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Identidades

Luis Medina

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Corren tiempos de revisión de identidades. Más allá de las definiciones técnicas del término, hay dos recogidas en nuestro diccionario a las que se les puede sacar punta (como a casi todo).

La primera habla de “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”. No puedo evitar enfocar mis ojos hacia la palabra “frente”, tan inocente ella y tan enarbolada de manera intencionada hacia la trinchera del otro lado de un río, una montaña.

La segunda habla de “conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. Aquí la identidad es un ejercicio más introspectivo, más de espejo de uno mismo y, sobre todo, más individual. Una definición elige la diferenciación ante los demás de un individuo o colectivo. La otra, el autorreconocimiento personal. Existe una tercera perspectiva para este análisis: lo individual y lo colectivo, lo personal y lo social. Uno de los apasionantes debates de fondo de la “Libertad” de Jonathan Franzen.

Particularmente me gusta más reconocerme en mi propia manera de entender la vida, sea más o menos coincidente con mi entorno, que en buscar rasgos diferenciadores con el lucero del alba. Eso me ha hecho siempre ser muy curioso con la manera de entender la vida de los demás. Saber cómo funciona la maquinaria del reloj de comprenderse uno mismo en cada caso. Por eso siempre he tenido muchos amigos de otras culturas. Y jamás he intentado que eso suponga un privilegio o un menoscabo por ninguna de las partes. Las conversaciones siempre han sido ricas. Y descubrí que el afecto no es un rasgo diferenciador de ninguna identidad. Es común a todas. Afortunadamente.

Otros (y no hablo necesariamente de colectivos) usan la identidad para sentirse acreedores a situaciones o privilegios determinados, o para ahorrarse el cotidiano examen personal. La tribu te ofrece un impreso relleno. El tuneo colectivo. El fútbol tiene mucho de esto último. De grandes batallas que ya no se libran en el particular circo postromano de la postmodernidad (mientras más “post” escribo, más posibilidades tengo de acertar en los diagnósticos contemporáneos).

Así, la identidad catalana (por poner un ejemplo) necesitaría, tras su consumación política, mantener al Barcelona en una liga en la que participe el Real Madrid (es imposible que esa identidad quiera prescindir de semejante referente opuesto, de tamaña batalla final). En Córdoba, con nuestra modesta identidad de provincias, de fino en soledad, de sabiduría osmótica, de venir sin haber ido, hablamos y hablamos de lo que queremos para nuestro club. Criticamos al presidente actual por no poner apenas un euro y dedicarse “sólo” a gestionar nuestra humilde ruina, con una deuda tan poco abultada como sostenible. Y mientras, esperamos que algún empresario o grupo de empresarios, o simplemente algún poseedor de dinero (o poseedores que, créanme, los hay), dejen de opinar en el bar de la esquina y demuestren una apuesta por nuestra identidad blanquiverde. Aunque sea un patrocinio pequeño. Una apuesta por un nombre de la ciudad reforzado por un equipo en primera. Esa gloria de nuestros tiempos, nos parezca o no.

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