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Los luchadores dejan huella

Antonio Barcos

Alfredo Ruiz Sánchez

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En la vida se te cruzan muchas personas. Unas van de paso y apenas dejan recuerdo mientras que otras te dejan una huella imborrable. Antonio Barcos ha dejado esa huella. El pasado mes de marzo se marchó para siempre, un emprendedor social y luchador con una fe y una fuerza vital imbatibles.

De bien pequeño se le presentó la oportunidad de forjar su personalidad y sus conocimientos. Ingresó en el seminario, más por hambre que por vocación, aunque esta le llegaría pronto al tener acceso a todos los conocimientos que se le pusieron al alcance. Completó todos sus estudios sacerdotales, forjó buenas amistades y construyó todo su sistema de valores que le ha acompañado siempre. Orientó su camino hacia el sacerdocio obrero, creando una pequeña comunidad con algunos compañeros, pero su vocación acabó derivando hacia lo secular y no se ordenó como sí hicieron algunos de sus compañeros y amigos. Eso no le supuso abandonar su fe, sino que sus valores cristianos y su afán por ayudar al prójimo continuaron inmutables.

Tras su estancia en el seminario, entró a trabajar en la Cooperativa Colecor, donde empezó desde abajo y acabó como jefe de personal. En Colecor hizo de su trabajo una ayuda a los demás, mejorando las condiciones de trabajo y de vida de los vaqueros que vendían la leche a la cooperativa. Cursó estudios de Graduado Social, conoció a la que sería su mujer y compañera toda su vida y tuvo tres niñas y un niño que han heredado todo su saber ser y su estar. 

Tras el cierre de Colecor, fue cofundador y presidente de la asociación de Parados Mayores de 40 años (PM40) que marcó un hito en el difícil trabajo de inserción laboral de las personas mayores de 40 años. Esta entidad también fue el germen de otras entidades análogas que se fundaron en otras ciudades andaluzas y del resto de España. Con esta entidad puso en marcha el servicio de vigilantes de aparcamiento (vovic), pionero en la ciudad y obtuvo también el reconocimiento de cordobés del año en 1995. Antonio tuvo muchas ocasiones y ofrecimientos para entrar en la política institucional pero el prefirió hacerla desde la base y desde el emprendimiento social. En 2004 tuvo que dejar su cargo, pero no paró de trabajar por hacer de este mundo un lugar un poco mejor.

Se centró entonces en su familia y en su labor de difusión de valores del cristianismo de base, primero a través de las Hermandades del Trabajo y luego fundando la asociación Enclave Humanista, ligada a la plataforma Redes Cristianas. En estos años ya le había sido diagnosticada la EPOC, una enfermedad pulmonar crónica, pero esto no le impidió continuar con su labor y embarcarse en la publicación y en la difusión del libro “Nobleza obliga”, dedicado a la obra pastoral de su gran amigo y compañero de seminario Domingo García Ramírez.

Tras esto y con el avance de su enfermedad, fue alejándose de la vida social y se centró en su familia y en su cruzada contra la EPOC. Durante años se resistió a ella, pero finalmente, en plena pandemia se le ha sumado un cáncer extendido, siendo ambas enfermedades y no la COVID las que se lo han llevado.

Antonio ha luchado ferozmente durante toda su vida, primero contra las injusticias del mundo, luego por su familia y finalmente contra la enfermedad. A pesar de todo, nunca ha perdido su fuerza y su valentía, sus ganas de vivir, su sentido del humor, su fe, la coherencia en sus ideas ni el amor por su familia y sus seres queridos. Se ha ido en la mejor de las compañías y con todo el apoyo y el amor del mundo que solo una persona como él podía recoger.

Las circunstancias del destino me han permitido conocerle y compartir con él vida y tardes enteras de diálogo y filosofía política, social y existencial. He compartido acontecimientos de todo tipo, unos alegres y otros quizás menos alegres. Me ha ayudado cuando he pasado dificultades y he podido estar ahí cuando me ha necesitado. De él he aprendido a conocer la Fe sin ser creyente; a saber que los valores cristianos de base son valores universales compartidos por todos los seres humanos independientemente de sus creencias. He aprendido en creer en la figura de Jesús, el primer revolucionario utópico, y a compartir sus ideas siendo yo un total agnóstico. Incluso he llegado a comprender que Dios sí existe, porque siempre ha existido dentro de su Fe, de su lucha y de su corazón inmenso.

Si ciertamente hay Dios y un Paraíso, Antonio estará ahí, a la derecha del Señor, en compañía de su amigo Domingo y de Jesús quien siempre fue su ejemplo a seguir. Si no lo hay, siempre va a estar aquí, con quienes compartimos su vida y su trabajo, en nuestro recuerdo de él, de su amor y de la obra de toda su vida.

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