Año 2039
Ahora que soy un octogenario demasiado joven porque, en breve, seré nonagenario y no sé cuándo acabará esta pesada esperanza de vida, ahora que vivo del estado gracias a triturados contratos de jóvenes cuyas retenciones pagaban mi pensión, ahora que mi cáncer de colon se cronifica gracias al servicio de la sanidad público-privada y a las industrias farmaceúticas y me condenan a vivir y a recordar. Ahora, justo ahora, me acuerdo de lo que pasaba en mi ciudad, en lo que llamábamos país y en lo que llamábamos Europa en el segundo decenio del siglo XXI.
Yo vi a gente paseando muñecos tenebrosos por la vía pública, vi a gente que quería derribar la celosía de un templo, vi a Argentina perder contra Chile y vi aullar a un perro callejero griego cuando todos se fueron de la plaza Sintagma.
Lamía un charco.
Yo todo eso lo vi –y más-. Y ahora lo recuerdo con una sensación que oscila entre la melancolía y el rencor, entre la culpa y el perdón.
Ahora, justo ahora, cuando soy un octogenario adolescente…
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