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Diario del Confinamiento | Paciencia

Imagen de Job.

Juan José Fernández Palomo

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Al patriarca Job, un personaje en el Antiguo Testamento, lo putearon grandemente. Dios, no sé ahora en estos tiempos pero entonces era un cabrón con mucha gana de cachondeo, quedó con su archienemigo Satanás para fastidiar y probar la fidelidad del incauto Job.

La vericueta maldad de los guionistas no tiene límite.

El caso es que al buen Job, ganadero, buen padre y esposo, no le iba mal; pero, de pronto, Satanás –con la sonrisa cómplice de Dios allá en las alturas- le envió una serie de maldades muy chungas: su cosecha a tomar por culo, muerte del ganado y de sus hijos, repudio de su mujer… ruina total.

Job jamás negó de su fe en Dios a pesar del infortunio sobrevenido. No le dio a Dios la oportunidad de perdonarlo porque no pecó. Dios debió decir “qué cabrón, es más duro que un caramelo de mármol” (esto no viene en la Biblia, sólo lo suponemos).

Por eso, a la gente paciente nos comparan con el santo Job. Y eso está bien. Creo.

La paciencia es una actitud que nos lleva a soportar contratiempos. Qué es aburrida, sí; qué es un coñazo, también. Vale, pero es cosa prudente y demuestra, de alguna manera, fortaleza. Y es un arma revolucionaria.

Yo siempre abogo por la paciencia porque “una lengua suave también puede romper un hueso”.

Y detrás de una frase fantástica como esa late un viaje, una meta y, qué coño, una victoria.

Frase, por cierto, que también está en el Antiguo Testamento, ese serial imprescindible e inagotable (Jódete, Netflix).

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