Libre expresión
En un esquina del barrio hay una “columna de libre expresión”, ya saben, uno de esos cilindros de mobiliario urbano dispuestos para que cualquiera ponga un cartel o un anuncio o lo que sea (supongo que diseñada e instalada por JC Decaux, que es el Ikea que amuebla las ciudades de Europa para mear o que se refugien los yonkys elegantes o esperar el autobús o lo que sea).
En esa columna aparecen desde una gala de gogós en un bareto noctámbulo hasta una media maratón solidaria o una gymkana de mascotas preciosas.
Al parecer, estos trastos están para que no se incumpla la ordenanza urbana de pegar carteles en fachadas y sitios “inadecuados”. Vale.
Lo gracioso es ver cómo se solapan carteles sobre carteles en una especie de guerrilla –posiblemente noctámbula- de a ver “quien me lo pone encima”. En una campaña electoral esto está muy claro y espero que no lleguen a las manos, a los bates de beisbol o a los cubos de cola si se encuentran de madrugada los unos, los otros y los aquellos. Que eso habrá pasado.
Tal vez los raperos deberían utilizar estas columnas de libre expresión para pegar sus letras cagándose en la Guardia Civil, en tal obispo o con ganas de instalar una guillotina en la rotonda de entrada a la Zarzuela. No sé. A lo mejor estos cilindros urbanos son una especie de oasis laxo de la ley y alguno se libra de algo. Son “de libre expresión”, yo que sé; no soy jurista.
Pero sí puedo constatar que en la “columna de libre expresión” de la esquina de mi barrio hay un cartel que lleva semanas sin que nadie ni nada lo solape: anuncia un concierto de Rosendo en la caseta municipal de Montalbán el 4 de agosto.
Nadie ha tenido huevos de taparlo porque Rosendo es la verdad.
Y Montalbán, también.
Nadie jamás podrá negar esta libre expresión.
La verdad, lo que no tiene es remedio (gracias, Serrat).
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