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Los lamentos de Pleberio

Sebastián De la Obra

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Se lamenta el original del complot de los medios de comunicación contra su formación. Se lamenta el alternativo (copia para el que se autodenomina original) de la persecución a la que se ven sometidos y plantea sonreír como defensa numantina frente al acoso (como si la sonrisa no estuviese ya instalada en el mercado de la imagen). Se lamenta el que gobierna. Se lamenta el que gobernó. Se lamentan los pequeños porque no son vistos ni oídos. Todos se lamentan en nombre de los que padecen. Podría ser una perfecta y bien lograda elegía. ¡No lo es! Se trata de un lamento parecido al de Pleberio. Este lamento carece de los fundamentos esenciales de una elegía.

Pleberio (y su lamento) cierra de forma magistral la más conocida tragicomedia de la literatura española, la Tragicomedia de Calisto y Melibea, popularmente conocida como La Celestina. Fernando de Rojas sabía que una elegía es un lamento profundo por algo que se pierde o que irremediablemente se va a perder (la inocencia, la virtud, la vida, la credibilidad, el honor...). Sabía, también, que las elegías se construyen con tres elementos fundamentales: una dolorosa reflexión sobre la pérdida, la muerte de un ser querido es la más común; un elogio (verdadero o falso) sobre la persona a quien va dirigido el lamento y, en tercer lugar unas palabras de consuelo que frenen la interrogación del por qué. El lamento de Pleberio cumple solo el primer requisito. Naturalmente que lamenta la muerte de su hija Melibea, ¡faltaría más! Es un padre que se lamenta por la desaparición de su hija. Solo llora que la muerte altere, de forma imprevista, el orden natural y previsible de la vida. Un hijo no se muere antes que un padre. Ahí se acaba el lamento. No existe elogio para su hija. No existe recuerdo que se sustente en la admiración. No hay una pizca de reconocimiento para quien se fue. Tampoco hay consuelo. Ni una palabra de reconciliación que facilite el tránsito, que la memoria se transforme en bálsamo.

Pleberio es un rico mercader dedicado en exclusiva a aumentar su hacienda (y poder). Pleberio solo siente una profunda soledad ante la existencia que le aguarda. Pleberio solo tiene intereses (los suyos propios). Fernando de Rojas retrata un país donde la sospecha tiene más crédito que el conocimiento. Donde las relaciones se soportan sobre la servidumbre y no sobre la lealtad. Un territorio donde la anécdota sustituye diariamente al pensamiento. Un lugar en el que la palabra se ha deteriorado lentamente hasta ser sustituida por la omnipresente imagen (¡a sonreír todos!). Pleberio se lamenta por él mismo.

Es epistemológicamente inevitable mirar hacia atrás, que diría Walter Benjamin, para saber cómo hemos llegado a ser lo que somos. No se debería confundir un lamento con una elegía. Al final lo que algunos realizan, sin saberlo, no es ni lo uno ni lo otro. En el fondo casi todos, preocupados en exclusiva por sus propios intereses, terminaran por escribir un epitafio sobre su propia muerte.

Nota: mientras tanto ando atareado por descifrar y divulgar la trampa (ajena a la inmensa mayoría) que en Bruselas están preparando otros familiares de Pleberio. La llaman TTIP. Se trata de un Tratado de Comercio e Inversiones entre los Estados Unidos y la Unión Europea. El humo que se eleva a través de los medios augura un incremento espectacular del PIB de ambos territorios. Los expertos, que tantos aciertos nos regalan diariamente, avanzan que el PIB de la UE se incrementará exactamente en 100.000 millones de euros y el de USA en 90.000 millones. Ocultan que existe una clausula muy singular denominada ISDS (Mecanismo de Solución de Controversias entre los “inversores” y los Estados). Ocultan que esta clausula establece la posibilidad para los “inversores” de acudir al arbitraje internacional (de muy dudosa independencia) para demandar a los Estados cuando sus reglamentaciones y legislaciones sean consideradas un obstáculo para la competencia. Ellos la llaman “libre competencia”. Esto si que merece un lamento y una elegía y un epitafio.

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