El amigo de mi amigo
El amigo de mi amigo ha muerto. Es una desolación para mi amigo.
Según el diccionario “desolación” es la consecuencia de “desolar”, que es causar una gran aflicción, una aflicción extrema. Una putada, en definitiva.
Los diccionarios son fríos y asépticos como los médicos de la UCI y los forenses. No saben de amor ni de amistad, que son conceptos intangibles. Perdón; sí saben de amistad y de amor, pero aquí no. No tienen porqué.
Eso está bien; que cada uno se ocupe de lo suyo. Para una cosa, la ciencia; para la otra la memoria y la metáfora.
La desolación es un desierto, un páramo donde no brotan las flores ni las risas cómplices, donde siempre sopla una brisa triste y monótona.
Los muertos sólo hablan en los cuentos de Juan Rulfo. En la vida real ya no nos cuentan confidencias. No están. No se toman una caña contigo. Tus risas ya son viudas.
El amigo de mi amigo ha muerto y a mi amigo ya no le toca otra cosa que vivir, que ya es bastante.
Ahora, el amigo de mi amigo es una línea de sombra en el horizonte mirando el mar, una copa medio llena, un cigarrillo inacabado, un libro con una página marcada.
Mi amigo, mientras, sigue viviendo. En ello está.
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