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Eva Yerbabuena vuelve a cautivar con una imponente obra

'Apariencias' de Eva Yerbabuena en el Gran Teatro | TONI BLANCO

Francisco Martínez Sánchez

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Nadie quedó impasible al presenciar ayer viernes la última obra de Eva Yerbabuena Apariencias, presentada en el Gran Teatro de Córdoba con motivo del XXI Concurso Nacional de Arte Flamenco, que en este año celebra su sesenta aniversario.

La sacudida inicial de Apariencias impactó, puso en alerta al espectador, quedando imantado de inmediato por la contundencia de la percusión y la iniciación ritual de una danza engendrada por símbolos arquetípicos manifestados en rigurosos movimientos y oníricos gestos, en paradoja con la realidad expuesta en las imágenes proyectadas sobre el blanco capote de uno de los bailarines. Espolear conciencias con flashes de una desnudez vital, mostrando a quienes sufren destierro, hambre y guerras en contrapunto con el poder absoluto e inmundo que el dinero produce. Desde el primer instante Eva Yerbabuena desvela no la intención sino la razón de ser de Apariencias. ¿Necesitamos un conflicto para crear?, se pregunta la bailaora, entre otras interrogantes que van despejándose durante la obra, a la vez que se abren otras, de ahí el acierto de la artista granadina.

Un cante por malagueña sirvió de guía para continuar por la seductora travesía gestual y sonora: danza, baile en su más estricto sentido flamenco, cante, guitarra y percusión. Un mantón fue suficiente para que Yerbabuena trazase con él imaginarias hipérboles, dotando al descarnado espacio de sobria belleza para que la petenera adquiriese toda su dimensión dramática. Apariencias, juego de máscaras y la bailaora pertrechada con su mantón enarbolando un ensimismado baile de sutiles cadencias estéticas.

Juego de máscaras, mentiras repetidas, un cruzado diálogo cuasi esquizofrénico en la multiplicidad de voces que atinadamente quedaron figuradas por uno de los bailarines, incitando a los reiterativos ayes del cante por cañas. El ecuador de la obra, y los bailarines desglosando sincopados y precisos movimientos de intachables contrapuntos en el zapateado, tanto en grupo como en solitario. Llegó el momento en el que uno de los bailarines, a manera de un demiurgo que todo lo ordena y controla a su antojo, dirigió el destino de los demás desencadenando un cante por tientos. El baile como generador de emociones parafraseadas gracias al cante, como ocurrió con los fandangos, alumbrados como soplo distendido, pero no falto de tensión. A reglón seguido llegó el turno de la seguiriya, sinónimo de tragedia. Las máscaras caían.

Dicharachera en movimientos, alterando la sobriedad latente en la obra, Eva Yerbabuena bailando en un palmo de escenario, bajo luz cenital. El Pregón y mezcolanzas de cantes de trilla sirvieron para que la bailaora hiciese gala de un sinuoso baile, expresión flamenca desde una luminosa espontaneidad. Baile intercalado en el trasunto de la obra a manera de agradecido respiro para lo que aún quedaba por llegar.

Ante la dualidad Eva Yerbabuena y Lorena Franco llegó la soleá como catarsis. Eva Yerbabuena en su ser flamenco primigenio, exaltando el caudal que el baile posee en sí; técnica pero también inspiración porque la bailaora no solo ejemplificó cómo se deben de emplear los pies en armonioso zapateado, delineando con prestancia cuerpo, brazos y manos en cabal colocación; pasional y sensible, transpiró la esencia que le nutre como flamenca, bailaora y artista, capaz de generar obras de gran calado y alcance creativo, como Apariencias.

El entramado sonoro imprescindible y de calidad para que la obra fluyera con los acentos musicales propicios para cada una de las coreografías expuestas tuvo la firma musical de un excepcional guitarrista: Paco Jarana. El latir de la percusión de Antonio Coronel resultó imprescindible para mantener la tensión del argumento. José Valencia y Alfredo Tejada dieron toda una lección de cómo se canta en un espectáculo de este calibre, con las voces siempre a punto y desenvueltas, desde el conocimiento y entrega. La colaboración de la cantante Alana Sinkëy resultó un necesario contrapunto al clima flamenco de la obra, resaltando con su voz momentos puntuales de la misma. Los bailarines intérpretes Christian Lozano, David Coria, Fernando Jiménez, Ángel Fariña y Lorena Franco ejemplificaron profesionalidad y calidad de alta escuela. Ellos contribuyeron a que los pilares y estructura de Apariencias quedase bien sólida.

A la salida del Gran Teatro y tras haber despedido el público a Eva Yerbabuena y su elenco artístico con una clamorosa ovación, que duró varios minutos, afloró el recuerdo del Manifiesto surrealista que André Bretón escribiese en 1924. “La imagen no puede nacer de una comparación, sino del acercamiento de dos realidades más o menos lejanas. Cuanto más lejanas y justas sean las concomitancias de las dos realidades objeto de aproximación, más fuerte será la imagen, más fuerza emotiva y más realidad poética tendrá...”. Siempre agradecer a Eva Yerbabuena su talento y excepcionalidad artística.

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