Un adiós salvaje en El Arcángel
Ya solo falta que las matemáticas, esas en las que tanto cree, le digan a la cara lo que su fútbol lleva gritando desde el verano. El Córdoba es de Segunda B. No demuestra merecer algo distinto. Ni siquiera ha sido capaz de armar una estrategia de orgullo colectivo, un modo de dignificar ese adiós salvaje a una categoría en la que lleva ya mucho tiempo casado con el desastre. El Lugo -ojo: solo un partido ganado fuera de casa, en septiembre del año pasado, y una victoria en sus últimas quince citas- pasó por El Arcángel como un vendaval que arrastró al Córdoba y a sus ilusiones, sus planes, sus discursitos de motivación, sus carteles chulos, sus promociones de entradas y sus movidas permanentes. El 0-4 deja al Córdoba hundido, sin nada más que decir en un campeonato en el que ha estado mudo donde realmente hay que hablar: en el césped. “El verde no miente”, dijo cuando llegó Rafa Navarro, un cordobesista que se está tragando el marrón de un descenso que se vivirá como una gota malaya. Puro martirio.
El partido fue una sucesión de gags. Hay jugadores que no están -física y/o mentalmente- y eso se nota. No hubo sorpresas. O sea, que todo siguió igual. Rematadamente mal. Este Córdoba, ya puesto a descender, parece que se ha empeñado en hacerlo a lo grande. Las ganas se vieron en muy pocos. Andrés, que se busca un porvenir, mereció al menos marcar un gol. Piovaccari, que a sus treinta y tantos se queda otra vez sin trabajo en el mes de junio, pelea con el honor del profesional para que le salga curro en la temporada que viene. Otros no se sabe en qué piensan. Por lo que parece, en que esto termine lo más pronto posible y largarse bien lejos.
¿Para qué darle más vueltas al asunto? Navarro devolvió un sitio en el once titular a Piovaccari y Jaime Romero, ausentes en la tarde negra de Elche por sanción. El italiano es el máximo goleador del equipo y el albaceteño una de las incorporaciones de mayor caché de los viejos tiempos, aquéllos en los que el Córdoba se echaba mano al bolsillo -aunque luego tardara en pagar, como en el caso del extremo ex de Osasuna- para fichar a granel y anunciarlo con el test de Rorschach. El conjunto blanquiverde salió al campo como se podía de esperar de un equipo que está colista, que comparece ante su afición -menguada y hastiada, y por ello merecedora de más respeto aún- y que maneja unas opciones de salvación tirando a descabelladas. Le puso algo de nervio -sin exagerar- y el fútbol que tiene, que le da para competir contra cualquiera pero para ganar a muy pocos.
El destino quiso que los cordobesistas pudieran esbozar una sonrisa penosa y melancólica al ver en las filas del adversario a un par de aquellos que fueron bautizados como los héroes de Las Palmas, aquel grupo que contra lógica y pronóstico llevó al Córdoba a Primera División después de más de cuarenta años de ausencia. Ahí estaba el meta Juan Carlos, que fue también el que defendió el escudo en el regreso por todo lo alto en el Santiago Bernabéu ante el Real Madrid de Cristiano; también Edu Campabadal, un chico criado en La Masía al que el Córdoba reclutó de las filas del Wigan Athletic para que ocupara una posición que sigue maldita. Ya se ha perdido la cuenta de los laterales derechos que han pasado por la nómina blanquiverde. En el flanco zurdo pasa lo mismo. Los hinchas más veteranos suelen decir que no hay centros decentes en la banda izquierda desde los tiempos de Berges o de Rafa Navarro, ahora director deportivo y entrenador, respectivamente. Ambos dejaron un recuerdo imborrable con la blanquiverde en los años duros de la Segunda B. Sí, esa categoría a la que se dirige el club.
Había que tomar riesgos. La necesidad condicionaba la puesta en escena de ambos equipos. Con menos gente en las gradas y la clasificación pesando muchísimo, el cuadro cordobesista trató de hacerse valer con su destartalado estilo. Como equipo dice poco, porque nunca ha llegado a serlo de verdad. Eso sí, cuenta con algunos elementos de valía que, con inspiración y ganas, pueden generar por sí mismos algún rédito interesante. Ahí se enmarcan el incombustible Piovaccari, que se pegó con todo el mundo, o De las Cuevas, con su fútbol astuto y eficiente siempre que encuentre compañeros que le quieran entender para asociarse. Esta vez (otra vez) no encontró aliados. Tampoco es que se detectara un plan bien asumido ni roles claros. Durante muchas fases del partido, los jugadores se movieron sin ton ni son por el campo. Mucha imprecisión en los pases, lanzamientos largos a donde se supone que debía haber alguien pero en ese momento no estaba, miradas nerviosas entre los defensas y muchos pasillos para los contrarios. Todo aliñado con una discutible actitud. Lo que viene siendo un equipo con un amplísimo margen de mejora. El problema es que la competición se inició hace meses y esto parece una pretemporada continua.
El Lugo fue el primero que contó con una oportunidad de gol. Tete progresó con el balón y ante la falta de oposición decidida por parte de los rivales decidió lanzar un zapatazo lejano que pasó rozando el palo de la meta de Marcos Lavín. Los locales replicaron con una acción de Andrés, que dribló al meta Juan Carlos en la esquina del área y lanzó un centro forzado al que no llegó Piovaccari. En medio de la gresca, el Lugo golpeó duro. Dani Escriche remató en carrera un centro desde la banda derecha, que era una autopista para los gallegos. Se echó de manos algo más de decisión a la hora de arrimarse a los rivales para defender la jugada, pero eso ya es marca de fábrica.
Los de casa lo pasaron mal. Se escuchaban ya los primeros reproches desde el graderío y el Lugo olió la sangre. A los quince minutos, Aburjania armó un trallazo desde cuarenta metros que dejó temblando el larguero de la portería cordobesista. El control en esos momentos era total para los de Alberto Monteagudo, que dominaban a un desconcertado Córdoba.
El equipo de Rafa Navarro se repuso como pudo y empezó a jugar con más profundidad, buscando las bandas. Salió a relucir entonces el de casi siempre. Andrés Martín tuvo la mejor ocasión para firmar el empate, pero el disparo del punta con la zurda lo rechazó el poste de la meta de Juan Carlos a la media hora. El punta de Aguadulce sabe lo que se está jugando en su carrera. La Segunda es un buen escaparate en los partidos que faltan y su arrojo está siendo uno de los asideros de los blanquiverdes para mantenerse en pie.
El Lugo, espoleado por su propio éxito, defendía desde un buen posicionamiento y posesión de balón ante un Córdoba más y ansioso. En un lanzamiento de falta lateral de Tete, Chus Herrero tocó ligeramente y estuvo a punto de introducir el balón en su portería. Allí apareció Álex Quintanilla para despejar a córner y evitar que llegara Josete para apuntillar. Cada aparición en el área local venía acompañada de murmullos de inquietud y pulsos acelerados. Vivir así es una tortura.
El Córdoba buscó una solución antes del descanso retirando al central Quintanilla para dar entrada a un mediocentro ofensivo como Álvaro Aguado. Rafa Navarro buscaba mayor creatividad para romper la resistencia de un Lugo que se protegía muy bien y que logró llegar al tiempo de descanso con la mínima ventaja de 0-1 en el marcador. Se oyeron chiflidos en el camino de los blanquiverdes hacia la caseta.
A los dos minutos, el francés Bodiger dejó un testimonio en ataque con un lanzamiento alto y lejano. El Córdoba trató de asustar desde el arranque, pero fue el Lugo el que volvió a hacer su trabajo hasta las últimas consecuencias. Una desaplicación en la zona de medios del Córdoba la aprovechó Lazo para ejecutar un lanzamiento que terminó entrando en el marco de Lavín, tras tocar la pelota en el larguero. Eso mató al Córdoba. Si antes había estado mal, a partir del 0-2 todo fue a peor.
Con el resultado a su favor, el Lugo persistió en su estilo ante un conjunto cordobesista que tenía los planes completamente alborotados. Escriche y Lazo, los más activos del equipo gallego, mantenían en alerta permanente a la defensa local. Edu Campabadal destrozaba a quienes le salían al paso. Los del Lugo parecían aviones. Los blanquiverdes, furgonetas con las ruedas pinchadas. En el minuto 58 hizo Cristian Herrera el tercero en un mano a mano con Marcos Lavín y aniquiló de modo definitivo a los locales, que ya estaban completamente a merced de su adversario.
Después llegó el cuarto -y pudieron ser más- en medio de un ambiente horroroso. Ya se había marchado la mayoría de los gente y los que se quedaron descargaron su rabia mofándose de los blanquiverdes. Jaleaban las jugadas del contrario y aplaudían irónicamente los desesperados despejes de los locales, totalmente destruidos sobre el césped. Quienes tienen horas de vuelo en esto del fútbol cordobés ya saben bien lo que todo esto significa. La ruptura se escenificó del modo más cruel. Se nos rompió el amor. Que corra el aire.
FICHA TÉCNICA
CÓRDOBA, 0: Marcos Lavín, Fernández, Chus Herrero, Álex Quintanilla (Álvaro Aguado, min. 40), Álex Menéndez, Luis Muñoz, Bodiger, De las Cuevas (Alfaro, min, 72), Andrés, Jaime Romero (Javi Lara, min. 80) y Piovaccari.
LUGO, 4: Juan Carlos, Campabadal, Vieira, José Carlos, Luis Ruiz, Josete (Álex Rey, min. 80), Aburjania, Tete, Lazo, Escriche (Barreiro, min. 88) y Cristian Herrera (Juan Muñiz, min. 77).
ÁRBITRO: Ocón Arráiz (Comité Riojano). Amonestó con tarjeta amarilla a los locales Álex Menéndez, Piovaccari y Bodiger y al visitante Aburjania.
GOLES: 0-1 (11') Dani Escriche. 0-2 (47') Lazo. 0-3 (58') Cristian Herrera. 0-4 (87') Tete.
INCIDENCIAS: Partido correspondiente a la trigésimo cuarta jornada del campeonato nacional de Liga 1/2/3, disputado en el Estadio Municipal El Arcángel ante 9.786 espectadores.
0