La presión social SÍ funciona
Está pasando. La presión social funciona. Lo estamos viendo en el caso de los desahucios. Desde hace cinco años, un grupo de activistas incansables han luchado por acabar con los injustos desahucios de sus viviendas de aquellas personas que no podían pagar la hipoteca. Denunciaban, y nadie les hacía caso, que cuando una familia no podía hacer frente a su deuda el banco se quedaba con su casa, echaba a la calle a todos los miembros de esta familia sin importarles qué eran, si muy pobres, si discapacitados, impedidos, excluidos de la sociedad. Y encima denunciaban que sus deudas, por mucho que fueran expulsados de unas viviendas que ya no les pertenecían, no acababan. Es más, se elevaban por los intereses de impago. Un drama. Una salvajada. Una bestialidad. Un sinsentido.
Nadie, mejor, muy pocos han escuchado a los activistas de plataformas como Stop Desahucios. Eran cientos los que acudían a cada manifestación, a cada convocatoria a proteger a una familia, a evitar que los echaran a la calle. Pero eran casi invisibles para muchos. Han seguido movilizándose, han seguido sonrojando a bancos e instituciones y ahora, por desgracia muy tarde, lo han conseguido. Ha hecho falta mantener esa infatigable presión social y, lo más triste de todo, ha hecho falta que tres personas se quiten la vida cuando iban a ser desahuciados. Ahora sí, todo el mundo habla de los desahucios. Hay bancos que ya dicen que no van a echar a nadie más de su casa. El Gobierno asegura que va a tramitar de urgencia una norma para evitarlos. El PP y el PSOE se han reunido ya para ver cómo atajar este drama que se lleva denunciando desde hace tanto tiempo y al que nadie ha hecho caso.
Por fin.
Por eso, a todos los que me dicen que la huelga de mañana no sirve para nada yo les digo que miren la lucha de los activistas de Stop Desahucios. Que se fijen en su intensa movilización, en su definitiva presión social. Que sí, que es posible, que la presión social funciona. Pero para que lo haga hace falta creérselo y, sobre todo, perder el miedo.
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