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Perdidos en un universo de conocimiento

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Manuel J. Albert

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Tres de los autores de 'La sociedad de la ignorancia' mantienen una charla en Córdoba

A los filósofos les encantan las paradojas. También a los científicos en general. Bueno, tal vez a todo el que sea un observador un poco curioso le gusta encontrar las pequeñas y grandes contradicciones que esconde la realidad. Una de las más divertidas e inquietantes tiene que ver con el saber. Aunque no esté escrito así, léalo usted en mayúsculas. El saber. O, si lo prefiere, el conocimiento.

Las sucesivas civilizaciones que ha protagonizado el homo sapiens. Paradojas del conocimiento y la ignorancia nos ha ido acumulando más y más conocimiento. Pero en los últimos siglos y, especialmente, en los últimos 100 años, el cúmulo de datos, enfoques, opiniones, publicaciones ha sido tan enorme y tan entretejido y extendido que, ya se habla de una nueva sociedad: la sociedad del conocimiento.

¿Y bien? Dónde está la paradoja, se estará preguntando usted. Pues sencillamente en que, cuanto más profundizamos más en ese vasto universo del saber, de alguna forma, más ignorantes nos hacemos. “Bueno, relativicemos. La ignorancia, en la sociedad del conocimiento es mucho más sabia y culta que la ignorancia de hace siglos”, advierte Marina Subirats, socióloga y filósofa que anoche visitó Córdoba, invitada por el ciclo Conversaciones en la Central. La experta en educación estuvo acompañada del también filósofo Gonçal Mayos y del ingeniero en Telecomunicaciones Antoni Brey. En un salón lleno de público, y con la mediación de la periodista Marta Jiménez, los tres debatieron acerca de la ignorancia.

Y sabían de lo que hablaban, pues han publicado un amplio ensayo titulado La sociedad de la ignorancia (Península, 2012) en el que reflexionan sobre “la cara oscura de la sociedad del conocimiento y plantea preguntas de vital importancia que hay que responder: ¿Qué peligros se ocultan detrás de las promesas de la sociedad del conocimiento? ¿Cuántos costes o daños colaterales la acompañan? ¿Todo es conocimiento y solo conocimiento, lo que de ella resulta? ¿Qué límites le son constitutivos y hay que tener en cuenta? ¿Escapa a nuestro control?”, como señala la editorial.

“Llamarlo sociedad del conocimiento es un poco abusivo”, reconoció Marina, “más bien creo que es un proceso, un proceso precioso, eso sí”. Ese proceso, sea o no una materialización de la sociedad del conocimiento, lo que sí ha hecho es llenar los caudales de materia prima para ser analizada e integrada por la sociedad. ¿Y esta será capaz? Gonçal Mayos tiene claro que no. “Yo no puedo leerlo todo ni contrastarlo todo. Cada vez nos sentimos más incapaces de mantener el ritmo de la información. Tenemos unos pequeños cerebros en unos cuerpos limitados”. Y aquí llega -al fin- la paradoja: “La vivencia en la sociedad del máximo conocimiento ha provocado que tengamos una inmensa humildad”. Es decir, saber que no somos capaces de aprenderlo todo. Y confiar en la fred que se ha tejido de conocimiento, delegando también en el saber de los otros, para seguir adelante.

Y a pesar de que, como Brey alerta, “la sociedad del conocimiento no tiene vuelta atrás”, Marina aconseja “relajarnos y ser conscientes de que no podemos asimilarlo todo. Somos personas con mayor estrés porque estamos rodeados de estímulos. Y es que hacemos poca introspección”, se quejó Subirats.

Pero la salida más fácil, la de optar literalmente por evitar el conocimiento, tratar de detener el avance del saber, no convence a nadie. “Los peligros de la reacción son muy grandes. En Alemania se quemaron libros públicamente con los nazis en el poder. Y en España, durante la guerra civil, se gritó aquello de ”muerte a la inteligencia. “La ignorancia nunca trae la felicidad”, zanja Subirats.

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