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El otoño cultural y los TOC

Ángel Ramírez

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Ya tenemos el mayo festivo, el verano absurdo y el otoño cultural. La apuesta por la cultura ha dado sus frutos y finalmente ha entrado en el Olimpo ritual del calendario cordobés. El otoño cultural es Cosmopoética+Concurso de Flamenco+ Cine Africano+Programación del Teatro y siempre lo será. Falta Eutopía, pero como la versión oficial es que la Junta es una madrastra mala que se empeña en marginar a Córdoba, el concejal de Cultura, Juan Miguel Moreno Calderón, no la citó en su rueda de prensa. Es curioso porque salvo el concurso de flamenco y el Gran Teatro todo lo demás es reciente, y suena como si fuera la inscripción de la Piedra Escrita, lo que sueña cualquier gestor cultural, pura solidez y estabilidad, nada de sorpresas.

Nos falta por cerrar el invierno, que tiene pinta de convertirse en una shopping night que va desde el puente de la Inmaculada Constitución a la noche de Reyes, y de ésta hasta el fin de las rebajas. En versión cordobesa podría ser algo así como el shopinaigüinte, de este modo tendríamos todo ordenado y sabríamos qué hacer en cada momento. En el shopinaigüinte Cruz Conde y Bulevar arriba y abajo cargando bolsas, en el mayo festivo a mirarla cara a cara que es la primera, en el verano absurdo a sobrevivir cada uno como pueda, colgar fotos de nuestra barriga en las redes y preguntar por las vacaciones como si siguieran existiendo, y en el otoño cultural a vestir con ropa negra y poner cara de venir de escuchar poemas.

Los rituales son un comportamiento propio de los transtornos obsesivo compulsivos (TOC). Bueno, los rituales los tenemos todos, especialmente los de tipo colectivo, se convierten en un problema cuando se convierten en un problema (perdón por la tautología pero es lo que te diría un psicólogo). Los rituales nos sirven para mostrar continuidad, identidad, para que nos reconozcamos los mismos del año anterior y del anterior, tanto en el nivel individual como en el colectivo. La repetición nos tranquiliza porque nos transmite que a pesar de todos los cambios, de las incertidumbres, seguimos siendo nosotros, y el mundo sigue siendo básicamente igual. El problema se da cuando necesitamos una constante prueba de orden, de predictibilidad, intentando conjurar así los miedos al cambio, al futuro. En el fondo la vida no es más una secuencia de repetición e innovación y nos comienza ir mal cuando la secuencia se desequilibra. Cuando la cultura, esa gran apuesta estratégica, vocación de la ciudad, la estamos usando para marcar con nuevas muescas el calendario sería el momento de volver  a hacernos preguntas, e ir mandando a tomar viento ese orden imperturbable y totalitario de las estaciones.

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