Antonio Agredano: “La literatura nunca debe desprenderse del hueso”
En Prórroga, la primera novela de Antonio Agredano (Córdoba, 1980), hay un exfutbolista con un dilema filosófico y generacional que, como muchos de nosotros, encuentra un refugio en sus recuerdos sin ser consciente de que, con ello, está colocando una barrera de defensas ante una jugada ensayada. No hay engaño: Julián Bellón, el portero al que retrata Agredano, tiene mucho del un escritor que ha trazado su trayectoria íntimamente ligada al mundo del fútbol.
Y a la poesía, un género que ha cultivado en tres libros distintos, El Incendio Cerise [Plurabelle, 2008], Matriarcado [Los Catorce Ochomiles, 2009] y Teta [Ediciones En Huida, 2015], y como director, los últimos cuatro años, del Festival Cosmopoética. En Prórroga, Agredano abandona momentáneamente los versos (que no la poética) para adentrarse en la novela, un género que, según reconoce, le ha llegado a venir un poco largo.
El escritor ha presentado este viernes su nueva obra en La República de las Letras, y ha sacado tiempo para charlar con este periódico, que durante años fue su casa, sobre la aventura de debutar como novelista con 40 años sin descuidar el cuidado (valga la redundancia) de su familia.
Yo voy a escribir siempre sobre lo mismo
PREGUNTA. Háblame de Prórroga. Cuéntame qué tal ha sido tu primera experiencia como novelista. Convénceme.
RESPUESTA. Te voy a convencer, venga. Creo que la novela está guay. No porque la haya hecho yo, sino porque, si publico mi primera novela con 40 años, será por algo, porque he estado, por lo menos, pensándomelo. Es una novela que, aunque parezca que es de fútbol, aunque la publique Panenka, que es una revista especializada en fútbol, en realidad habla de la familia. Y, sobre todo, de una generación, la mía, la de los nacidos en torno a los 80, con sus propias incomodidades, con sus propias tristezas y, sobre todo, con su miedo a vivir y a asumir responsabilidades. Aquí el protagonista, que se llama Julián Bellón, es una persona que pudo haber sido un gran futbolista, pero estaba incómodo en los roles que le tocaba desempeñar. Lo mismo podría haber sido futbolista que bombero, que su problema era asumir el vértigo, que es lo que no pudo hacer.
P. ¿Hasta que punto es autobiográfica esta historia?
R. Bueno, pues en todo. No es que sea mi vida, pero siempre hay una parte de mí en el personaje o en alguno de los secundarios que aparecen por ahí. Siempre aparece lo que yo he vivido. Y creo que, aunque ahora se cuestiona mucho esto de la biografía-ficción, yo creo que la literatura nunca debe desprenderse del hueso. Es una carne que está ahí pegadita al hueso, que es nuestra vida, nuestra existencia, nuestra perspectiva ante el mundo, y que, aunque queramos jugar con protagonistas invisibles, eso está ahí. Yo voy a escribir siempre sobre lo mismo. Voy a escribir siempre sobre la familia, sobre la nostalgia, sobre el fútbol, sobre la música, sobre las cosas que realmente me han marcado.
P. ¿Cuál sería entonces tu responsabilidad inasumible? ¿Qué sería para ti lo que es para Julián el fútbol?
R. Pues mira, sería escribir. Hace no mucho, recuerdo cuando estábamos en el acto de Tote King en Cosmopoética, y me dijiste que yo era un Bartleby. Y me acuerdo con el cariño con que me lo dijiste, porque era una gran verdad. Porque al final uno demora, uno no quiere asumir el riesgo, uno brujulea y no quiere hacer unas cosas u otras, pero, al final, yo sé que lo mío es escribir. Y, si quiero que me dé para vivir y quiero ganar dinero con ello, me lo tengo que tomar como lo que es, una obligación y una cuestión de respeto a la gente a la que le apetece leerme. Entonces, no se puede estar demorando ese encuentro con la literatura y con la vida continuamente.
P. ¿Y te ha costado, por tanto, dar el salto a la novela?
R. Sí, mogollón. Porque no tiene nada que ver con lo que yo haya escrito. Yo vengo de la poesía que ahora me parece una cosa sencilla. No me parece sencillo escribir un buen poema, lo que me parece sencillo es sentarse a escribir poesía. La novela es muy compleja, tiene muchos mecanismos y no puedes abandonarla porque pierdes el hilo de tu propia creación. Y me ha costado, me ha costado mucho, lo he llevado regular. Soy un escritor coñazo. Me ha costado mucho sentarme a escribir y, ante todo, hay una cosa que he pensado continuamente mientras escribía, que era: ¿A quién le interesa esto? Y esas dudas son terribles, se te pegan a la piel.
P. ¿Y cómo las has vencido? ¿Con un contrato?
R. No, porque mira, me pagaron un dinero de anticipo y siempre podía devolverlo. Pero después pensaba que encima me iba a costar el dinero. Porque tenía que pagarle al banco por devolverlo. Y esos tres euros que me iba a cobrar La Caixa te juro que fueron un incentivo increíble. No, pero no solo por eso. También por el apoyo de mi mujer, que no voy a decir que me reñía, pero me apoyaba para terminar el libro. Y también de gente cercana a la que yo le iba leyendo la novela y me decían: “por aquí, por allí”. Al final, como cantó Joe Cocker, mejor que los Beatles, todo ha salido con una pequeña ayuda de mis amigos.
Me encanta el refugio que tenemos de adultos con el recuerdo de nuestra niñez
P. ¿Cuánto hay de nostalgia en Prórroga?
R. Bueno, tú me conoces y hemos compartido cabecera en Cordópolis, así que sabes que soy una persona a la que le gusta mucho mirar atrás. No me gusta embobarme con el pasado, que es diferente; no me gusta dejarme seducir por un pasado que además nunca sabremos como fue, porque lo que hacemos es reinventarlo y adaptarlo a las circunstancias de cada uno. Y, si ya es difícil desentrañar el presente, imagínate desentrañar un tiempo que ni siquiera vivimos y que está alojado en una parte de nuestros recuerdos. Eso le pasa al protagonista de la novela: él piensa que su familia es de una manera hasta que crece y se da cuenta de que todo era un trampantojo, de que todo era otra cosa. Pero claro, cuando uno es un niño, se le intenta apartar de las grietas de la familia.
P. Sí, yo siempre digo que somos turistas en esa parte de la infancia.
R. Absolutamente. Él se cree que es protagonista de su infancia, cuando en realidad está en otra parte. Eso es un poco lo que pasa con la nostalgia. Pasa también con Ana Iris Simón. No he leído Feria, lo tengo en la mesita pendiente, pero he estado pendiente de algunas de las cosas que ha dicho y claro, da la sensación de que todos somos felices en la infancia. Bueno, todos los que tenemos el privilegio de haber sido felices en la infancia. Pero es una visión absolutamente apartada de lo que estaba sucediendo en aquel momento. Al final, nuestra vida es compleja per se. La vida adulta nos arrastra a la realidad, mientras que la infancia no. Pero bueno, a mí me encanta el refugio que tenemos de adultos con el recuerdo de nuestra niñez. Ese me parece un pacto precioso, el cobijarnos en el recuerdo de lo que fuimos y lo que tuvimos.
P. Además, ahora nos toca a la gente de nuestra generación. Estamos en una fase de reivindicación de los 90, después de una época de revival de los 80, que ha durado más que los propios 80.
R. Para mí fue más importante mi primer cubata que mi primer muñeco. Yo en los noventa descubrí discos que sigo escuchando ahora. Para nosotros, los ochenta son la niñez pura y dura, mientras que en los noventa empezamos a tomar decisiones. Así que a mí me encantan los noventa. Yo soy un hijo de los noventa. No puedo evitarlo. En los noventa sí me recuerdo yo: tocando canciones de Nirvana de la guitarra, decidiendo qué quería estudiar de mayor, dirigiendo el periódico de mi instituto... En esa época hay algo.
P. ¿Cuál ha sido la prórroga más dura que has vivido en tu vida? ¿Cuáles han sido los peores minutos del descuento?
R. Bueno, me he sentido solo. Eso está mucho en la novela: mis fracasos amorosos. No hablo de que no me quieran, sino de que no funcione un proyecto de pareja. En la novela hay mucho de eso. Es un tema que me interesa y que es uno de mis grandes temas a la hora de escribir.
P. Bueno, para despedirnos, dame un pronóstico de la Selección Española.
R. Mira, yo querría que ganara la Eurocopa, aunque sé que va a estar muy complicado. Pero me he vuelto muy defensor de Luis Enrique. Ya era defensor de Clemente y ahora soy defensor de Luis Enrique. Porque ya estoy harto de lo predecible y Luis Enrique es un hombre que me desnorta, que me inquieta y que no sé por dónde va a salir. Y agradezco un poco esa antipatía. Porque estoy muy cansado del humor. Estoy harto de que todo tenga que estar filtrado por la risa. Quiero hondura. No quiero chistes, quiero que el humor no filtre todas las conversaciones de nuestra vida. Que no es tan importante reírse, que no hace falta hacer humor todo el rato. No es tan necesario el humor en nuestra vida, aunque hemos creído que sí. Es necesaria la alegría, pero no el humor.
Estoy harto de que todo tenga que estar filtrado por la risa
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