Hace siglos que no tengo problema en hablar de la muerte. El voluntariado en oncología infantil fue mi escuela. Allí aprendí a enfrentarme a ella, a enfrentarla a los que quedaban, a despedirme de los que se iban, a convencer de lo importante del adiós al que navegaba hacia la partida, a darles tranquilidad sin disimulos. A ubicarlos en mi vida.
Llorar, he seguido llorando las ausencias. Como una magdalena, pero quizás me instruí en hacerlo lejos de los que estaban peor que yo.
Me eduqué allí. En no parecer protagonista de un fallecimiento en el que, si acaso, era figurante. En mantener la calma, en escuchar el dolor, en apretar una mano, en abrazar en el momento exacto., En estar al lado. En dar el papel principal a quien lo había ganado.
Y eso no es ser más fuerte ni más débil. Sencillamente ,descubres que eres lo que te toca.
En las muertes hay especialistas en llorar, en hundirse, en huir, en emborracharse, en estar, en desaparecer para siempre, en no llamar, en ser cansinos por lo contrario, en cagarla. Cada uno hace lo que sabe, y no por eso es peor ni mejor. Cada uno vive el duelo como puede. Y a mí me tocó esto.
Años esquivando las pérdidas, los hospitales, los cementerios, para descubrir una mañana que, de repente, como poseída por un espíritu desconocido, era válida para acompañar. Para ayudar a que se despidan, tanto unos como otros, para hablar claramente de las enfermedades, para escoltar los duelos.... Me regalaron padres y madres últimos minutos de niños que tenían las horas contadas. Y mis años con vida estrecha entre gitanos, me hicieron valorar y entender los velatorios. Donde a base de observar y sentir entendí el llanto, el amor, la locura, el respeto y las anécdotas. Y las noches en familia con sopa y sueño.
Muchos de mis amigos me llamaban cuando se producía un fallecimiento. Sentirme útil me ayudó a sobrellevar mi propia pena. Era como si yo fuese la única que hablaba del tema a pelo. Como si yo no tuviese miedo a la muerte. Como si yo la entendiese encontrando la frase adecuada. Porque me sabía las expresiones para el duelo de memoria. Porque sabía cómo decir: llora. Llora que es lo más normal del mundo. Que llorar es una vía de escape. Que después de llorar ves las cosas distintas. Que el duelo durará lo que tú decidas o puedas.
Era experta en decir: te prometo que el dolor se endulzará. Que podrás recordar algún día con una sonrisa. Que la ausencia perdurará pero conseguirás vivir con ella.
Yo era experta.
Y de repente... después de tantos años de aprendizaje... se va Xosé.
Y me quedo en shock.
Y entonces, los que siempre me llaman cuando pasan estas cosas, me asustan.
Y no quiero saber nada, ni hablar de él, ni recordar vivencias.
Por primera vez no sé ubicar una partida.
Porque hacía tres semanas que no lo veía. Porque no era mi amigo del alma, pero había estado conmigo y con mi alma siempre que lo necesité.
Me había inventado chistes para él, le había confesado mis entrañas, estuvo a míi lado cuando me hizo falta.. Pasé con él miles de horas, miles de anécdotas de risa. Le lloré.
Me reí de él, le cuidé al gato, me hizo un regalo, me desnudé...
De las personas más inteligentes que conocí, con un sentido del humor de libro y un acento gallego imposible de olvidar...
“Ayer tuve un problema. Me llamó la seño de mi hija, porque en clase de religión dijo que Dios creó la tierra en siete días y Olivia levantó la mano y dijo que el universo se creó con el Big Bang. Me preguntó qué hacíamos con la niña. Y yo le dije: perdona, el universo lo creó el Big Bang y no me lo puedes negar”.
Olivia era muy él. Desde muy pequeñita...
“Ayer me preguntó Olivia si ”alejarse“ o ”lejos“ tenía varios significados Me quedé en blanco porque no sabía por dónde iba. Y me dijo:: por ejemplo, Australia está ”alejada“ de España. Está ”lejos“ de nuestro país. Pero si yo hago algo malo, algo que me has enseñado que no se debe hacer, estoy ”lejos“ de actuar de la forma correcta. ”Me alejo“. ¿No, papá?”.
Era tan correcto hablando que una vez que un loco borracho, en un bar, nos amenazó con una silla y rompió una botella, llamó a la policía con un aviso tan formal y culto (rollo “incidente”, “intimidación”, “sujeto”, “requerimos”, “agentes”, “emplazamiento”...) que el policía todavía está buscando en Google qué coño dijo.
Y yo, la que cada vez que alguien lloraba por no haber podido despedirse o hacer las paces con quién volaba le decía: no te atormentes, no tiene importancia... de repente me acordaba de sus: a ver cuando quedamos y charlamos. Y me odiaba por no haberlo hecho. Por no haberlo aprovechado.
Porque me pasa una cosa con Xosé. Xosé representa a la amiga que ha perdido a su último colega. A la hija huérfana. A la compañera que se queda sola. A la familia que no estuvo cerca. Al que no supo decirle a alguien lo mucho que le quería. A quien no llamamos porque sabemos que está y existe. A quien esquivamos por la calle porque no nos apetece saludar. Al artista al que le quedaba mucho por enseñar. Al que damos largas para quedar por no querer contarle penas. Al que te recuerda momentos felices. Momentos “Fofito”. Momentos infelices. Al abandono. Al desamparo. Al trauma. A otras épocas. A no estar cuando se te necesita A las risas gratis. A las borracheras. A los animales. A la pérdida. A la sonrisa que te provoca una presencia. Al que evitas porque sabes que está mal . A no ayudar. Al que vive solo. A lo inexplicable. Al no saber qué decir. Al miedo a perder a un amigo inesperadamente. Sin despedirte.
Xosé de repente representa tantas cosas que aún no he sido capaz de echar una lágrima . Ni quiero perder más amigos.
Lloraré a Xosé cuando empiece a notar su ausencia. Que ya la noto. Que ya me duele.
Grande Xosé....
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