Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
El ataque de los Tiquismiquis
Estábamos en una reunión de las familias.
Hablábamos de Europa, como si fuera cosa ajena, como siempre, hablábamos también de los olivos de mi suegro, de los cochinos bajo los chaparros que cuida mi tío, de una cooperativa de ajos que había visitado Alberto Garzón de joven con unas botas que le prestaron y del pepino que mordisqueó una ministra o una consejera o lo que fuera en ese momento vestida con un EPI bajo los plásticos de los campos de Níjar. Y nos reíamos.
Era una velada magnífica, todo transcurría bien entre nuestras chanzas y los buenos alimentos.
Serví platillos blancos con isletas de aceite de oliva virgen de primer prensado en frío acompañados de lascas de pan de telera para mojar. Al lado había jamón de cerdos que habían pasado sus últimos meses de vida comiendo bellotas de la montanera y jugando partidos de cricket bajo las encinas como aristócratas antes de morir. Buena vida.
Estábamos los Corleone, los Tattaglia, los Barzini, los Cuneo –unos panzzi-, los Stracci y los que teníamos colocados en el gobierno: los Garzonni y los Planni (también conocidos como los “rana”). Faltaba el de FACUA, Rubén, que va a su bola.
Serví frascas de vino de pitarra de la Sierra y también generosos de Montilla y alrededores, y hablaron de Pedro Ximénez y la conversación se tornó histórica.
Todo antes de poner en la mesa bandejas generosas de costillares ibéricos de porco preto y faldas de borrego convenientemente despellejadas y perfumadas con ajos morados de Montalbán, tomillo, romero, sarmientos de la vid y el aroma de la leña de encina. Y limones de la Vega.
Todo iba de perlas hasta que empezó, en la distancia, a escucharse el rotor del helicóptero.
Hostia, dijo un ministro, dirigiéndose a su jefe de gabinete. Oh, dijo el otro ministro. Vámonos.
Van a por nosotros, maldita sea, se escuchó. Sí, son los Tiquismiquis estos de Europa con sus etiquetas y su Natruescore y su semáforo, su abcdé y sus algoritmos y su puta madre…
Hasta los huevos de los Tiquismiquiiiiis….
Son peor que el VAR en el fútbol
La culpa es tuya
No, es tuya
Yo los intenté parar
¡Y una mierda!
Vamos a morir…
Agárrate a tu abrigo de la suerte, el de cuero de cerdo…
Dios…
(Mientras, desde el helicóptero de los Tiquismiquis ametrallaban toda la estancia, desde el techo al suelo, pasando por la mesa, los vasos de vino, las fuentes de viandas, los ceniceros y hasta el anillo de uno de los ministros)
“Putos Tiquismiquis, io prometo vendetta!!!”, se escuchó.
En un rincón, en un ángulo ciego, yo meneé la cabeza y me dije lo de siempre: me va a tocar otra vez limpiar toda esta mierda. En fin.
(Fundido a negro)
Sobre este blog
Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
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