¿Quién no tiene entre sus seres queridos o sus círculos cercanos alguien que ha muerto suicidado, alguien que se quiere suicidar o alguien que se suicidará? Pocos. Muy pocos... Lo que pasa es que somos nada observadores para lo que nos asusta y nos pringamos menos aún.
Siempre he presumido de entender mejor los argumentos del que acaba con todo que con los de los que no lo comprenden. ¿Por qué?. Pues precisamente por eso, por “los argumentos”.
Me siento muy lejos de frases como “bah... sus intentos de suicidio son na más que para llamar la atención”, “bufff... aléjate de esa persona que está to majareta perdía y siempre ha querido matarse” o “ socorro... he tenido que abandonar esa historia por sus chantajes de amenaza de suicidio”...
...porque luego va y esa persona se muere. De repente lo consigue y se muere. Porque ante un intento de suicidio SIEMPRE existirá la posibilidad de morir. Y porque ante un “chantaje”, un “llamar la atención” y un “como lo quieran llamar”... existe un problema que no nos interesa (porque no nos vemos capacitados, porque no es nuestro asunto, porque pasamos, sencillamente...). Al menos esas descripciones denotan poca empatía.
En cambio me siento muy cerca de quien ve la vida como una travesía cuesta arriba llena de cristales, y descalzo. De quien no puede tener hijos y de repente el futuro le parece incompleto. De quien tiene un trabajo de mierda y ninguna posibilidad para cumplir sus sueños. De quien lleva tropezándose con lo mismo que no le gusta toda su vida. De quien está cansado de adornarla y de inventar. De quien no ve frutos a nada por más que se lo curra. De quien tiene una deuda económica gordísima de la que nadie le sacará jamás. De quien se va a quedar sin casa o sin trabajo portando familia a su cargo. Y sin portarla. Incluso de quien, sencillamente, la vida le resulta una piedra pesada en el lomo y no tiene deseos, ni sueños, ni ilusión por el futuro.
Eso sí son argumentos.
Hay quien se suicida en vida poco a poco y hay quien decide cortar de un plumazo. Y no es más lícito lo primero que lo segundo.
Será porque llevo más de la mitad de mi vida en un bar por lo que tengo acceso a conversaciones de este tipo. Porque a los bares va uno a divertirse, pero también a vomitar. Y he conocido a esa gente que se ha suicidado ya, a la que amenaza con hacerlo...y a la que lo conseguirá más pronto o más tarde. Y, por consiguiente, he sido cuenco donde también se han volcado las lamentaciones posteriores de los que se quedan.
Con esto, es evidente, no animo a nadie a suicidarse, está claro. Pero sí a ser menos intolerantes con el pobretico que se va. Que seguro antes de dar el paso miró los pros y los contras de cada intento, que no dudemos pensó en su familia y en sus seres queridos más de lo que sospechamos, y que nunca creamos que fue un cobarde y buscó el camino más fácil. Matarse no es fácil. Nada fácil.
Con esto lo que hay que plantearse es lo que deberíamos hacer en vida, que quién sabe si podemos evitarlo. Porque cuando alguien te dice “con lo solo que he estado, sería de mucho morro echarme de menos si me voy” es porque ha estado muy solo.
Pero también hay otra vía. El del suicida que no piensa tolerar que le quiten esa idea de la cabeza. Y como adulto tiene todo el derecho.
Ese es el que se alejará de sus seres queridos y por mucho que intentes adentrarte en sus entrañas, construirá un muro infranqueable para que no lo consigas.
Ese, el que dejará más tristes, si cabe, a los suyos. Porque no habrán podido despedirse, hablarle, reconciliarse...
Inventará peleas, aparcará el teléfono, se esconderá. Un harakiri en vida en el que el único consuelo será que por fin descanse.
Paz a los que se van y ojalá, con el tiempo, paz a los que se queden.
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