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Pasa la vida por la voz de Sílvia Pérez Cruz

Concierto de Silvia Pérez Cruz

Marta Jiménez

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Fuera, el ruido y la furia de los políticos. En el patio del Gran Teatro, el mundo detenido en las arrebatadoras cuerdas vocales de Sílvia Pérez Cruz. Una voz acompañada, principalmente esta vez, por otras cuerdas, como pajarillos que se posan en el tendido eléctrico: las del violín, el violonchelo, la guitarra y el contrabajo que cantaron con la catalana en otra noche memorable del Festival de la Guitarra.

Un concierto para recordar por el despliegue de talento, de registros y versatilidad -del folk al fado pasando por la música de cámara, el flamenco y el jazz-, de lenguas y de músicos espléndidos. Por una puesta en escena luminosa, sobre todo en sus luces y sus sombras, y por la emoción de cómo canción a canción se construye una biografía soñada.

El concierto de la ampurdanesa caminó por su último trabajo, Toda la vida, un día, obra conceptual que ofrece un ciclo de 21 canciones que simbolizan las cinco estaciones del paso por este mundo. Ella llama a cada capítulo movimiento, igual que en la música clásica, y pinta cada etapa de un color. Un viaje vital regido por las únicas leyes de esta música -compositora, multi-instrumentista y cantante- tan difícil de clasificar.

Círculo amarillo

Vestida con el color de la infancia y la adolescencia, canciones luminosas envueltas en cuerdas como La flor, Planetes i orenetes o Els dracs busquen l’abril llevan al público hasta el Cap de Creus de la infancia de Pérez Cruz. Alimentada por la Tramontana y por una educación musical, allí y en aquel momento nació el rastro de canción ibérica y latina que aún sigue explorando la cantante.

Las cuerdas en pizzicato rondando su voz y la sonrisa cantando son la foto fija de esta etapa con luz amarilla en el escenario y ecos de jolgorio en las memorias.

Círculo azul

La turbiedad que provoca la búsqueda en la juventud se pinta de azul. Suena con samplers, efectos de voz y con sonidos de viento -trompetas y saxo que toca ella misma- entrando en la fiesta. Cantando y tocando en círculo, Sílvia y sus músicos abordan temas tan incontestables como Aterrados o Sin, que cortan la respiración del teatro. Un círculo que acaba con una canción-movimiento en sí. Salir distintos es una maravilla épica, llena de rincones flamencos e inspirada por Enrique Morente, “un flamenco con raíces bien hundidas en la tierra y con ramas muy altas que tocan las estrellas”, para Pérez Cruz.

Como la propia juventud, la voluntad del concierto es hacernos salir distintos, “sentirnos vivos”.

Círculo verde (que te quiero verde)

La etapa en la que justo se encuentra la cantante (40 años) pertenece a la intimidad, “cuando has elegido las flores para tu jardín”, y así se representa sonoramente. Con un coro italiano y, sobre todo, con un dueto maravilloso con uno de sus músicos, el también instrumentista Carlos Montfort en la hermosísima Ayuda (Martín). Cantada cara a cara navega por la humildad de saber pedir y por ese cuidarse uno mismo bajo una calmada y reconfortante madurez.

En Mi última canción triste, tema que el día anterior confesó haber entonado junto a Natalia Lafourcade en Madrid, Sílvia canta por primera vez en décimas, como ocurrirá más tarde, en el siguiente capítulo, en Em moro.

Círculo negro

Quien esto escribe no comparte dedicar este color a la vejez ni vestirse a lo Bernarda Alba para representarla. A las vitalistas vejeces de nuestro tiempo remito. Eso en la forma de la puesta en escena, porque el fondo de la música vuelve a ser exquisita en este círculo que huele a sabiduría y a experiencia. La belleza oscura del tema que da título al álbum, Toda la vida, un día, o el sobrecogedor canto de Liliana Herrero, reparten flores y amor antes de la momentánea muerte de esta biografía.

Círculo rojo

Y tras el morir, el quinto movimiento celebra el renacimiento. “Me quedaría a vivir en la guitarra de mi padre”, confiesa Pérez Cruz conectando de nuevo con la infancia. Aquí vuelve a brotar la alegría en guitarras, percusiones y coros del público, “qué bien sienta cantar”, exclama. El canto compartido como disolución del yo y como salvación. Un nuevo amanecer en canciones como 21 primaveras, Món, o esa reflexión sobre las palabras que es Nombrar es imposible, que, “para cuando faltan está la música”, bromea.

Epílogo

Si, como dicen los expertos, vivir también significa recordar los momentos que alimentan nuestra memoria, la experiencia de atesorar conciertos de Sílvia Pérez Cruz es un regalo de la vida. Sola en el escenario con la guitarra y el Pequeño vals vienés de Lorca y de Cohen dice adiós hasta la próxima. Unos minutos antes de terminar su generoso recital ha dejado en el aire del teatro, con su voz cantarina y como quien no quiere la cosa, una filosofía de vida y de música que brilla con su ejemplo: “Está sobrevalorado afinar, lo que importa es cantar con amor”.

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