Ser ciego en tiempos del Covid: cuando las señales son visuales y no se puede tocar nada
Desde que el coronavirus irrumpió en nuestro día a día, nos hemos acostumbrado a no tocar las superficies, a leer las señalizaciones que se han puesto en el suelo en la vía pública o en los accesos a los supermercados, a prestar atención a las indicaciones visuales de todos los comercios, a guardar la distancia con las personas que nos encontramos y a no entrar a un local si el aforo está completo. Pero, todo eso, ¿cómo lo hace una persona que no ve? ¿Cómo es el día a día de una persona ciega en este tiempo en que las señales son visuales y el sentido del tacto ha quedado prohibido para no contagiarse?
A esta nueva realidad en la que convivimos con el coronavirus se han tenido que adaptar también las personas ciegas, pero en el tsunami de la pandemia no han contado con la accesibilidad necesaria que sorteara los riesgos de contagio sin rebajar su capacidad para recibir información adaptada.
“Tienes que buscarte muchos recursos que te hagan no depender de lo que antes era habitual”. Quien dice esto es Alberto Bargiela, maestro de apoyo de la ONCE en Córdoba. Él es ciego y su experiencia sirve para ilustrar cómo viven las personas sin visión esta nueva normalidad. Tiene claro que, ahora mismo, la clave para que personas ciegas puedan volver a hacer su vida con normalidad es “la colaboración ciudadana. Es lo que más necesitamos”.
Porque, en su día a día, no puede tocar los botones en braille del ascensor para bajar de casa ni deben tocar barandillas ni otras superficies como se ha aconsejado a la población, pero además no puede ver si hay señales pintadas en el suelo para cruzar los pasos de peatones por un determinado lugar, no ve la señalización de los comercios para esperar el turno ni pueden ir tocando los productos de una estantería para dar con el que buscan.
De hecho, durante todas estas semanas de la desescalada en las que ya se ha podido abandonar el confinamiento en casa, Alberto cuenta cómo las personas ciegas “hemos reducido las salidas al máximo, vamos con mucha precaución”. La capacidad de sus sentidos se ha visto muy limitada.
En el lado positivo de esta situación, eso sí, este maestro destaca “el apoyo de pequeñas empresas, del comercio local, de los mercados”, que han puesto a disposición de los clientes la compra por teléfono y on line, de manera accesible también para personas como Alberto, evitando el riesgo que podía suponer tener que ir a hacer la compra.
“Salir a comprar era y es un problema”
Porque la realidad que se ha encontrado es que “salir a comprar era un problema y lo sigue siendo”. Ahora no pueden ir tocando estanterías y productos para dar con el que quieran echar al carro de la compra. Los guantes, además de haberse mostrado poco útiles realmente para la higiene necesaria frente al coronavirus, hacen inútil el sentido del tacto que tienen más desarrollado estas personas. “Olvídate del tacto”, dice Alberto. “Usé guantes solo la primera vez que salí a comprar el pan”.
Otro obstáculo que se encuentran las personas ciegas está en el simple hecho de mantener la distancia de seguridad con otras personas. Pero, sin verlas a ellas ni a las señalizaciones que pueda haber, ¿cómo saberlo? Por eso, asegura que lo usual es “preguntar, pedir colaboración, que alguien te indique” para poder habituarse a convivir en esta nueva realidad. Aunque, todo eso, hace que estas personas haya perdido su autonomía plena.
“Intentamos ser receptivos a cualquier instrucción que recibas de la gente, si entras en un establecimiento, cuando vas a comprar. O si pedimos ayuda y lo habitual es que alguien te coja del brazo, pues hacerlo con el brazo estirado”, de manera que haya más distancia, explica Alberto.
Gestos como esos se han convertido ahora en su rutina y la ONCE ha difundido información entre sus socios sobre “como desplazarnos, cómo no debemos tocar nada, buscar colaboración de otras personas, llevar nuestro gel hidroalcohólico, lavarnos las manos....”. Pero, por ejemplo, Alberto no ha vuelto a subir de momento a un autobús urbano. “Tengo respeto. Porque necesitamos tocar todo, las barras, los asientos. Mentalmente es difícil”, dice a la vez que pide “sensibilidad” por parte de los conductores y los usuarios, para poder indicar a las personas ciegas sus asientos y el espacio del que disponen.
Echa de menos que haya información adaptada para las personas ciegas en algo tan común ahora como el uso de las mascarillas. “Leemos la información, te lo imaginas, pero alguien debería habernos mostrado cómo son, cómo usarlas”, con el detalle que necesitan para adaptarse a su uso. Y pide también, aunque no es su caso, que a las personas ciegas que vayan con perro guía no se les deniegue el acceso del animal a los establecimientos o el transporte. “No es un perro al uso, no le pongamos trabas. Su uso está recogido por ley. Si le prohíbes la entrada, le estás quitando sus ojos”, dice para sensibilizar a instituciones y comerciantes sobre esta realidad.
Alberto es consciente de que en toda la vorágine del coronavirus que ha sorprendido al mundo poniendo del revés la vida, se han tomado decisiones rápidamente y para el conjunto de la población. “Hay que ser sensato” dice para explicar que no ha habido exigencias de las personas ciegas porque la prioridad era la salud y salvar vidas. Pero, “a corto y medio plazo”, sí advierte que se deberían poner señales acústicas para quienes no pueden captar la señalización visual y no frenar las acciones en pos de una accesibilidad universal.
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