Podría ser peor...
Soy joven, cordobés, y de familia humilde. Estas tres características, en el año 2.013, sólo pueden ser sinónimo de una cosa, el desempleo. Hoy por hoy, afortunadamente, tengo la inmensa fortuna de cobrar nómina, pero hoy por hoy, también, tengo la inmensa desgracia de estar rodeado de la asquerosa lacra del desempleo. Mi situación, no obstante, es bien reciente. Conozco y reconozco las fauces de la miseria, la miseria de un sistema que convierte en privilegiada suerte de unos pocos lo que debería ser herramienta para dignificar nuestra condición de seres sociales. Sé de primera mano lo que significa el “no tener”, un concepto aún no retratado que hoy día está separando a nuestra sociedad en las dos nuevas clases sociales que llevan conviviendo desde hace años en lo que entendemos por Tercer Mundo, entre los que tienen y los que no tienen.
Vivo rodeado de una imagen de creciente miseria que cada vez tiene más caras, más caras conocidas. Cada vez son más los que pasan, o van pasando, poco a poco, a ese estado de las cosas que representan los que no tienen. Un lento pero progresivo proceso que ya vivieron quienes hoy se apretujan en la cola de un comedor social y que contrasta, por la fuerza de la realidad, con la presunta recuperación con que insistentemente pretenden hacernos creer que todo pasó.
Una realidad que debería empezar a dar signos de cierta rebeldía, o al menos, de lógico y razonado cabreo, que extirpe de una vez, a los que tras haber vivido por encima de nuestras posibilidades, mandan a la miseria a cientos de trabajadores por la vía del decreto. Un cabreo que todos deberíamos convenir en legítima violencia ante quienes ya llevan un tiempo ejerciéndola contra nosotros. Un momento que por naturaleza deberá acabar llegando, y que nadie, absolutamente nadie, podrá tildar de irracional.
Pataleta, violenta pataleta, desde luego, que no evitará el trágico destino que la naturaleza de los números nos tiene preparado, pero que al menos sirva para aliviar, en parte, el sufrimiento y el poco entendimiento de quien se siente, cada vez más, engañado por un sistema que prometió lo que no podía sostener. Aunque no nos engañemos, podría ser peor. Aún estamos lejos de la verdadera quiebra social que nos lleve a acabar los unos con los otros, en una orgía de tiros y vendettas personales que reduzca las bocas que alimentar y re-escriba el presente por parte de quien siempre lo escribió, el auténtico sueño malthusiano. Visto así, no estamos tan mal.
Hay una magnífica comedia de Mel Brooks que encierra como ninguna ese mensaje de aparente estabilidad, una escena que entre algunos colegas siempre recordamos para dibujar con optimismo un presente de mierda, donde el personaje de Marty Feldman le recuerda a Frederick Frankenstein que el hecho de desenterrar un putrefacto cadáver podría ser peor por el mero hecho de llover.
Una larga excusa para decirles que podría ser peor, porque al menos no les va a llover...
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