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Los fans aúpan a Gemeliers

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Manuel J. Albert

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Si de algo no adolecen los adolescentes es de tener gargantas como catedrales. Propulsados por las cuerdas vocales de unos seguidores que apenas llenaron este viernes la mitad del Teatro de La Axerquía, la ya juvenil pareja Gemeliers no notó el vacío en las gradas de su concierto de Córdoba. Esa media entrada de chicas -porque eran chicas en su mayoría, de entre 0 y 15 años, con algunos chicos también entregados y un buen número de padres tan emocionados como el que más- llenó el recinto si no de gente, sí de coros y chillidos en la mejor tradición fan que acompaña a la música popular desde los años sesenta.

Los pulmones del público empezaron a entrar en calor apenas abiertas las puertas a las 20:30. Los devotos de corazón se acercaron lo más posible al escenario, como manda la norma de todo concierto. Un par de banderas -una del Córdoba y una viajera señera catalana- marcaban la frontera con los dominios de los gemelos sevillanos Jesús y Daniel Oviedo Morilla. Globos de colores. Risas. Gritos. Y un ambiente de recreo de colegio venido a más -¿por un exceso insospechado de Coca-Cola u otros refrescos azucarados?- esperaba a los artistas.

Justo cuando todo parecía irse de madre y empezaban los eslóganes reivindicativos -“¡que-re-mos-ver- / a-los-ge-me-liers!”- entre esa muchedumbre de la ESO y los últimos cursos de Primaria, los integrantes de la banda entraron en una escena diseñada al milímetro. Mimetizando el inquietante cartel de la gira Gracias de los Gemeliers (una foto en la que ambos hermanos se comparten al 50% y hacen evidente su carácter monocigótico al fusionarse en una sola persona idéntica a ellos mismos), también bajo los focos prácticamente todo era simétrico. Y de manera perfectamente coordinada Jesús y Daniel aparecieron cada uno por un lado.

Es en ese momento cuando la media entrada de público se convierte en una sola al ritmo de Soy yo, uno de los temas estrella del álbum que da nombre a la gira de estos dos cantantes. Andan al mismo ritmo. Visten igual (aunque solo uno de ellos -¿pero quién?- luce un estampado en su cazadora). Cantan a tono. Y solo se diferencian en algunos de los gestos, afectados y casi dramáticos siempre, mientras se cruzan de un lado a otro saludándose de vez en cuando.

Los y las fans viven con perfecta naturalidad ese continuo juego del despiste univitelino al que les someten las estrellas. Como si de un partido de tenis se tratase, no dejan de mirar a uno y a otro en temas como Escaparme contigo, Escúchame, Sobreviví o Carrusel. Al ritmo de temas tan frescos y dulces como un granizado de fresa, el público canta con ellos, ríe con ellos, se agita con ellos. Pero para el espectador no avezado, la única solución para tanto cruce de ADN idéntico es ejercitar una mirada estrábica, en Cinemascope y existencialista como la de Jean Paul Sartre. Solo así todo empieza a cobrar algo de sentido.

En todo caso, el 99% del público no solo era veterano de Gemeliers y sus espectáculos -muchos han crecido viéndoles hacerse mayores en los programas televisivos que cincelaron la fórmula de Jesús y Daniel a martillazo de share- sino que además se sabían casi genéticamente todos los estribillos. Un público cuyos agudos tenía potencia suficiente para arrasar todas las cristalerías de Bohemia y que llevó en volandas a sus ídolos haciéndoles disfrutar como si solo fuesen solo uno.

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