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Vuelve la irreverencia y la sana falta de respeto de Liébana

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Manuel J. Albert

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La Delegación de Cultura acoge una exposición con 35 cuadros inéditos del artista de Cántico

La exposición Negociado de una carestía, del poeta y pintor Ginés Liébana, se ha inaugurado este lunes en la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía. Liébana estuvo acompañado del otro único superviviente del grupo Cántico, al que pertenecieron en los años cuarenta: Pablo García Baena. El pintor recordó a otros miembros del colectivo de artistas, como Juan Bernier. “Él nos lo enseñó todo”, dijo.

La exposición reúne 35 obras inéditas del artista. El trabajo poético y pictórico de Ginés Liébana no puede definirse dentro de ninguna corriente estética. Mordaz e irreverente, el artista ha defendido, risueño, que “una falta de respeto a todo es lo que hace falta”. Liébana ofrece en esta exposición, su última producción inédita, 35 obras entre acuarelas y técnicas mixtas, mezcla de lienzo y collage, poesía, absurdo y belleza. Este artista se caracteriza por reinventarse de nuevo cada día, riéndose de la muerte, la seriedad y el arte. “Soy trabajador infatigable. Aquí hay muchas obras antiquísimas”, ha señalado.

La muestra, que reúne 35 obras inéditas del artista, estará abierta al público hasta el 24 de febrero en la sede de la Delegación de Cultura, Turismo y Deporte

y podrá visitarse de lunes a viernes de 9:00 a 14:00. Durante el acto, Francisco Alcalde destacó la amplitud de corrientes estéticas que abarca el trabajo poético y pictórico de Ginés Liébana. La lira manantiálica, el mueble obrero y el bolso de piel de padre arrastran al lector y al espectador hacia un festín de metáforas, un mundo de atrevimiento, descaro y respeto por la tradición.

Ginés Liébana nació en Torredonjimeno (Jaén) en 1921. Su familia se trasladó a Córdoba, donde pasó su infancia y cursó sus estudios. En los años 40 empezó a colaborar con figuras como Pablo García Baena, Juan Bernier o Ricardo Molina, fundando la revista cordobesa del grupo poético Cántico. Trabajó también en Madrid como ilustrador para las revistas La estafeta literaria y Fantasía y el semanario El Español. Tras viajar por Sudamérica y Europa visitando las colecciones y museos más importantes y entrando en contacto con las principales tendencias artísticas internacionales, en los años sesenta decidió fijar su residencia en Madrid, donde creó obras realistas muy influidas por la literatura, especialmente por los poetas de su generación.

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