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Martín Cañuelo, en una entrevista con Cordópolis en el Coliseo San Andrés.

Marta Jiménez

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Sé bien que la nostalgia es profundamente reaccionaria en estos tiempos de populismos y emocionalidades. Pero la nostalgia que representaba Martín Cañuelo solo era superficie. En realidad, Martín era memoria andante de la ciudad. Dicho esto con sonido a bóveda. Su último habitante romántico. Él fue la Córdoba caminante de otros tiempos conectada con fuerza al presente. El guardián de la luz de celuloide que respiraron tantos cordobeses durante las noches de verano de tiempos oscuros.

Martín fue el señor de los cines de verano. Amaba cruzarme con él por el casco, y eso que a veces iba sin tiempo para pararme a charlar en ese universo cero apresurado en el que él habitaba, qué moderno. Era bonito cada primavera cuando ponía en marcha la maquinaria de blanquear paredes, podar las plantas y negociar con las distribuidoras para abrir sus cines. Qué bien manejaba los tiempos y las estrategias de comunicación ese hombre profundamente analógico y qué mal tantas decepciones y malos ratos que le daba el poder local.

Coleccionista empedernido, solía llegar a las citas agarrado a un álbum lleno de programas antiguos de cine y teatro en Córdoba conservados con esmero. Gracias a este archivo sabemos hoy, por ejemplo, que en el Coliseo cantó Manolo Caracol, la Niña de la Puebla o Pepe Marchena, porque aquel local alternaba los espectáculos flamencos con las películas y tuvo una gran fama como lugar de flamenco y copla, contaba.

Muchos reíamos ante su pesimismo de boquilla que nada tenía que ver con el optimismo que demostraba en todo lo que hacía. Y nunca le agradeceremos lo suficiente que salvase los cines de verano. Es cierto que el Ayuntamiento protegió estos locales, pero sin la vida que les insufló Martín, estos espacios dormirían hoy el sueño de la ruina y las plantas invasoras.

Su famosa compra en una subasta pública de tres de los cuatro cines de verano del casco (Fuenseca, Olimpia y Delicias, aunque gestionaba y programaba en los cuatro) es uno de los actos políticos, poéticos y cinéfilos que pasarán a la historia de la (cobarde) Córdoba de este tiempo. Antes de aquello, recuerdo cómo se lamentó profundamente cuando la empresa Arenal 2000 destruyó la histórica taquilla del Fuenseca (la de hoy es moderna y reconstruida) para ampliar la puerta de aquel solar y que sus camiones pudieran entrar a trabajar en una promoción de casas colindante con el cine. Lo que leen. El permiso se lo dio la entonces alcaldesa, Rosa Aguilar y la ciudad calló, como siempre, en un gesto más de desdén hacia su memoria y a su patrimonio. Unos años después, agazapado y con mucho cálculo, compró los cines, propiedad de Sandokán, cuando salieron a subasta pública de la Agencia Tributaria en 2015. Una jugada maestra que nos puso a muchas a sus pies.

Desde entonces, ha restaurado el Fuenseca, ha convertido algunos de estos espacios en lugares para la cultura todo el año. Proyectaba hacer un teatro cerrado tras la pantalla del Fuenseca, planeaba traer a más directores a presentar películas en verano, hacer ciclos cinéfilos…

Y siempre me pedía que en vez de su nombre hablase de Esplendor Cinemas, porque no era él, sino que eran un equipo. Por eso hoy me aferro a que ese equipo continúe con su esplendoroso legado y que Córdoba lo acompañe y lo cuide. Ayer me dijo un amigo cinéfilo que hoy la ciudad es un poquito más mierda sin él. Así que apelo a la valentía y la lentitud para recordarlo y mantener vivo aquello por lo que tanto lo admiramos.

Es lo menos que podemos hacer por el hombre que luchó tanto por el bien común cultural. Por la calidad de vida de los vecinos del casco. Para que la memoria del gran Martín Cañuelo nunca se pierda, como lágrimas en la lluvia.

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