Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
Amor
Tamara Falcó y yo nos besamos en una esquina del barrio de San Basilio. Fue un beso silencioso y demorado, en la oscuridad de la madrugada tibia del otoño cordobés. Sin testigos, sin móviles, sin farolas.
Durante el beso, Tamara me traspasó el chicle que llevaba mascando todo el día. Creo que era de clorofila, no sé, estaba muy gastado.
Habíamos estado en Caballerizas Reales, en un visita privada que nos había organizado el presidente de Córdoba Ecuestre, un señor muy amable con corbata larga que tenía cierto aire a Luis Aguilé. No me acuerdo ahora cómo se llamaba.
A esa hora, o en esa jornada, no había caballos en Caballerizas, pero todo el recinto olía a caballo, a sus heces o a su sudor. Era un perfume que algunos podrían definir como “sexy”.
Yo besaba a Tamara y pensaba en su madre. También en todos los ministros de economía de la democracia española y, definitivamente, en la Economía mundial. Y en los empresarios vitivinícolas y en el realismo mágico del boom literario hispanoamericano y, en fin, en un montón de cosas. Y en las Islas Filipinas, que fue colonia.
Tamara y yo, cogidos de la mano, de una mano, porque en la otra, Tamara, sostenía con estilo su bolsito clutch regalado por Cartier (1.200 euros aprox., precio de mercado), caminábamos almibarados hacia el hotel.
Nos habían patrocinado una habitación en un hotel muy mono con la fachada de color óxido. Saludamos en recepción y subimos en el ascensor mostrando en el espejo nuestra boba sonrisa de enamorados.
Nos pusimos nuestros pijamas de Hermés, suave seda, nos subimos a la cama king size y encendimos la tele, no sin antes abrir el minibar y arramblar con dos botellines de vodka caramelo.
Cogí el mando y elegí la película Amor, de Michael Haneke.
Tamara se durmió enseguida.
Yo veía a Jean-Louis Trintignant y empecé a llorar.
Lloré mucho. En silencio.
Sobre este blog
Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.
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