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Enamorarse

Luis García

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Parece evidente que el cine en general y el género de comedia en particular tienen pocas posibilidades de ser como antes, como lo que se hacía en la llamada época dorada, sin caer en los extremos de lo banal o lo pretencioso. Por esa razón una película como Beautiful girls resulta una auténtica delicia, porque reúne características que rara vez coinciden: realismo, diversión y emoción. El director Ted Demme, sobrino del más que apreciable Jonathan Demme, cuenta algo tan poco original como el reencuentro de un grupo de amigos que fueron juntos al colegio en un pueblo intemporal en el que sólo cambian las estaciones, como dice uno de los personajes, gente normal que se debate, al borde de la treintena, entre aplazar indefinidamente la madurez o asumir responsabilidades sentimentales.

Más que una historia, es un conjunto de retratos, más acabados los de los hombres pero igualmente perspicaces los de las mujeres, que coinciden en ese temor al compromiso, en la reticencia a cerrar el capítulo de las aventuras fortuitas, en el miedo a que la monótona mediocridad se instale definitivamente en sus vidas, en la inevitable obsesión de desear lo que no tienen y en el error de no valorar lo que está al alcance de su mano hasta que lo pierden. Algo tan reconocible como para estar o haber estado en la cabeza de casi todo el mundo.

Todo transcurre en un lapso de tiempo de unos cuantos días. Lo que dura el regreso del único que vive en la una gran ciudad en busca de una decisión sobre sus alternativas para ganarse la vida como pianista o como vendedor, y sobre su novia, que reúne todo para hacerle feliz. Los suficientes como para ponerse al corriente de la desesperación de uno que ha dejado que su novia vegetariana le abandone por un carnicero, de los eternos devaneos de otro entre la apacibilidad de una buena chica y el sexo clandestino con una adúltera, de la felicidad sin complicaciones del único que se casó y tiene hijos.

Cada fragmento se integra con naturalidad en una narración fluida y serena, sin altibajos, punteada por situaciones emotivas y diálogos ingeniosos y oportunos. Entre sus alicientes se cuenta con un magnífico reparto que facilita registros sugestivos a Matt Dillon, Timothy Hutton o Mira Sorvino, una extraordinaria banda sonora, el seductor personaje que encarna Uma Thurman (el colmo de la normalidad para una belleza sofisticada), y la maravillosa historia de amor imposible, a contratiempo, de una deliciosa niña precozmente lúcida y voluntariamente dispuesta a esperar lo que haga falta encarnada por la actriz más bella del mundo, Natalie Portman. Yo, al igual que el confuso Hutton, me enamoré al instante de esa fascinante cría de trece años.

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