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Érase una vez Fuente la Lancha...

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Alejandra Vanessa

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Éranse una vez dos niñas que no eran hermanas. No las había engendrado el mismo vientre. Su padre no era el mismo. Sus madres eran distintas. Y aunque el ADN afirmaba que las unía el parentesco de primas hermanas, yo sé que no eran primas, ni hermanas ni nada de eso, eran simplemente otra cosa.

Te preguntarás por sus nombres, ésa es una historia aún más complicada. Por más que a la chica le dijesen que la grande era “la prima Despos”, ella más fuerte la llamaba “¡¡Chachaaa!! ¡¡Chachita, Chachaaa!!” Y por más que a la otra le replicasen que “la Pilar, la Pilar”, ella más alto le respondía “¡¡Pilaritaaaa!!”.

Siempre andaban juntas. El día que la tía Alejandra dio a luz a la chica, allí que estaba la grande, de mano de la tía Dionisia, su madre. De hecho, cuando la Pilarita empezó a gatear fue para llegar a los brazos de la Chacha. Y cuando la Pilarita aprendió a caminar fue de mano de la Chacha. Y cuando la Pilarita quiso aprender a conducir una bici, lo que escuchó fue el “¡Ay, que te la pegaaas!” de la Chacha. De haber sabido su significado, las vecinas del pueblo le habrían puesto de mote “Las Siamesas”.

Nacieron en Fuente la Lancha, un pequeño pueblo del Valle de los Pedroches. Un pueblo tan pequeñito que apenas entrabas en él, ya lo habías atravesado de cabo a rabo. La mayoría de sus habitantes era gente muy humilde y honrada que se ganaba la vida trabajando en el campo. Todos se conocían y todos se echaban una mano cuando lo necesitaban.

Resulta curioso el carácter de los lanchegos, como los llaman, sobre todo por entonces. Parecía que cuanto menos bienes poseían más hospitalarios y afables se mostraban. Eran buenos con cualquiera que se acercase al pueblo. Por ejemplo, cuando un comerciante aterrizaba con su burro o su motillo, lo recibían con honores y almuerzo abundante. Los niños lo rodeaban, y le cantaban, como si ofreciesen sus juegos al forastero.

Las fiestas se celebraban en la plaza y era lo que más gustaba a la Chacha y a la Pilarita. Eran lo mejor de Fuente la Lancha porque iba todo el pueblo, desde el alcalde a los más pobres. Se lo pasaban en grande. Podían tirarse horas y horas bailando sin descanso. Si hubiesen conocido el libro Guiness de los Records, seguro que estarían inscritos.

Y así  vivieron los años y los veranos y el Carnaval y las Ferias antes de partir para la capital, la Chacha y la Pilarita. Se criaron en un campo. Sin escuelas ni maestros. Sin pinceles para pintar,  dibujaban con el dedo en la arena. Ni libros de pastas duras para leer. Sus padres recogían las revistas que tiraban los “señoritos”, y se las guardaban como tesoros. Pero, en fin, felices como perdices.

Con nueve o diez años, la Chacha cogía su artesilla para lavar, mientras sus padres trabajaban en el campo. Se esmeraba para que al llegar a casa su madre no la mandase de vuelta a darle otro enjuague, “Despos, Despos...”

Entretanto, la Pilarita, que aún no entendía de fatigas ni de clases, lloraba a la abuela Má Martina por una onza de chocolate “como la de mis primas de la abuela Má María. ¡Y faltaría más! Má Martina le daba un huevo y “Ahora te vas a cá Pascual y que te lo cambie por una jícara. Y que no te sienta yo más llorar.”

No fue muy tarde, sin embargo, cuando tuvieron que hacer las maletas con sus padres en busca de una vida mejor. Porque en el campo no había yunta para todos. Dejaban atrás a sus familias y amigas, a sus primeros amores en el paseo de la carretera, sus casas y sus juegos. Y emprendieron una nueva vida de camino a la capital. De las penurias a su llegada ya no quieren saber nada. Las guardan para contárselas cualquier primer domingo de mayo a la Virgen de Guía.

Hoy día, en el patio de la chacha Despos, la prima Pilar y ella recuerdan cosas bonitas entre risas y reconocen entre nudos que en el pueblo, “pobres”, no hay ya ni perros. E imaginan una máquina del tiempo que todo lo arregla, que viajan al mil novecientos sesenta y algo con muchas yuntas en la maleta, una para cada vecino. Y son recibidas con abrazos, besos y achuchones. Entonces, una caja de música y el rico olor de un cocido relleno anuncian que cada semana es Carnaval y que ya mismo las campanas avisarán la hora del baile.

Pincha y escucha: Coplillas de Fuente la Lancha cantadas por la chacha Despos y la Pilarita

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