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La Pandemia según Miguel David: “La pobreza se hereda”

Miguel David Pozo, párroco del Barrio del Guadalquivir

Juanjo Fernández

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Miguel David Pozo es párroco de Santa María de Marillac, la parroquia del Barrio del Guadalquivir “al otro lado del puente” de nuestra ciudad. Uno de los llamados “barrios olvidados”, de los más empobrecidos de España, según estudios y estadísticas.

El cura nos recibe y nos atiende en un jardincito con porche, que forma parte de la parroquia y de la casa parroquial, con distintas salas y estancias para que habiten los voluntarios que desarrollan los programas que desde aquí se realizan para los jóvenes del barrio, además de la propia iglesia como tal dedicada a los actos litúrgicos y la celebración de los sacramentos.

Miguel David viste vaqueros, deportivas blancas inmaculadas y una sudadera gris –bajo ella lleva una camisa azul celeste con alzacuellos-. “Me compré una sotana el año pasado, para celebrar mis veinticinco años de ordenación, pero la uso poco”. “Me gustó una cosa que me dijeron: que llevo la sotana a ras de suelo”, nos dice con una sonrisa.

El prestamista junto a la cola del hambre

Y es cierto, el Padre Miguel David lleva su ministerio a pie de asfalto, de calle, de las manzanas con poca luz que configuran el barrio, donde hay altos índices de absentismo escolar y trapicheo, mucho trapicheo. Donde la crisis se ceba: “me cuentan que cada vez hay menos trapicheo –que, de alguna manera, significaba cierta cohesión social, cierta solidaridad-; ahora se vende a otro nivel y ha aparecido la figura de el prestamista”. “Gracias a la labor de Cáritas y sus voluntarios, aquí hemos repartido comida, hemos visto las colas del hambre dándole la vuelta a la manzana porque los frigoríficos y las despensas estaban vacíos y el BMW del prestamista que, a intereses brutales, dejaba dinero a personas que necesitaban medicamentos que no están cubiertos por la Seguridad Social o tenían que comprar papillas especiales porque una de sus hijas seguía un tratamiento agresivo contra el cáncer. Eso es muy duro, pero existe”.

“La pobreza se hereda”, nos dice con todo conocimiento de causa el cura, “los niños de 11 años esperan a tener 13 para poder trapichear y, a los 18, ya están en la cárcel”. Por cierto, que el recinto penitenciario tiene como internos a buena parte de sus feligreses. “El obispo, monseñor Demetrio Fernández, acude a la prisión y suele llamarme por teléfono diciéndome que ha visto a mis feligreses, y que siga inventándome programas, que ahí está la diócesis para ayudarme. La verdad es que don Demetrio está cerca de esta realidad, me dice que ésta es la parroquia que más visita de la Diócesis, aunque parezca en los medios de comunicación que, a veces va demasiado de obispo” (esto lo dice más bajito y sonriendo con cierta complicidad).

La Puerta Verde y la Maleta de Luisa

Desde esta parroquia, cuya advocación es la de Santa Luisa de Marillac, la monja parisina que cofundó, junto a San Vicente de Paul, las Hijas de la Caridad, una congregación asistencial, mantienen dos proyectos “estrella” que tienen a los jóvenes del barrio como objetivo y como protagonistas. Uno de ellos es “La Puerta Verde”, un programa que trata de dar esperanza, para que los niños se ilusiones, jueguen, “una puerta que se abra a la esperanza, a la amistad, a los anhelos”, nos cuenta Miguel David.

Otro es el llamado “La Maleta de Luisa” –le han quitado el Santa a la fundadora de las Hijas de la Caridad- que tiene que ver con la formación y la solidaridad. “Ofrecemos la posibilidad de pagar un módulo de peluquería o esteticistas o barberos a chicas y chicos del barrio para que puedan desarrollarlos por las mañanas, que puedan llevar el fruto de su trabajo a sus casas y que, también, por la tarde colaboren con nosotros como voluntarios”, cuenta el párroco. Lo explica de una manera muy divertida y muy explícita: “Una chica gitana que sepa quitar un bigote… hombre: ¡Es la reina, la alcaldesa del barrio!” Y se le ilumina, ilusionado, el rostro.

Le preguntamos al Padre si ha ido al Vaticano y nos dice que dos o tres veces, a ver a compañeros sacerdotes de un seminario que realizan programas parecidos a los que el trata de llevar a cabo en el barrio. Le preguntamos también por la labor y el discurso del Papa Francisco. Aquí el cura de barrio demuestra su formación teológica: “Si te fijas, el discurso de Francesco no es muy diferente al de otros Papas; pero tiene carisma… Es jesuita”. Creo que entendemos su respuesta.

Lo que sí creemos sin dudar es en su labor, su ilusión y su compromiso. Y su conocimiento de la realidad: “la gente del barrio vive de la venta ambulante, de los mercadillos, de vender ajos en la puerta del supermercado, esos no tienen paro, no pueden acogerse a un ERTE…”

“Hay teléfonos a los que llamar que no te contestan, mientras el timbre de la parroquia siempre suena y no comunica nunca”.

Al otro lado del puente, muy cerca, está una realidad que muchos desconocen. O, mejor, parece que quieren desconocer.

 

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