Nadie
No somos nadie. Es una perspectiva sartriana, puede ser, tal vez. Llamadme nihilista, lo acepto. Pero no somos nadie.
O todo.
En el bar del barrio no hay nadie a las cuatro de la tarde. “Están de cruces, de perol, de romería, en el apartamento de los suegros, en la parcela del cuñao o en el Arcángel”, me dicen, como si yo esperara una explicación.
No me creo dónde están. Pero el tipo de la barra tiene una coartada o una teoría para justificar que yo sea el único cliente del bar. Es un optimista. Eso es entrañable.
Me pido un agua con gas para hacerle compañía a mi güisqui con hielo, veo al Córdoba C.F. en la tele: su portero recoge ocho veces el balón enredado en su portería.
No somos nadie; pero podíamos ser cualquier cosa. Algo así podría pensar un portero o el dueño de un bar.
O todo.
Porque ser nadie es ya, en sí, una esperanza de ser algo. Creo.
0