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La memoria es nutritiva

Juan José Fernández Palomo

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Recuerdo un amplio ventanal que daba a la Sierra por un lado y a las pistas deportivas por otro. Y unas mesas, hoy serían bajas para mí, con forma hexagonal y de color verde agua. Así era el comedor de mi cole en un barrio de la ciudad.

Sin ser presidente de gobierno, consejero, ministro o señor calvo con traje oscuro -de momento-, yo puedo decir que inauguré el colegio público de mi barrio. Bueno, yo y decenas de niños y niñas de mi edad que entramos a las clases de primero de EGB el mismo día, cuando aún olían a pintura fresca y sobre sus pizarras todavía no se había estrenado la tiza.

No hace tanto tiempo de esto. Haciendo gala de mi tonta coquetería folklórica no daré fechas, pero puedo decir que fue hace más de tres decenios y pico.

A mediodía, después de clase, teníamos otro recreo de media hora, básicamente dedicado al fútbol y después nos lavábamos las manos y entrábamos al comedor: macarrones, sopa de estrellitas, croquetas, lentejas, cocido, acelgas (un drama), pescada frita... Y luego, un recreo de hora y media (canicas, intercambio de estampas...) hasta las clases de la tarde.

Recuerdo que unos cursos más tarde de aquel primer día mis compañeros y yo hicimos la Primera Comunión en el comedor del colegio. Se retiraron las mesas hexagonales, se dispusieron sillas en filas y se improvisó un altar con la mesa de un profesor. El cura era don Pedro.

Con la distancia del tiempo ahora pienso que qué mejor lugar para zamparse por primera vez el cuerpo de Cristo que un comedor. Y es que, junto al parque, la parroquia aún estaba en construcción. En aquella época no estaba yo para disquisiciones urbanísticas, sociales o antropológicas, pero no me digan que no es un puntazo que en mi barrio se construyese antes el cole que la parroquia. Alimentemos primero el conocimiento y el estómago; luego, el espíritu. Después, todo junto.

Me acuerdo de todo esto ahora que leo que 122 colegios andaluces se han quedado sin servicio de comedor afectados por el conflicto laboral de una empresa de catering. En mi cole todos conocíamos el nombre de pila de las dos cocineras y, naturalmente, de los profesores de turno que servían las mesas. Puedo asegurar que ninguno se llamaba Brassica ni nada por el estilo.

No quiero con esto afirmar aquello de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. No me lo creo ni me lo quiero creer. Se trata de un simple ejercicio de memoria, que nunca viene mal.

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