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Javier Latorre: “Todo lo que huela a baile es como mi familia”

Javier Latorre | TONI BLANCO

Juan José Fernández Palomo

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Javier Latorre (Valencia, 1963) dice su edad con orgullo, “acabo de empezar la segunda parte de mi vida”. Esto, claro, me hace pensar que será centenario. Y me lo creo, porque es un tipo vitalista, con un sentido del humor inteligente y socarrón, se ríe de sí mismo y tiene detrás mucho bagaje: se ha caído y se ha levantado. Cosas de bailarines y bailaores. Javier acaba de terminar en un aula habilitada en el Teatro de la Axerquía el curso de danza flamenca que ha impartido dentro del programa del Festival de la Guitarra. Sus alumnos y alumnas, felices y aún sudorosos tras la clase, se hacen fotos con él; luego se quedan escuchando durante la conversación que mantenemos. De alguna manera, Latorre también está dándoles clase mientras habla con CORDÓPOLIS. Una lección de vida, por lo tanto: una lección de baile.

PREGUNTA. ¿Cuándo empiezas a bailar? ¿Y por qué?

RESPUESTA. Yo, cuando empecé a bailar no tenía capacidad de decidir qué iba a hacer con mi vida. Empecé a los cinco años. Nací y crecí en Valencia hasta los 16 años y desde chico bailaba.

P. Suena extraño...

R. Un poco: si ahora no hay nada, imagínate en el año 68. Fueron unos parientes lejanos los que dijeron “llevad al niño con el maestro Porta”, un señor que hacía pasodobles y rumbitas y que dejaba un espacio para el baile en sus espectáculos. Así hacíamos cien pueblos todos los veranos: presentaciones de fallas, bodas, bautizos, comuniones, hasta la provincia de Teruel, viajando en autobuses... A mí me hacía mucha ilusión, yo me sentía un afortunado bailando a los doce años en salas de fiestas. Luego, cuando ya tenía quince años, llega el Ballet Nacional y me fui a Madrid con ellos.

P. ¿Pero eso venía de familia? ¿Había una tradición, algún antecedente?

R. No había tradición en la familia, al contrario. Mi hermano mayor, policía retirado, todavía me dice que cuándo me voy a dedicar a algo serio (se ríe).

P. ¿Y el duende existe?

R. Es relativo. Es una forma de darle magia a la inspiración. Tiene un 99% de curro y un uno por ciento de inspiración, de comunión con el público, o de cierta parte del público que te está viendo en ese momento. Cuando tú te sientes en la gloria y a la vez el público está en la gloria, a eso me imagino que se le puede llamar duende. Pero como decía Picasso, la inspiración te tiene que pillar trabajando, y si es trabajando sobre las tablas, pues mucho mejor.

Me sentía un afortunado bailando a los doce años en salas de fiestas

P. Ahora te dedicas, básicamente a dar clases, a impartir cursos ¿cómo llegas a dar ese paso?

R. No ha habido un tránsito especial para llegar a la docencia. Llevo dando clase 26 años. Abarco la interpretación, la coreografía y la pedagogía. Me satisface más la pedagogía. No hay nada mejor que ver a tus alumnos, que son como tus hijos, como salen más guapos que tú, como bailan mejor. No hay punto en este mundo que supere eso. No me planteo retirarme, no me imagino vivir sin bailar. Y eso el público, como siempre pasa, lo sabe antes que yo. Y, segundo, desde el punto de vista tanto coreográfico como pedagógico, mientras pueda ponerme de pie, o hasta sin ponerme de pie, voy a seguir ejerciendo. Creo que soy un puto privilegiado.

P. ¿Cómo vives el éxito? ¿Cómo se gestiona?

R. El Concurso de Córdoba [se refiere al Nacional de Flamenco] fue un punto de inflexión en mi carrera, porque cuando eres primer bailarín de la Compañía Nacional nadie conoce tu nombre. Somos anónimos. Cuando dejo el Ballet Nacional y vengo a Córdoba y ganó los tres premios, mi nombre empieza a sonar. Fue justo después de Hijas del alba en el Gran Teatro: mi primera obra.

P. Y en esa época pasas una etapa complicada...

R. Fue un momento complicado en mi vida... un paréntesis de un año, más o menos. Muy duro. Luego gano en el Festival de La Unión y demuestro que sigo aquí, que no me he ido.

Fui politoxicómano, una enfermedad como otra cualquiera

P. Eso fue un pelotazo...

R. Claro; es que el Premio Nacional de Danza no lo dan burócratas, lo dan los compañeros. Yo he sido después jurado y no te puedes imaginar lo difícil que es, porque no solo es de flamenco, sino de todo tipo de danza. Hay gente muy buena, carreras con mucho peso. Es el premio culminante.

P. Pues es para estar muy orgulloso.

R. Sí; porque, además, hay que entender que los premios no son un fin, sino una consecuencia.

P. Volvamos a aquel año del paréntesis ¿qué te paso?

R. Pues que era politoxicómano, una enfermedad como otra cualquiera.

No me planteo retirarme, no me imagino vivir sin bailar

P. Mala cosa...

R. Sí, la padezco por inexperiencia y por desconocimiento, como a tantos otros que nos pillló la movida, la transición y las ganas de conocer y experimentar. Caímos como moscas... estoy, no me gusta decir orgulloso; estoy contento de ser un superviviente de esa época, de no haberme quedado como tantos otros. Y eso, como todo en la vida, lo puedes usar para aplicarlo al resto de la vida que te queda. Yo, en el resto de obras que he hecho, lo que he contado en un escenario, no hubiera sido posible sin haber pasado por ahí, por esa experiencia. Uno cuenta lo que le ha pasado y si no te ha pasado nada, es muy difícil contar algo. A mí me ha pasado muchísimo y tengo mucho por contar.

P. Así que lo aprovechas ¿no?

R. De hecho, la última obra que he estrenado, Fatum, es totalmente autobiográfica: La fuerza del destino.

P. Nunca mejor dicho...

R. Vaya, nunca mejor dicho [se ríe].

P. Sabemos que colaboras con la Asociación Arco Iris ¿eso es porque se lo debes o te lo debes a ti?

R. Desvincularme de Arco Iris sería como desvincularme de mi madre. Gracias a ellos vivo mi segunda vida. Y Alfonso Fernández Zamorano es como mi padre aquel que perdí a los cinco años. A Arco iris, lo que haga falta, siempre estaré allí, es un orgullo. Cada vez que puedo voy a bailar para ellos, para los internos. Estoy muy orgulloso de esa época. Humanamente es la más rica de mi vida.

Uno cuenta lo que le ha pasado y si no te ha pasado nada, es muy difícil contar algo

P. Pero tampoco es que vayas presumiendo de ello, no es tu estilo...

R. Ya se intentó en su momento ponerme como ejemplo de los “flamencos rehabilitados” [irónico]; pero esa no es mi función.

Hoy se baila mejor que nunca; pero se vive menos para bailar que nunca

P. Y aquí estás de profe en los cursos formativos del Festival de la Guitarra...

R. Desde hace ya años; ya estoy acostumbrado. Y me siento muy orgulloso, es como ser padre. Son mis hijos artísticos. De hecho, mi hija mayor baila en mi compañía. Todo lo que huela a baile, para mí es mi familia.

P. ¿Tendrás tus referentes?

R. Claro. De hecho, uno de los problemas que tenemos hoy es la falta de referentes. He tenido todos los referentes, todos: en el Ballet Nacional con Antonio, con Antonio Gades, con María de Ávila, José Granero, Alberto Lorca, Mari Enma, Pilar López, Eugenia Pons... los mejores, vivos y desaparecidos: Luisillo, Victoria Eugenia... parezco el abuelo cebolleta contando historias de mi época. Antes se vivía para bailar, ahora se baila para vivir.

P. Que no es exactamente lo mismo...

R. En mi época -me parece raro decir mi época- todo lo que ganaba era para seguir dando clases; era raro que un bailarín no gastase su dinero en aprender. Ahora, no.

P. ¿Y eso por qué?

R. Ahora no conozco ningún bailarín que no se queje de cómo están las cosas; pero que no tenga coche y piso. Ésa es la gran diferencia: el ansia por no poder vivir sin bailar. Mientras que, de forma proporcionalmente inversa, ha crecido la técnica: hoy se baila mejor que nunca; pero se vive menos para bailar que nunca. Es una putada. Una puta contradicción. Hay más calidad, hay más cantidad; pero hay menos pasión. Yo lo detecto. Es posible que sea por la falta de referentes. Si los referentes son el que se acuesta con una modelo famosa o el que sale pillado en no sé dónde haciendo no sé qué, o el que cuando no baila se va a presentar un programa de viajes... qué quieres que te diga... si esos son los referentes, mal vamos.

Uno de los problemas que tenemos hoy es la falta de referentes

P. Y eso lo detectas...

R. Claro. Mira, yo estuve dos años dando clase de pedagogía del flamenco en el conservatorio de Málaga y murió Pilar López; pues salvo dos o tres, no sabían quién era; yo congregué -con muy mala leche, la verdad- a todo el conservatorio en el vestíbulo de entrada para guardar un minuto de silencio en su memoria, aunque no supiera casi nadie quién había muerto. Y luego te vas a la videoteca y sólo encuentras compás, no hay nadie que pueda saber quién es Antonio... sólo recuerdan al que ha salido por la tele por cualquier escándalo... y así nos va. Esa es la gran lacra.

Al flamenco tienen que hacerlo 'Patrimonio Material';es decir, apoyarlo

P. Yo confieso que en asuntos de cultura pienso en literatura, teatro, cine o bellas artes, el baile es lo último que se me ocurre.

R. Sí. Yo te lo resumo: la cultura es el último mono dentro de las prioridades políticas, y la danza es el último mono de esos monos.

Eso es lo que hay.

P. Panorama triste.

R. Fíjate: Yo estoy en el Consejo de las Artes Escénicas y la Música. Hace unas semanas tuvimos una reunión y allí se conoció que los ballets nacionales suspendían su agenda porque no se le pagaban las horas extras a los bailarines. Una situación insostenible. Te encuentras en el Ministerio de Cultura y conoces que la élite cobra 900 euros al mes y sin horas extras con lo que poder completar un salario, una vida, digamos medio digna. Pero lo aún más grave es que les dicen que, a cambio de esas horas extras, pueden tomarse días libres. ¿Cómo un bailarín de élite puede tomarse días libres“? Es indignante. ¿Cómo puede suspender ensayos una compañía que nos representa en todo el mundo? ¿Cómo puedes negarte a ir a un festival internacional? Eso lo han hecho... la imagen es lamentable. Y no se dan cuenta que uno de los activos que más nos representa y que nunca falla es el flamenco y la danza española. Es una situación muy frustrante, puedes ir allí, gritar, protestar... pero no sirve de nada.

P. ¿Y no sirven esas cosas, por ejemplo el reconocimiento del flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad? ¿Se trata de una mera cuestión administrativa?

R. Mira: El flamenco es Patrimonio Inmaterial desde hace 50 o 60 años; desde que llenamos el primer teatro en Australia. A partir de ahí, lo que tienen que hacerlo es Patrimonio Material;es decir, apoyarlo. Lo de inmaterial lo tenemos seguro. El flamenco es un éxito en todo el mundo y, te digo más, aunque sea malo.

P. Pues ahora corren tiempos de crisis.

R. Son las dos caras de la moneda; por un lado es una putada, hay poca inversión, poca apuesta. Pero las crisis, si tienen algo bueno, es que son como la Real Academia de la Lengua: “limpian, fijan y dan esplendor”; o sea, que hay gente que comía vilmente de esto y ya no come vilmente de esto, pero no deja de ser una putada, se están cortando circuitos, sobre todo aquí; afortunadamente el mundo es muy grande y países como China, Rusia, Taiwan o Brasil están apostando por esto. Yo acabo de venir de Moscú, de trabajar con una compañía con bailarines rusos, en la última Bienal presenté La Celestina con un elenco de japoneses, he trabajado en Toronto con canadienses... estamos ya siendo verdaderamente patrimonio de la humanidad.

P. Bueno, se te ve optimista...

R. El flamenco no será patrimonio de la humanidad hasta que no haya 30 o 40 países con ballets flamencos, estables, como ocurre con la danza clásica o el jazz. Ya hace mucho tiempo que no hace falta ser negro, obeso y de Nueva Orleans para ser músico de jazz. Pues eso. A eso aspiramos. Eso le falta al flamenco.

Las crisis, si tienen algo bueno, es que son como la Real Academia de la Lengua: "limpian, fijan y dan esplendor"

P. Por cierto: ¿Cómo te llevas con los clásicos?

R. Es la mitad de mi formación.

P. ¿Y si te nombro “la gracia incomparable de Nijinski”?

R. ... El grande; pero los tiempos cambian. Ahora si pasamos de hablar de Nijinski a compararlo con Barishnikov, es como hablar de un Seiscientos y un Ferrari. La técnica avanza. Nijinski fue un precursor, pero el tiempo lo cambia. Un motivador de que la danza sea hoy lo que es. ¡Si no conocen a Antonio, el bailarín, cómo van a conocer a Nijinski...!

P. Eres un valenciano de La Corredera, de tomar cañas en El Patri.

R. Soy de donde vivo, siempre lo he tenido claro. Valencia se me cae encima... Mira, te cuento una cosa: hice el personaje de Lorca en un espectáculo dirigido por la Fura dels Baus con motivo del Año Lorca, llegamos a Valencia, mi hermano el mayor que te contaba, al acabar la función me dice: “Para esto me sacas de casa”, el mediano me dijo que creía que iba a romper un coche a martillazos, que es la imagen que tenía de la Fura dels Baus, y mi hermana me dijo: “Muy bonito, nene...” A partir de eso, qué quieres que te cuente de Valencia: no me une nada, el único nexo de unión allí era mi madre, que ya no me conoce, pobrecita mía... Córdoba es mi partida y mi destino. Y del bar El Patri, que quiertes que te diga, tengo allí una placa que pone “el rincón de Javier Latorre”... Aquí es de dónde quiero ir, a dónde quiero volver, y dónde quiero acabar.

P. ¿Y cómo es tu relación con las instituciones de la ciudad, de tu compañía residente o estable?

R. Fue bonito mientras duró. No tengo el centro de danza abierto por culpa de mi agenda; pero tampoco es que tenga un apoyo claro... en fin.

Soy de donde vivo, siempre lo he tenido claro

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