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El hombre del saco

Luis García

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Haciendo memoria de la obra de Montxo Armendáriz descubro que no ha dirigido más de una decena de películas en 30 años. También que todas ellas parecen responder al deseo y la necesidad vital de hacerlas, cuando su prestigio y la buena relación que ha mantenido con la taquilla (sobre todo con Historias del Kronen, que dicho sea de paso no me gustó) le hubieran permitido ejercer de mercenario de lujo, sin problemas para encontrar continua producción y jugosas subvenciones. Y todas ellas muestran coherencia, personalidad, inteligencia, una sensibilidad dolorosa, capacidad para crear personajes y situaciones que desprenden verdad. Las tiene mejores y peores (las que me conmueven son Tasio y Secretos del corazón), pero ninguna me parece oportunista, declamatoria, meliflua, al gusto de la moda. Todas poseen su sello y un poderoso y reconocible sentido visual, historias creíbles que están bien contadas.

Armendáriz ha buceado en temas resbaladizos sin caer jamás en el panfleto, dotando de complejidad a temáticas difíciles como la inmigración, la memoria histórica o la droga. Pero en No tengas miedo afronta el mayor de los riesgos. Se atreve a hablar de algo que provoca rechazo, terror y asco en cualquier mente y espíritu que albergue un mínimo de salud. Habla de la pederastia, la perversión más abyecta ejercida sobre algo tan infinitamente vulnerable y desamparado llamado niñez. El estupor y la indignación alcanzan niveles de vértigo cuando tienes noticia de que esa violación sistemática la practica alguien con las criaturas que ha engendrado. Armendáriz se arriesga no sólo a caer en el tópico morboso, tenebrista o predecible en territorio tan cenagoso, sino también a que el público rechace por principios ser testigos de un argumento tan ingrato. 

Sería lamentable que eso ocurriera. El director logra una película notable, profunda y terrible con el calvario, la confusión, el pavor, las contradicciones íntimas, el desequilibrio, las huidas y los retornos, la dolorosa incomunicación con el mundo de una mujer joven que ha pasado su infancia y adolescencia profanada en cuerpo y alma por un padre amoroso, detallista, presuntamente civilizado y encantador. Sin poder compartir ese horror con nadie (incluida una madre especializada en la imperdonable comodidad de cerrar los ojos y los oídos para no enfrentarse a una realidad infernal), refugiada en su trabajo, en un violoncello que tal vez exprese la intensidad de sus volcanes síquicos, en la compulsión del juego, en una soledad plagada de fantasmas, en la desesperación muda, en el permanente desorden físico y metal.

La cámara de Armendáriz describe con sutileza, potencia emocional, respeto e inteligentes elipsis la insondable tragedia de esta persona. Nos provoca más miedo lo que no muestra pero nos hace imaginar que lo que vemos. Huye de lo explícito, de lo subrayado, nos ofrece muchos datos de lo que está ocurriendo captando una mirada, un gesto aparentemente leve, el tono entrecortado al pronunciar una palabra. Crea imágenes tan sobrias como perdurables siguiendo a esa chica que parece definitivamente rota.

Es muy turbadora la composición de Michelle Jenner. Belén Rueda, alguien que me da mucha pereza, tan estrella ella, evidencia una intuición notable al aceptar interpretar un papel breve pero suculento. Lluís Homar, tan dulce, amable y turbio, consigue que detestes su vampírico personaje. Y me impresionan la gestualidad, las voces, la expresión, la enorme veracidad y sentimiento de ese grupo en terapia que cuenta los abusos que sufrieron de las personas que se supone debían cuidarles, y las consecuencias de aquellas impunes vejaciones en su conducta posterior. No existe en ellos ni un tic actoral ni la menor sombra de impostura. Y da mucho miedo y mucha compasión lo que ves, lo que escuchas y lo que imaginas.

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