Cuatro glosas sobre las bondades del café
Claudio Alberto Dionisio Fermín Nepomuceno Umberto tenía una familia en permanente mudanza. Forasteros allí donde estuvieran. Ese constante trajín le permitió, a Claudio Alberto Dionisio Fermín Nepomuceno, conocer a suficientes novias. Una de ellas, la primera, le leyó la borra del café. La borra del café son los residuos que quedan en la taza cuando uno se ha bebido el café. En Oriente Medio existe la tradición de leer e interpretar los posos del café y, así, averiguar el pasado, el presente y el futuro (son mujeres las que realizan este curioso ejercicio). A mí me leyó la borra de un café, por primera vez, una vieja amiga palestina, en Jerusalén. Acertó en el pasado y en el presente. Al futuro aún me resisto. Mario Benedetti describe esta hermosa historia en su novela La borra del café.
Margerite Yourcenar necesitaba tomar café para vivir (es decir, para escribir); Isaac Babel describe su querido Café Robinat de Odessa plagado de gangsters; Walter Benjamin viajaba (sobrevivía) con sus libros y descansaba en los cafés; Robespierre y Dantón maquinaban su revolución en el café Procope de París; en el Café Westens de Berlín se refugiaron de la tragedia los últimos judíos (de nada les sirvió); Pessoa y Goethe amaban el café tanto como las palabras; Voltaire no podía pensar sin su taza de café, llegó a decir: claro que el café es un veneno lento, hace cuarenta años que lo bebo; Sigmund Freud (antes de huir) interpretaba sus sueños y los ajenos en el Café Griensteidl de Viena... Yo me he abandonado a su calor en el Café París de Tanger; me he protegido de la lluvia en el Café Belleville de París; he llevado a quienes quiero al Café Pierre Loti de Estambul; sin asearme y con barba me inicie en el Café Suizo de Granada; he sido huésped de todos los cafés de Alejandría (y cuando nadie me veía me adentraba en sus trastiendas a tomarme unos vinos)... Los cafés está desapareciendo, ay. ¿Sólo los cafés?
El café se porta bien conmigo. Ahora, forastero en esta triste tierra, vuelvo a refugiarme en su calor. Leo su propaganda (cada vez más clandestina): el café inhibe la secreción de ácidos biliares, verdaderos precedentes del cáncer; el café reduce el riesgo de desarrollar cirrosis; el café posee gran cantidad de antioxidantes; el café reduce el riesgo de Alzheimer; el café estimula el sistema nervioso... Ahora entiendo (y comprendo) cómo puedo resistir a clérigos, banqueros, políticos, mercaderes del dolor, vendedores de crecepelo ideológico y demás expertos en el vacío. El café disminuye la depresión y me mantiene en estado de alerta. Ay. Aunque me llamen renegado, ¡no tomaré yogurt light!
Nota: Hace un tiempo, el conocido Papa Clemente VII recibió una gran presión eclesiástica, para prohibir el consumo del café (por ser vicio de musulmanes e invención de Satanás). Hombre inteligente, hizo que le sirvieran una taza de café; después de saborearlo exclamó: “esta bebida de Satanás es tan deliciosa, que sería una lástima dejar a los infieles la exclusiva de su uso... bautizándola haremos de ella una bebida cristiana”.
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