiene vida vecinal”.

La ley por detrás del fenómeno

Para Ángel, uno de los comerciantes de la calle Céspedes, el turismo también es un motor de desarrollo, aunque cada vez lo mira con mayor recelo. Trece años lleva regentando su tienda, ubicada en una de las calles más transitadas de la ciudad y, desde hace un lustro, cada vez lo hace con mayor temor al fin de semana. “El turismo que está viniendo a Córdoba, en general, a mí no me gusta. No es el de antes de la pandemia. Viene mucho turismo, pero no viene turismo de calidad. La mayoría sí, pero es que, sobre todo los fines de semana, es un desastre, porque se llena todo de despedida de solteros y vienen a hacer el gamberro”, sostiene Ángel, que añade que este tipo de grupos, ni hace mucho gasto, ni respeta a quienes viven y trabajan en la ciudad.

Ángel habla también como vecino de la zona, pues reside en Blanco Belmonte. Y lo primero que señala es que en su calle ya hay seis o siete pisos turísticos, un fenómeno que le parece imparable, y que tiene su propio símbolo: los candados que se sitúan junto a los tradicionales porterillos, para aquellos anfitriones que ni siquiera se preocupan en recibir a los huéspedes a los que alquilan sus casas.

Es también un modo de invisibilizar el fenómeno, despojándolo incluso del elemento humano. Las interacciones entre anfitrión y huésped cada vez se van diluyendo más hasta el punto de que todo queda en un mensaje de Whatsapp con indicaciones para abrir un candado, que incluye una llave que da acceso al piso. En el interior, con suerte, unos cuantos mapas y folletos turísticos, la única guía que ayuda a conducirse en una ciudad de riquísima cultura que, para colmo y a pesar del estallido de la oferta de viviendas de uso turístico, no consigue superar el sambenito de ser “ciudad de paso”, con una estancia media que rara vez supera (cuando llega) las dos noches.

Ángel se cruza de brazos. “Contra eso parece que no se puede hacer nada. Eso va por delante de nosotros. Es como la tecnología, va siempre por delante. Las leyes van por detrás. Y a mí lo que me gustaría es que lo estudiaran bien, porque a nosotros nos exigen unas normas y unas condiciones para poder abrir un negocio. Y eso está ahí, en el limbo, de momento... Esperemos que no sea demasiado tarde cuando lo arreglen”, afirma antes de despedirse y volver al trabajo.

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