Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El alcalde de Córdoba que se negó a aplicar restricciones en lo peor de la sequía de los noventa

Rafael Merino, el día de su toma de posesión, poco antes de recibir la llamada de Amparo Rubiales.

Alfonso Alba

0

En el verano de 1995, la sequía golpeaba fuerte a Andalucía. La ausencia de lluvia y una comunidad que entonces no estaba tan preparada como ahora para embalsar el agua provocó que se aplicaran restricciones en siete de las ocho capitales de Andalucía. Solo Córdoba resistía a las temidas restricciones.

Cádiz llevaba desde 1992 con problemas. En Sevilla, el Gobierno llegó a diseñar un plan para evacuar la ciudad por la falta de agua. El Ejecutivo, en el último año de Gobierno del PSOE de Felipe González, lo descartó finalmente. Pero comenzaron a pulular iniciativas estrambóticas para calmar la sed de los andaluces. Se llegó a plantear fletar un iceberg procedente de Noruega y remontarlo Guadalquivir arriba, algo que obviamente fue descartado. La idea de los barcos llenos de agua que atracaban en los puertos andaluces también planeó. Finalmente no se hizo nada. 1996 fue un año lluvioso y ya no hizo falta. Pero se sentaron las bases que han permitido que Andalucía lleve prácticamente seis años de una sequía peor que la de los noventa y que de momento esté resistiendo.

Pero antes de que volviese la lluvia, seis millones de andaluces sufrían restricciones de agua. Se llenaban bañeras en las pocas horas en las que había suministro para aguantar hasta que regresara. Se disparó el consumo de agua embotellada y los campos de regadío se convirtieron en secano. En Córdoba, también hubo importantes restricciones, pero no en la capital. Los pueblos del norte se quedaron casi sin agua. Ahora sí que se ha secado Sierra Boyera, el único embalse que había entonces. Y de ahí surgió el compromiso de construir La Colada, hoy contaminada, para evitar sequías del futuro. Los del sur vieron como Iznájar se quedaba en mínimos históricos. No llegó a secarse, pero se limitaron las horas a las que podían abrir los grifos 200.000 cordobeses.

Pero Córdoba capital resistía como una pequeña aldea gala. Rafael Merino, del PP, se acababa de convertir en alcalde de Córdoba apenas un mes de recibir la llamada de la delegada del Gobierno, Amparo Rubiales, del PSOE. Rubiales le exigía que aplicara restricciones “por solidaridad” con el resto de andaluces. Córdoba era una especie de isla en mitad de una región que se moría de sed. Merino pronunció entonces una de esas frases que acaban marcando a un político para las generaciones posteriores: “Tendrá que mandarme a la Guardia Civil”.

Un sistema robusto

En 1995, Córdoba ya disponía de un sistema de abastecimiento de agua en alta de una robustez impresionante. En 1989 comenzó a llenarse San Rafael de Navallana, recién construido. Hasta entonces, Córdoba dependía exclusivamente del agua procedente del Guadalmellato y de algunos pozos que se llenaban con acuíferos subterráneos procedentes de Sierra Morena. Pero a partir de finales de los ochenta comenzó a funcionar el doble juego de embalses en una de las zonas menos habitadas de la provincia que garantiza, además, lo que acabó conociéndose como Fino Anguita: el buen sabor del agua de Córdoba.

El doble sistema del Guadalmellato y Navallana permite al primero desembalsar agua en el segundo cuando lo necesita. Navallana tiene, además, fuentes diferentes para llenarse que el Guadalmellato. Esto permite que prácticamente toda el agua que llueve en una extensa zona que iría desde Obejo, al norte, Cerro Muriano, al oeste, y Adamuz, al este, entre en estos dos embalses. Entre ambos tienen capacidad para retener más de 300 hectómetros cúbicos de agua. Una ciudad como Córdoba se bebe cada año 22 hectómetros cúbicos de agua. Pero en los últimos años las campañas de concienciación han funcionado y el consumo de los ciudadanos ha bajado. Según datos de la empresa municipal Emacsa, el año pasado el consumo de Córdoba capital se redujo a 19 hectómetros cúbicos.

Ahora mismo, entre Navallana y el Guadalmellato hay 105 hectómetros cúbicos de agua. En el caso en el que solo se utilizase para beber, habría recursos suficientes como para aguantar otros cinco años más. Pero el agua de ambos embalses no solo le pertenece a la ciudad de Córdoba. La Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) tiene compromisos también con la comunidad de regantes del Guadalmellato. La superficie a regar es de casi 1.300 kilómetros cuadrados. El canal nace en el embalse pero hoy está bajo las aguas de Navallana. De ahí continúa por Alcolea hasta Córdoba capital, Villarrubia y Almodóvar del Río. Cada año, en épocas normales, aporta más de 150 hectómetros para regadío. Este año las aportaciones se han reducido considerablemente.

Agua hasta para regar

Pero aún contando con pequeñas aportaciones para las fincas de regadío, el doble sistema de Córdoba tiene agua suficiente como para aguantar otros dos años más sin lluvia. Y eso es algo que, de nuevo, no ocurre en otros puntos de Andalucía. Ni tampoco de Córdoba. En la provincia es complicado que la zona de Montoro aguante el próximo verano sin una primavera que no sea lluviosa. Incluso la zona norte volvería a tener problemas por el bajo nivel que tendría La Colada, muy contaminada. Aunque en Andalucía lo peor vuelve a estar en Cádiz y en Málaga, con embalses bajo mínimos y escasos recursos.

Desde hace meses, Emacsa ha aplicado en Córdoba las primeras restricciones. Desde la primera semana de noviembre, las aportaciones se han reducido en un 10%. Para lograrlo se han cortado el 90% de las fuentes de la ciudad, que ya no fluyen. Estas medidas se toman cuando el embalse del Guadalmellato acumula dos meses seguidos por debajo de 45 hectómetros cúbicos. Tras las últimas lluvias de esta semana, el embalse ha subido a 40 hectómetros cúbicos.

Esta semana, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, ha anunciado “restricciones” en Córdoba, al igual que en Málaga o Sevilla, si no llueve “30 días consecutivos”. Pero la decisión no la toma la Junta. Las competencias son de los ayuntamientos y de las diputaciones, que son las que tienen la última palabra. En los años noventa ya hubo un alcalde que dijo que no.

Etiquetas
stats