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Turistas y viajeras

Elena Lázaro

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Don't be a tourist, be a traveler.

La frasecita podría ser la portada de cualquier manual de autoayuda de esos que llenan últimamente los anaqueles, pero no ha sido el caso. El consejo me lo he cruzado este fin de semana en el escaparate de una tienda en pleno centro histórico de Amsterdam. Así, como una especie de bofetada a la legión de guiris chancleteros que desfila a paso marcial camino del escondite diseñado por Otto Frank en el verano de 1942 para ocultar a su familia durante la ocupación nazi de la ciudad holandesa.

No seas un turista, sé un viajero.

Más les valdría escribir algo así como:

Apague el puñetero iPhone, suelte la mochila y el mapa y dé inmediatamente la vuelta.

Es menos poético, pero se entiende mejor. Pero no, los mensajes en los centros turísticos de las ciudades no son tan explícitos.

El escondite de la familia Frank, sin ir más lejos, es un museo conocido como “Anne Frank huis”. ¿La casa de Anne Frank? Y una mierda. Aquello no fue el hogar de los Frank, aquello era la sede de la empresa de Otto Frank, dentro de la que construyeron un escondite en el que Anne compartió dos años de su vida con su familia y otras cuatro personas más. Su casa fue la que tuvieron que abandonar aquel verano y no esas cuatro paredes. Pero las palabras bien elegidas venden mejor. El escaparate de la dichosa fracesita es el de una tienda de maletas. Si las compras, dicen, se te cae la cara de boba de turista y se te pone el rictus entre misterioso y trascendental de las viajeras.

En la cola de la “Casa de Anne Frank” sólo había mochilas baratas. Allí es posible visitar el escondite si se tiene la paciencia suficiente para soportar la cola y abstraerse del olor a humanidad que desprende el turista, perdón, el viajero de delante al que posiblemente te toque ir pegada durante más de una hora. El ejercicio de abstracción es digno del mismísimo Dalài Lama. Y aún así es posible conseguirlo. De hecho, si eliminas de tu vista a la pandilla adolescente que viene pisándote los talones y dejas de oír al bebé que llora desconsolado, puedes imaginar remotamente cómo debió ser la vida de los Frank durante el tiempo que permanecieron encerrados.

Entonces es posible que el mensaje del turista y el viajero caiga sobre ti como una losa y te preguntes qué haces en la tienda de souvenirs del museo comprando una réplica del cuaderno en el que Anne empezó a escribir su diario, que ni si quiera pretendió ser diario - ella quería escribir una novela y titularla “La habitación de atrás”-.

La respuesta es tan de chiste como la frase del inicio o la respuesta del niño de al lado al reproche de su madre sobre su escaso interés por la lectura:

- Mamá, si Anne Frank hubiera tenido Nintendo, no hubiera leído tanto.

- Es verdad hijo. Sigamos haciendo el turista, que viajar es muy cansado.

Pues eso

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