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Casas, qué cosas

Alba Ramos

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Esto es así: vas de maja y te la cuelan. Me dio por jugar al vecindario de amigos y les di la clave del wifi a mis vecinos de los lados (hola qué tal, ¡vivimos en cajas de cerillas!) con la idea de compartir gastos. Bieeeennn. Ahora mi vecino de al lado me debe tres meses de internet (es casi imposible que jamás leas esto pero, de ser así, chico de verdad que es cansino que todas nuestras conversaciones giren en torno a la idea de QUE ME PAGUES) y mi cara de panoli es diaria. Definitivamente ser multiculti es duro.

Pero esto es pecata minuta comparado con las “travesuras” del yonqui que vivía bajo el piso de mis padres (Ay Angelito… qué poco te pegaba tu nombre la hostia) o con esa peña loca como la vecina de mi amiga Elena que grita al patio interior todas las noches puntual a las 3 y a las 6 de la madrugada “¡hija de puta que no nos dejas dormir!” cuando, esto… Es ella misma la que con sus voces no deja descansar ni al Tato (me gustaría retomar esta expresión, ¿cómo lo veis?) o la de otro amigo que emula a su manera el concurso ‘Splash!’ cada mañana lanzándoles cubos de agua sucia a sus vecinos cuando pasan por su puerta (me sigue teniendo intrigada cómo genera tanta suciedad para ennegrecer varios cubos de fregona al día, ¡qué máquina! O qué cerda, según se mire). Cosas.

Pero más allá de que la frase “voy a llamar a la policía” pueda convertirse en sustituta de “hola, buenos días”, lo que está claro es que quien afirmó que “el patio de mi casa es particular” no mentía (lo que no entiendo es qué particularidad escondía dicha propiedad si “cuando llueve se moja como los demás”… ¿esto no es un poco incongruente?, sin contar con que es MENTIRA que “los agachaditos no sepan bailar” porque mira los rusos lo bien que se lo han montado de toda la vida, ¡hombre ya tanta improvisación! Exigimos DATOS REALES) porque cada vivienda esconde magistrales cosillas que las hacen tan únicas como iguales. Paradojas.

Sin ir demasiado lejos, fijémonos en las puertas de portal. Las hay de madera roñosa, estilo cárcel con barrotes de hierro forjado (desconozco el material real pero escogiendo éste me viene la imagen a la mente), el clásico aluminio combinado con cristal con el que no hace falta ni echar polvos de esos que ponen en las series policiacas para casi poder acariciar las huellas dactilares de TODOS tus vecinos (no sé si me da todo el asco o cierta cercanía con la humanidad)… Y el universo número del edificio: dorado y redondeado, en formato azulejo, labrado en piedra, borroso e indescifrable, inexistente…

Sean como sean, allá voy: ¿alguien ha conseguido vivir en algún piso dónde el click clack ese para que se mantenga abierta la puerta haya funcionado? Ostras, que nos jugamos el robo de la bolsa del Lidl que más pesa (si es la más grande es porque lleva cosas de valoraco, y esto los cacos lo saben) para no quedarnos permanentemente fuera (o dentro) mientras metemos el resto de cosas. Hay que ver cómo nos engañan con este tipo de comodidades futuristas disfuncionales, como los vividores que cuentan con esas puertas que se abren dándole a un botón y se ahorran tener que girar el pomo (que digo yo… ¿cabe la posibilidad de que los fabriquen DIFERENTES a los interruptores de la luz? Por aquello de no pulsar TODOS los que hay en la pared para poder irse uno. Propongo).

El portero automático me lleva a plantearme para qué se inventaron los nombres de las personas así como para que existen a día de hoy registros civiles. Si con un “yo” se abren todas las puertas del mundo no entiendo el porqué de que mantengamos nombres como Luján (ya está, ya lo he dicho, es un nombre feo).

Yo creo que cuando Jorge Sepúlveda cantaba ‘Mi casita de papel’ allá por los años 50 claramente se refería a los materiales que se estaban empezando a utilizar en la construcción de viviendas. Vamos, esto fijo. ¿No han vivido ya en una de esas casas con paredes de papel que escuchas respirar al gato del vecino? ¿A qué esperan? Uno se vuelve más humano escuchando las conversaciones ajenas como si estuviese sentadito (“me quedé” - Revival a la infancia parte II) en la misma mesa camilla que los conversadores (que dan ganas de intervenir vaya). ¡Hasta otra Intimidad!

Momento plantas y cuerdas de tender o hasta qué punto estamos dispuestos a compartir nuestro espacio vital así como a vacilar a viandantes y vecinos con la idea instantánea de que está lloviendo. Qué majos sois.

Un clásico: huir de encuentros entre vecinos. No sé cuántos pitis de más me he echado a lo largo de mi vida para evitar conversar en portales o escaleras con la del tercero, cuarto o cualquiera que pasase por allí, de acontecimientos tales como que “va a llover”. Vamos a ver, qué no es para tanto si llueve o hace calor, asumamos que en la localización geográfica en la que nos encontramos resulta que HAY ESTACIONES.

Saludos para todos aquellos que tienen ascensor. Saludos y suerte, que ahí ya no hay ni piti ni dios que te salve de la charla meteorológica.

Llevo un tiempo pensando que las comidas vecinales al menos podrían hablarse en las reuniones de vecinos. No me refiero a ir de picnic sino más bien a los guisos infrahumanos que le gusta preparar al personal con aromas tan agradables como la coliflor (la primera persona que la comió, o carecía totalmente de olfato o tenía mazo hambre, ahí lo dejo), el curry o un buen bacalo al pil pil. Todo siempre alimentos que apenas se adhieren a las prendas colgadas. Yeah

Los niños son el futuro, como esponjas, pequeñitos... Poseen múltiples cualidades pero una de ellas destaca sobre todas en la convivencia vecinal: agudas voces de pito chillonas y sumamente alteradas que se dispersan por todo el bloque gracias a sus “simpáticas” carreras. Venga va, salid a la calle que os de el aire chiquis.

Las mirillas, qué maravilla. Un ojo de pez por el que ves todo. Bueno, menos en la de mi prima Marta que está tan alta que es imposible ver a los vecinos cuando llaman. Ni a los vecinos ni a Gasol. Fascinantes obras de algún genio de la arquitectura ¡Viva!

¿Y qué me decís del universo porteros y porteras? Miedo total.

Ya claro. Los que vivís en casas individuales os creéis fuera de todos estos problemillas pero que sepáis que la muerte está en cada esquina de vuestra maldita vivienda de cuatro plantas. Culpo a las pelis de terror que tanto me gustan del pánico (‘en el túnel’) a dormir en una habitación (también ‘del pánico’, esto es un non stop) sin peña encima, debajo, al centro o pa dentro (festival del humor ido de manos, AYUDA) que, aunque jamás me haya dirigido la palabra, segurísimo que peleará duro por ayudarme o, al menos, llamará a la policía para quejarse de mis gritos de auxilio y, con suerte, llegan antes de que fallezca o me lance por la ventana en mi huida.

Pero supongo que, de vez en cuando, te mudas a algún sitio donde “con Bosch tú cocinarás mejor” y aguantas carros y carretas porque BAH, estás en casa.

https://www.youtube.com/watch?v=4p4RWBCEFRo

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